31.8.06

martes, 31.08.1806 – reclama Beresford

Beresford le reclama a Liniers por su contestación de la víspera, amenazando con que ordenará a sus oficiales que no den su palabra de no volver a combatir, sino se cumplen con la capitulación firmada. Esta amenaza no se concretaría, a pedido de los mismos oficiales británicos; Beresford los autorizó a dar su palabra, con la condición de que serían embarcados de regreso a Gran Bretaña.

30.8.06

lunes, 30.08.1806 – promesa incumplida

Beresford responde a una carta de Liniers del día previo, indicándole que se habían dado órdenes a los buques ingleses para que se retiraran de la rada y esperaba que se manifestara las intenciones respecto a los prisioneros. Esa misma noche, le contesta Liniers:

“Últimamente propuse a mis jefes, a la Real Audiencia y Cuerpo Municipal, que bajo las seguridades convenientes, se remitiesen las tropas británicas y sus oficiales a Europa, y esforcé en cuanto pude ésta opinión: el Cabildo y el mayor número de los principales vecinos de este pueblo, el Gobernador de Montevideo, la Municipalidad y todos los habitantes de dicha ciudad fueron del parecer contrario; a pesar de todo esto, di aun otro paso a favor de las tropas de su mando, convocando una Junta de Guerra de todos los jefes y capitanes, los que se avinieron el día 26 del corriente a las miras generosas mías; pero habiéndose en los días 28 y 29 esparcido copias de nuestras insignificantes capitulaciones en esta Plaza, y sabido que en Montevideo había sucedió lo mismo por el Correo, ambos pueblos han pronunciado enérgicamente que no consentirían nunca a que se permitiese la salida de las tropas Británicas, a cuyo parecer se conformó la junta de Guerra que convoqué ayer, y a cuyo voto general me conformé tanto más que infinitas personas haciendo la más inaudita injusticia a mi honor, carácter y acrisolada lealtad, profieren la abominable acusación que yo había tenido la vileza de dejarme seducir por venalidad en prestarme a las ideas de V.S.; bien que semejante aserción puede menos que inspirarme el más vil desprecio por sus autores, y que mi carácter público me vindica bastante, no puedo desentenderme de semejante cargo: éste motivo fue el que me obligó a significar a V.S. por su ayudante el Capitán Arbuthnot, que de aquí adelante nuestra comunicación sería por escrito. Últimamente tengo el honor de prevenir a V.S. que lo acordado es, que las tropas Británicas sean internadas en todo los pueblos del Virreynato, y los oficiales juramentados para ser emitidos a Europa; lo que participo a V.S. para su inteligencia.
Ntro. Señor guarde a V.S. muchos años.”

lunes, 30.08.1806 – quejas de un ex virrey

Sobremonte en carta a la corte de Madrid, se queja de haber sido desplazado por Liniers y el populacho. Hasta opinión la suscribían, con seguridad, más de un español porteño, sintiendo que el gobierno colonial (y los privilegios del monopolio comercial) se les estaban yendo de las manos después de la Reconquista. Con eso en mente deben verse los enfrentamientos entre Liniers y Álzaga de los próximos años.

29.8.06

domingo, 29.08.1806 – presiones cruzadas

Al conocerse las concesiones que Liniers había dado a Beresford en los borradores de capitulación, las autoridades y el pueblo presionaron a Liniers para que desmintiese esos acuerdos. Beresford aduce que Liniers recibió la sugerencia de que si seguía comunicándose con Beresford, se lo sospecharía de coimero y que por tal motivo negó lo acordado en las capitulaciones.

Este mismo día, el Cabildo notificó a Liniers que pese a que Sobremonte estaba de acuerdo con el canje de prisioneros acordado, remitía a que las órdenes dependían de Ruiz Huidobro, gobernador de Montevideo y que éste había dispuesto trasladar a los prisioneros ingleses al interior. El Cabildo comunicaba a Liniers la aprobación de la moción de Martin de Álzaga (su más caracterizado rival político en la ciudad) de trasladar a los prisioneros ingleses al interior.

Pese a estar en desacuerdo, Liniers, el mismo día, dispuso el “apresto de carretas, útiles y demás necesario a la más pronta remisión de dichos prisioneros”.

Mientras esto sucedía en Buenos Aires, desde Ciudad del Cabo, zarpaban los refuerzos pedidos por el entonces gobernador Beresford a Sir David Baird, más de 2 mil hombres al mando del teniente coronel John James Backhouse.

La segunda invasión inglesa se estaba organizando.

28.8.06

sábado, 28.08.1806 – Sobremonte da el OK

Desde San Nicolás y pese a que hizo notar lo irregular del procedimiento, Sobremonte acuerda nombrar a Liniers como comandante general de armas de Buenos Aires, siguiendo lo sugerido por el Cabildo Abierto del 14 de agosto, “atendida las urgentes circunstancias en que se halla la capital de Buenos Aires, después de la reconquista, ya con respecto a la defensa de ella, en medio de recelos que hay de volver a ser invadida”.. La Audiencia quedaba a cargo de todo lo político.

Sobremonte marcharía con sus tropas (las que reunió para una reconquista de la ciudad que nunca llegó a intentar) a Montevideo, para organizar la defensa de la ciudad ante un eventual ataque inglés.

27.8.06

viernes, 27.08.1806 – réplica de Beresford

En contestación a la carta anterior, Beresford protesta la insinuación de Liniers de que se había entregado sin condiciones antes de verse con Liniers en la Plaza Mayor.

Reportes de Beresford señala que Liniers, durante esa misma tarde, hizo discretos arreglos para embarcar las tropas inglesas. Según el general inglés, habría enviado a un edecán, para que se ordenara el transporte de las tropas británicas a un lugar retirado y embarcarlas de noche.

26.8.06

jueves, 26.08.1806 – contesta Liniers

Beresford, acompañado de los oficiales Tolley y Arbuthnot, visita a Santiago de Liniers en su casa. El héroe de la Reconquista le hace saber que lamentaba la detención de las tropas inglesas y que esa decisión iba contra su voluntad. Tras la visita de Beresford, Liniers convocó a un consejo de guerra y todos los oficiales de su fuerza estuvieron de acuerdo con el canje de prisioneros y el embarco de los ingleses. Esa misma noche, Liniers comunicó esta decisión a Sobremonte. También, esa noche, responde la carta de Beresford del 24 de agosto:

“Quando se trató de usar de los derechos de la Guerra y preparar el ataque de las fuerzas de V.S. que ocupaban esta capital, acepté con tanto más gusto esta gloriosa empresa, quanto más alto concepto tenía formado del Caudillo con quien había de lidiar; vine efectivamente, ataqué a V.S. y la fortuna de las Armas me faboreció; después de dos horas del combate más empeñado, V.S. arboló bandera de Parlamentaria, la que antes de haber tratado de ningun punto de Capitulación, arrió, hizando la Española. De este modo, salió V.S. del Fuerte y encontrandose conmigo me preguntó que condiciones concedía, y habiendome apuntado sus intenciones, le dixe que en primer lugar le concedía todos los honores de la Guerra, y que los Oficiales quedarían con sus Armas, obsequio devido al valor con que se habían defendido, y muy propio de la generosidad acrisolada de la Nación cuyas Tropas tenían el honor de mandar: por una serie de estos mismos principios, condescendí a las propuestas anteriores de V.S., pero habiendo tratado de formalizar un acuerdo de condiciones en Inglés, y en Español, los firmé con la restricción de la subordinación de mis facultades de que había impuesto a V.S. en nuestras conferencias vervales. Efectivamente, contra mis más ferborosos deseos de complacerle, é hallado tanto en los jefes de la Provincia como en el Pueblo, una oposición irresistible al cumplimiento de mis deseos y de los de V.S., y en este asunto pende de la Superioridad de la Provincia, ante la qual esfuerzo el cumplimiento de las expresadas condiciones.
De esta relación de hechos constantes, deducirá V.S. que en qunato esté de mi parte, propenderé al Cumplimiento de las Condiciones que concendí a V.S. con lo que se evitarán los riegos que recela, pero que siendo un Oficial subalterno de la Provincia, habrá de pasar, aunque sea contra mis deseos, por lo que mi Superior me ordena. Y es quanto puedo contestar a sus oficios relativos a este asunto, que no he satisfecho antes por quererlo hacer anunciandole una resolución terminante.
Dios guarde…”

24.8.06

miércoles, 25.08.1806 – visión profética

Home Popham notifica al Almirantazgo la reconquista de Buenos Aires, con tono de indignación, culpando a los españoles que habían jurado por el Rey y que habían traicionado su juramento. Crítica a Liniers y a otro sinvergüenza que vino a bordo a dar la noticia de la rendición de Beresford. Y con visión profética se atreve a pronosticar el negro futuro de España en sus colonias porque “han armado, sin discriminar, a los habitantes para vencer a los ingleses, y ahora la plebe le ha rehusado la entrada al virrey a la ciudad, y aunque éste ha juntado a un número considerable de gente adicta, están decididos a oponerse al reestablecimiento del gobierno español”.

martes, 24.08.1806 – las banderas

En cumplimiento de la promesa realizada por Santiago de Liniers, en solemne acto militar, se hizo entrega de las dos banderas tomadas al Regimiento 71 a Nuestra Señora del Rosario, en el convento de Santo Domingo. La banderola arrebata por Juan Martín de Pueyrredón fue donada a la Catedral de Buenos Aires y hoy se exhibe en el Museo Histórico Nacional.

Los trofeos tomados al enemigo, en exhibición hoy en Santo Domingo, pueden verse virtualmente en el sitio “Las invasiones inglesas y el Bicentenario de la Reconquista y Defensa de Buenos Aires”

22.8.06

domingo, 22.08.1806 – el libro de los juramentados

Beresford envió cartas al gobernador de Montevideo,
Ruiz Huidobro
protestando por las derivaciones de la negociación de la capitulación y reclama al gobernador que ordene a
Liniers
el embarco de las tropas británicas.

Tanto Ruiz Huidobro como Liniers tardarían unos días en responder las misivas de Beresford. Pero este domingo, Beresfor recibió, en nota oficial, el pedido de Liniers del cuaderno donde estaban registrados los nombres de los vecinos porteños que habían jurado, voluntariamente, su fidelidad a Su Majestad Británica. Beresford aduce haber perdido el cuaderno, en el fragor de la Reconquista, pero le hace llegar el listado de oficiales que juraron. Aprovecha la nota, para insistir en su pedido de que no se retrasara el embarque de los soldados ingleses.

El valioso cuaderno con el nombre de los juramentados no había desaparecido. Estaba en manos del capitán Alexander Gillespie quien lo entregó al Foreign Office en 1810, al Honorable Spencer Perceval. Quedan registros del recibo del cuaderno, con fecha 4 de septiembre de 1810, “Recibido este día, de manos del capitán Alexander Gillespie, de los marinos reales, un libro, conteniendo los juramentos de lealtad a Su Majestad Británica, firmados en Buenos Aires en el curso de julio de 1806, por cincuenta y ocho habitantes de esta ciudad, junto con las palabras de los oficiales españoles y criollos del ejército regular y provincial de Buenos Aires”.

Ya a principios del siglo XX, el cuaderno había desaparecido de los archivos oficiales británicos. La suposición de Bernardo Lozier Almazan es que el cuaderno pasó por las manos del marqués de Wellesley, cuando fue Ministro de RR.EE. y que hoy forma parte de su colección personal. O, tal vez, haya sido destruido para salvar el nombre de aquellos que juraron fidelidad a una potencia extranjera que había ocupado la ciudad.

“De los seis miembros que constituyen la primera junta revolucionaria de Buenos Aires, tres se registran en esa lista” escribió Gillespie a Perceval cuando entregó el cuaderno en 1810. Se sabe que Saavedra y Castelli estaban entre esos 58 nombres.

21.8.06

sábado, 21.08.1806 – protesta de Beresford

“No puedo explicar cual fue mi espanto al ver que en la copia que V.S. me envió había puesto una adición en español que ni se había concertado entre nosotros, ni consentido por mí, ni autorizado con la primera firma V.S. en aquellas palabras: En cuanto puedo” escribió el general Beresford en su respuesta a Liniers, protestando por la firma de la capitulación del día anterior. En presencia de Casamayor y Pack, Beresford reclamó la devolución de la copia por él firmada, que quedó en poder de Liniers.

20.8.06

viernes, 20.08.1806 – aceptado en cuanto puedo

Casamayor convocó en su casa a Liniers y a su huésped Beresford para leerles la traducción de la capitulación acordada el martes 17. Tras algunas modificaciones menores, ambos jefes firmaron conformes el documento, quedando en transcribirlos en dos columnas, una en inglés y otra en español, para la firma definitiva.

Esa noche, el capitán Arbuthnot se hace presente en el Fuerte, con dos ejemplares de la capitulación así redactada:

Fuerte de Buenos Aires, 12 de agosto de 1806

No teniendo el general británico más objeto ya por qué permanecer en Buenos Aires, y con el fin de evitar una efusión no necesaria de sangre, como así mismo la destrucción de las propiedades de los habitantes de esta ciudad, conviene en entregar el fuerte de Buenos Aires al Comandante de Su Majestad Católica, bajo las condiciones siguientes:

1-Que marcharán las tropas inglesas con todos los honores de la guerra y se considerarán como prisioneros de guerra, pero para ser embarcados en transportes ingleses, ahora en el Río, lo más pronto posible, para ser convoyados a Inglaterra o a los puntos de donde vinieron.

2-Que habiendo los ingleses, a su entrada a esta plaza, hecho muchos prisioneros de guerra españoles que quedaron bajo su palabra, y siendo el número de oficiales mucho mayor de una parte, y el de hombres de la otra, se concierta que el todo se canjeará por el todo, retornando los transportes ingleses al lugar de sus destinos como parlamentarios, garantiéndose como tales por el Gobierno Español de que no sean apresado sen el viaje.

3-Que se darán víveres, etcétera, par el viaje de las tropas inglesas, según es uso en iguales casos.

4-Que los heridos es las tropas británicas que no puedan llevarse a bordo, quedarán en los hospitales de Buenos Aires, al cuidado ya sea de los cirujanos españoles ya de los ingleses, a opción del General Británico, y serán abastecidos con todo lo necesario y enviados a la Gran Bretaña cuando se restablezcan.

5-Que se respetará la propiedad de todos los vasallos ingleses en Buenos Aires.



Este texto sería firmado por “W.C.Beresford. Mayor General” y por Liniers, cosa que hizo el héroe de la Reconquista, quedándose con una copia y cediéndole la otra al capitán Arbuthnot. Antes de retirarse, el enviado de Beresford le hizo saber a Liniers que la flota inglesa esperaba para el embarco de las tropas y esperaba una respuesta. Liniers adujo el cumplimiento de algunas formalidades antes de hacer efectivo el embarque de los soldados británicos y prometió visitar a Beresford al día siguiente.

Cuando Beresford recibió la copia de la capitulación, se llevó una sorpresa. Sobre la firma de Santiago de Liniers se leía claramente un “Aceptado en cuanto puedo”.

El general británico empezaba a comprender que las graciosos concesiones posteriores del héroe de la Reconquista, tras su rendición, estaban siendo puestas en duda. Y que el embarco de los soldados ingleses llevaría un tiempo más de lo pensado.

18.8.06

miércoles, 18.08.1806 – Liniers contesta al Cabildo

Liniers le contesta al Cabildo, su carta del 16 de agosto, sobre la opinión de enviar a los prisioneros ingleses al interior, sosteniendo que había decidido canjearlos, reembarcándolos a Londres, aduciendo el gasto que implicaba su manutención.

17.8.06

martes, 17.08.1806 – capitulaciones

En un nuevo episodio de la comedia de la capitulación británica, Liniers visita a Beresford quien se hospedaba en la casa de Félix Casamayor. “Yo tenía en limpio una copia inglesa, que fue leída y le fue traducida párrafo por párrafo” atestigua Beresford. “Él terminó por firmar este papel, lo tomó y se lo entregó a su amigo Dn. Félix Casamayor, pidiéndole que lo tradujese y comprobase si era igual a lo que habían escuchado, haciendo la modificación aceptada por mí”.

De la Quintana y Denis Pack estaban, junto a Casamayor, entre los testigos del encuentro.

16.8.06

lunes, 16.08.1806 – pedido del Cabildo

En carta a Liniers, el Cabildo le informó al héroe de la Reconquista, la conveniencia de enviar a los prisioneros ingleses al interior.

14.8.06

sábado, 14.08.1806 – entierros y festejos

El 14 fueron sepultados con honores, en el Parque de Artillería del Retiro, los tres oficiales ingleses caídos en la Reconquista (el capitán Kennet, el teniente Mitchell y el alférez Lucas, estos dos últimos del 71), con la presencia de Santiago de Liniers.

Este mismo día, el Cabildo, en Congreso General (reunión de los funcionarios civiles y militares, eclesiásticos y vecinos de la ciudad), decidió celebrar un Te Deum al domingo siguiente, donar doce dotes para doncellas, informar al rey y al virrey de la reconquista, dar viudedades según las leyes, organizar tropas para resistir a una nueva invasión e inventariar las provisiones de guerra y de boca que hubiera en la ciudad.

La forma en que se desarrolló el Cabildo, empezaba a mostrar que el dominio español en el Río de la Plata empezaba su ocaso. El pueblo (promovido por Juan Martín de Pueyrredón) invadió el recinto, reclamando que Sobremonte no reasumiera como virrey, tras su actuación en la invasión, pidiendo la designación de Liniers. El Cabildo, ante la presión popular, envió una comisión, especialmente formada, para poner al tanto al virrey de la decisión.

Además de las misas, hubo banquetes festejando el triunfo, como el que dio Francisco Martínez de Hoz y su esposa (anteriormente funcionario de Beresford) en el que insistieron servir ellos mismos a los reconquistadores.

El día 14 de agosto, en agradecimiento por la disposición mostrada por Hilarión de la Quintana en la rendición, el general Beresford le regaló su espada (actualmente en el Museo Histórico Nacional) y su caballo pura sangre, con el que salía a pasear por Barracas. Se dice que este caballo fue el primer pura sangre que se cruzó con yeguas criollas.

El pueblo no sentía agrado por los ingleses, no así con las familias más prósperas de la ciudad que hicieron lo posible para aliviar la estancia de los invasores en la ciudad. Un ejemplo fue el de los Ezcurra que alojaron, durante cinco meses, al capitán McKenzie, para que se recuperara de las heridas del combate. “Mi tocayo el capitán McKenzie, gravemente herido el día de nuestra rendición, fue remitido, por equivocación, a una casa ya ocupada de antemano por la debida proporción de oficiales” comenta Alexander Gillespie “Esto se afirmó cuando estaba en camino, pero, fatigándose por la pérdida de sangre y el cansancio, entró con sus acompañantes en el cuarto a la calle de la familia Ezcurra, donde otros también estaban hospedados, para descansar hasta la vuelta de su amigo con otro billete de alojamiento. Las damas, al observar su estado, sin embargo, no quisieron permitirle que se fuese, e insistieron en que continuase bajo su techo hasta curarse. Fue un proceso fastidioso de cinco meses y durante todo ese tiempo sus atenciones y hospitalidad fueron constantes e ilimitadas y completaron todo lo que le suministrase comodidad en su viaje tierra adentro, donde se le ordenó ir después de los primeros síntomas de convalecencia”.

Tal vez valga concluir con las propias palabras de Gillespie, “Por mucho que tengamos razón para quejarnos de su falta de fe pública, con todo, nosotros y nuestro país mucho debemos a la benevolencia individual durante los oscuros días del desastre. Se debe un tributo a tal mérito, no solo por reconocimiento directo, sino como modelo para invitación universal”.

13.8.06

viernes, 13.08.1806 – enterrando los muertos

A la mañana siguiente a la Reconquista, el lamento de las campanas de la ciudad, anunciaron la sepultura de los caídos en las acciones bélicas de la víspera. Los británicos, considerados herejes, fueron sepultados en zanjas abiertas en el foso del fuerte, en las barrancas del Retiro, en la Rinconada de Rocamora y en el Paseo del Bajo. Los católicos fueron sepultados en los camposantos de las iglesias.

viernes, 13.08.1806 – capitulación

Uno de los grandes misterios de la histografía nacional son los idas y vueltas de la capitulación de Beresford que pone en dimensión las internas políticas de la ciudad. Carlos Roberts no duda en echarle la culpa a Liniers “por su absoluta falta de carácter”. Para Paul Groussac, su connacional “fue víctima, una vez más de su generosidad caballeresca, de su bondad ingénita, que llegaba a la imprudencia y sólo se detenía ante la barrera insalvable del honor y del deber”.

Se ha visto la desprolijidad en la rendición de Beresford, ante el temor del desborde de la población en armas. La población creyó que Beresford se había rendido incondicionalmente, cuando en realidad hubo un pacto de caballeros, para acordar una rendición. Al día siguiente de la Reconquista, Beresford y Liniers prepararon el primer borrador en inglés y francés, acordando ponerlo en limpio, más adelante, en inglés y español, para su firma. A las dos de la tarde, Liniers envió emisarios a Montevideo, con una carta de Beresford, pidiéndole a Popham transporte para el retiro de las tropas británicas.

12.8.06

jueves, 12.08.1806 – la noche de la reconquista

Esa noche del 12 de agosto, la población festejó ruidosamente en las calles, la Reconquista de la ciudad de Buenos Aires. “La mayor parte se refugió en el fuerte la noche del 12 para evitar los ultrajes de una plebe frenética, que parecía asumir para sí el poder soberano” describe Alexander Gillespie.

Los soldados ingleses habían sido alojados en las dependencias del Cabildo, edificio que se mostraba inadecuado para alojar a tal número de personas. Eso provocó la queja airada de los soldados del Regimiento 71. “Sin refrigerios, y mezclados en la inmundicia, nuestros hombres permanecieron muchas horas en aquella prisión hasta ser distribuidos en otros sitios, y los oficiales, exceptuando los que habían contraído intimidad con familias particulares en tiempos más felices, quedaron librados a sus propios recursos” cita Gillespie.

A pedido de Liniers, Beresford fue alojado en la casa del Ministro de la Real Hacienda, don Félix Casamayor“Debiendo alojar con decoro al Señor General de las Tropas Británicas don Guillermo Carr Beresford me ha parecido destinar su casa de Vuesa Merced al efecto, donde se servirá Vuesa Merced hospedarlo con sus edecanes –Dios guarde a Usted muchos años” escribió Liniers. La amistad que Casamayor había cosechado con Beresford, cuando era gobernador, provocó la sorna del vecindario que distribuyó estos versos populares:

Si dándole casa grande
aún quiere Casa Mayor,
denle toda la ciudad
al señor Carr Beresford;
y de este modo tendremos
alguna nueva invasión
con las siniestras ideas
de tener Casa Mayor.


Por la anarquía de esa noche, no pudieron evitar saqueos, especialmente en las casas de aquellos que colaboraron con los ingleses, durante su ocupación. “En esta Capital fueron varias casas sorprendidas por los Miñones luego que la tomaron” cuenta Gaspar de Santa Coloma “porque traían una lista de Montevideo de los que corrían con negociaciones inglesas. Fue la de Romero, la de Marcó, Vivar y Perison (Perichón). En ésta sacaron cuanto géneros había en ella, y en la de Romero pusieron guardia para custodia de los efectos, pero muchos se extraviaron”. Ni el Fuerte quedó a salvo, al desaparecer un juego de cubiertos de plata, prestados a Beresford por un vecino, amén del dinero que faltó de las Cajas Reales.

En esa misma noche de desbordes y robos, los familiares de los caídos en la batalla, recorrían las calles en busca de los cuerpos de sus parientes y amigos. Los soldados ingleses heridos fueron atendidos en el hospital de la Residencia.

jueves, 12.08.1806 - la rendición

Bautista Raymond, un teniente de Mordeille, fue el primero en ver la bandera de parlamento, desde 25 de mayo, y el que le avisó a Liniers en su mando en La Merced. Rápidamente, Liniers envió a su ayudante Hilarión de la Quintana, para recibir la comunicación de Beresford. "Un ayudante de campo del comandante enemigo se me presentó" cita Beresford "Sin embargo, da la situación de las dos partes en lucha, era imposible impedir la continuación del fuego".

La situación se tornaba incontrolable en la plaza, porque las tropas y el pueblo enardecido, continuaba el fuego sobre los ingleses, pese a la bandera de parlamento. "Nunca olvidaré la escena cuando asistí al lanzamiento de la bandera de parlamento, y los vencedores avanzaron sobre nosotros, cerca de 4.000 pelagatos irrumpieron en la plaza, blandiendo cuchillos, intentando nuestra destrucción, los salvajes no respetaron nuestra bandera de parlamento, y disparaban de todas direcciones" recuerda el teniente Robert Fernyhough. "En el instante en que los portones fueron cerrados y el puente elevado, el enemigo abandonó sus escondites y sus soldados se apiñaron contra las paredes del Cabildo y la fortaleza, todos ellos de la peor calaña, que nunca había visto antes y espero no verlos nuca más" recordó el capitán Thomas Pococke.

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Quedaba en claro que Liniers no podía controlar a sus propias tropas y que, dada lo volátil de la situación, cualquier desborde podía terminar en un baño de sangre innecesario. "Habiendo visto entrar en el fuerte a don Hilarión de la Quintana con un tambor, se arrojaron sobre el rastrillo y orilla del foso, viéndome obligado con todos mis oficiales a usar de amenaza para contenerlos" recuerda Liniers en su informe a Godoy, el Príncipe de la Paz, español "y hacerles ver que aún no estaba rendido el fuerte, que la bandera blanca podría ser para pedir una suspensión de armas, etcétera. Verdaderamente, si el general inglés hubiera sido de mala fe, pudo haberla arriado, despachando al ayudante y hacernos un destrozo horroroso, bien que nunca suficiente para quitarnos la victoria, aunque mucho más ensangrentada; pero lejos de tomar tan desesperada determinación, se avino a izar la bandera española".

"Cuando llegué al Fuerte acompañado por un tambor de parlamento, un oficial inglés me presentó a su general" cuenta Hilarión de la Quintana "Le pregunté cuáles eran sus intenciones al solicitar el cese del fuego con una bandera de tregua, y agregué que mi general no aceptaría propuesta alguna que no fuera la entrega de las armas, al tiempo que garantizaba la vida y el respeto de las personas". (Lozzier Almazán aporta esta versión: "Habiendo llegado a la Fortaleza y entrado en ella con el tambor de parlamento, lo recibió un oficial inglés y lo condujo al lugar donde estaba el general Beresford" declara Hilarión de la Quintana, para comunicarle al general inglés "que tuviera entendido que su general no entraba por otro partido que el rendirse a discreción, con la calidad sólo de asegurarles las vidas y respetar sus personas; que el general inglés, sin manifestar repugnancia, se prestó llanamente a la propuesta y así, lo significó" ).

"Como sus soldados se mostraban temerosos de la vociferante turba que se acercaba al Fuerte, lo tranquilicé y nos encaminamos juntos al tope del muro que está encima de la entrada" cuenta de la Quintana "Desde allí solicité a los soldados y al gentío que se retiraran a la espera de la llegada de Liniers, ya que el enemigo se sometía". Beresford trepa a la muralla y se asomó para gritar "¡No mas fogo! ¡No mas fogo!" en portugués, mientras separaba a sus tropas de la muralla para que nadie se tentara a abrir fuego. "La curiosidad me indujo a mirar por encima del parapeto, y en el acto más de cincuenta mosquetes se descargaron sobre mi cabeza desde varios puntos de la plaza, lo que con toda certeza hubiera sido contestado con una pieza de veinticuatro, cargado de metralla, a no habérseme impedido perentoriamente" recuerda Gillespie. Es en este momento que Beresford intercambia algunas palabras con Mordeille que había llegado al foso del fuerte, preguntando si su vida corría peligro, a lo que el corsario francés respondió con que estaba a salvo si se rendía a discreción.

"Pero la multitud no se apaciguó y exigía la espada del general inglés. Éste desenvainó y me la ofreció dos veces. Me negué a aceptarla, diciéndole que debía entregársela al propio Liniers" dice de la Quintana "pero entretanto un oficial inglés que estaba a su lado la tomó y la arrojó hacia la multitud, con la intención, tal vez de calmarla". El oficial que cita de la Quintana es el capitán Robert William Patrick que arrojó la espada al foso. (Paul Groussac atribuye al hecho al propio Beresford, pero esa es una interpretación errónea). La espada fue recogida por Mordeille y devuelta a su poseedor, a pedido de Quintana quien desenrolló su faja, en cuya punta se ató la espada para ser retornada al inglés. "El capitán Hipólito Mordeille, que estaba al pie del muro, recogió la espada y se la devolvió al general Beresford," confirma de la Quintana "que insistió una vez más sin obtener mi aceptación" .

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Estos intentos no apaciguaron a la multitud. "El capitán Quintana, ayudante del general Liniers, observando esta violación flagrante del honor, y después de haberse presentando en el fuerte para negociar las condiciones de rendición con algunos oficiales franceses y españoles, animosamente subió a las murallas y, abriéndose el chaleco y extendiendo ambos brazos en toda su longitud, parecía ofrecerse como víctima al furor desenfrenado de la plebe, y con gestos expresivos censuró su indisciplina con resultado instantáneo" recuerda Gillespie "Si vive, ese joven será un honor para su rey y su patria".

"Pero la muchedumbre insistió en que debía izarse la bandera española en el Fuerte" cuenta de la Quintana "Traduje esa exigencia al general inglés, advirtiéndole que como la turba se mostraba indisciplinada, yo no podría controlarla". Quintana aseguró a Beresford que Liniers, como caballero, no tomaría ese gesto como una rendición. "El general aceptó" continúa Quintana “pero como no tenía la bandera a mano, el gentío descubrió una escondida por un marinero de la misma expedición, y el propio general Beresford dio la orden de que volvieran a izarla". Uno de los marineros del foso proporcionó la enseña española. La población de la plaza aplacó sus ánimos y se retiró, ocasión que fue aprovechada por Liniers para acercarse fuerte, con la intención de entrar a él. Pero Beresford manifestó su voluntad de salir a recibirlo.

“El coronel Córdoba y el capitán Gutiérrez de la Concha, que avanzaban con sus tropas, solicitaron al general inglés y a sus soldados que dejaran el Fuerte. Beresford preguntó: '¿Quién garantiza la vida de mis soldados?' 'Yo, con la mía' replicó Concha" declara de la Quintana.

Beresford salió acompañado por de la Quintana, Mordeille, Gutiérrez de la Concha y el teniente de navío José de Córdoba, escoltado por una compañía de línea que avanzó los cincuenta metros que lo separaban de Liniers. (Paul Groussac difiere y dice que ni de la Concha ni Quintana, formaban parte de ese grupo que cruzó el puente levadizo del Fuerte). Era tanto el esfuerzo de ese día, para Beresford, que según los testigos, el rojo uniforme del general, pese al intenso frío, parecía negro por la transpiración. Para contener los ánimos de la muchedumbre que se agolpaba sobre los ingleses, Guitiérrez de la Concha (Córdoba para Groussac) gritó: “¡Pena de la vida al que insulte a las tropas británicas!". “Los soldados pasaron entre las tropas españolas" cuenta de la Quintana “que tuvieron dificultades para contener a la multitud”.

Liniers esperaba debajo de uno de los arcos del Cabildo. Se adelantó y abrazó cordialmente a Beresford y lo felicitó por su resistencia. Beresford, en francés, le aclaró a Liniers porque había izado la bandera española, quejándose por la conducta de las fuerzas patriotas ante la bandera de parlamento. Liniers se excusó de la conducta de su gente, atribuyéndola a la falta de conocimiento de las leyes de la guerra y agradeció su disposición. Tras una breve charla, en la que acordaron la forma en que se entregaría el Fuerte. Las tropas inglesas marcharían en formación hacía el Cabildo, donde entregarían las armas y banderas, y serían considerados prisioneros de guerra, para ser canjeados, de inmediato, por los oficiales ingleses, prisioneros bajo palabra de honor en Buenos Aires. Posteriormente, los ingleses se embarcarían para Inglaterra, en cumplimiento de este acuerdo.

Beresford regresó al fuerte y preparó a sus tropas para la rendición. A las tres de la tarde del 12 de agosto de 1806, con sus banderas desplegadas, el ejército inglés salió del Fuerte para su rendición. Encabezaba la marcha el glorioso regimiento 71 de Highlanders, el que ostentaba en su bandera el lema: “Siempre vencedor, nunca vencido". El 26 de abril de 1808, el regimiento recibiría su nueva bandera, en reemplazo de la tomada por las fuerzas patriotas en Buenos Aires, en custodia en el Convento de Santo Domingo. “Bravo 71°, el mundo conoce bien vuestra valiente conducta en la captura de Buenos Aires. Es bien conocido que defendisteis vuestra conquista con el máximo coraje, buena conducta y disciplina hasta el último extremo. Vuestro honor, 71°, permanece intacto" arengó el General Flayd en la ceremonia de entrega del nuevo distintivo.

(Tras la Reconquista, unos versos populares, con el título de "Epitafio al Regimiento 71", se distribuyeron por el Buenos Aires reconquistado, con evidente intención de mortificar al enemigo vencido:

Aquí yace el famoso Regimiento
nombrado del inglés setenta y uno
jamás vencido por enemigo alguno
que en lides mil salió con lucimiento
.)

"Nuestro pequeño ejército, reducido ahora a menos de mil mosquetes, formado en distintos cuerpos, marchó hasta frente al Cabildo, en la plaza principal, por entre dos filas irregulares" recuerda Gillespie “reclamando los oficiales después de franquear el puente levadizo, cuando vieron a nuestros valientes subordinados moverse hacia aquella prisión, cada hombre poniendo en tierra sus armas y sufriendo un riguroso registro antes de entra en ella. Muchos de ellos, al obedecer tal indicación, atestiguaban fuertemente sus sentimientos de indignación estrellando sus armas contra el suelo. Parecía que Liniers hubiese elegido esta guardia de honor para la ocasión ente las heces de sus tropas con objeto de mortificarnos".

Liniers los esperaba en el Cabildo, para asistir a la entrega de las armas. Beresford le entregó su espada, pero Liniers, en gesto caballeroso, lo rechazó. Esa escena es la que está reflejada en la escena pintada por el francés Charles Fouqueray, tela del año 1909, de 3,50 m por 2,50 m, en el Museo Histórico Nacional. En ella se observa, además de Liniers y Beresford, a Pueyrredón, Quintana, Gutiérrez de la Concha (a la derecha de Beresford), Raymond y Córdoba. Detrás de Beresford, está Dennis Pack, con el uniforme del regimiento 71 desgarrado y ensangrentados vendajes.

"La palabra de aquella desdichada mujer desterrada por el delito de Juana Shore, que antes se ha mencionado, dio a conocer un arrebato de orgullo patriótico al contemplar la vista humillante: 'Miren, miren, mis valientes muchachos, a qué cuadrilla de cobardes andrajosos se han entregado'" recuerda Gillespie.

"Si su intención era defender el Fuerte, no había peleado bastante, en cambio si su intención era capitular había peleado demasiado" resumió la jornada Dennis Pack, en una carta desde Luján a un amigo, censurando la actitud de su comandante, el general Beresford, amigo íntimo y futuro cuñado.

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Entre los hechos de ese día, cabe recordar lo sucedido con el Justina, el barco que el día anterior Liniers había tocado, con su cañón desde el Retiro. Los pocos barcos pequeños que les quedaban a los ingleses, se aproximaron lo que pudieron hacia la playa, para disparar a las tropas patriotas. Uno de esos barcos fue el Justina. “El día de nuestra rendición peleó bien y con sus cañones impidió todos los movimientos de los españoles no solamente por la playa, sino en las diferentes calles que ocupaban, también expuestas a su fuego" recuerda Gillespie "Este barco ofrece un fenómeno en los acontecimientos militares, el de haber sido abordado y tomado por caballería al terminar el 12 de agosto, a causa de una bajante súbita del río". El Justina se había acercado demasiado a la orilla, lo suficiente para quedar casi en seco, en una de las bajantes extraordinarias del Plata. El hecho fue aprovechado por un piquete de la caballería de Pueyrredón, entre los que estaba el futuro general Martín de Güemes, que abordaron y tomaron el buque, en lucha cuerpo a cuerpo.

Desde el río, Home Popham había asistido impotente a la reconquista. Trató de disimular el tenor de la victoria, en su parte al Secretario del Almirantazgo: “Espero que Sus Señorías me permitirán observar que, a pesar del chasco que nos hemos dado en la presente expedición, la conquista de Buenos Aires fue ejecutada de un modo altamente honorable a los talentos y carácter militar del general Beresford, y que la bien merecida fama de su ejército ha sido realzada con su conducta gallarda en la defensa de la plaza; mientras que el pérfido español hallará, por poco que piense, que su victoria ha sido adquirida con mengua de su honor".

Un mes después, en su edición del 11 de septiembre de 1806, The Times diría: “El ataque sobre Buenos Aires ha fracasado y hace ya tiempo que no queda un solo soldado británico en la parte española de Sudamérica. Este desastre es quizás el más grande que ha sufrido este país desde el comienzo de la guerra revolucionaria".

“A partir de la era del 12 de agosto de 1806, contemos su origen y carácter militar; desde ese día empezaron a conocer su propia importancia y su poder como pueblo, y aunque tengan poco motivo para regocijarse pro el triunfo sobre nada más que un regimiento efectivo, no obstante, el resultado les infundió una confianza general en sí mismos, un nuevo espíritu caballeresco entre todos y una conciencia de que eran no solamente iguales en valentía, sino superior en número a esas legiones más regulares con que habían cooperado y por la cuales hasta aquí habían sido mantenidos en sujeción tan largo tiempo" resumió con maestría el capitán Alexander Gillespie.

jueves, 12.08.1806 - la Reconquista

Santiago de Liniers había establecido el plan de ataque para el 12 de agosto de 1806, a las 12 del mediodía, para darle tiempo a Juan Martín de Pueyrredón a su reunión con Guillermo White. Si de esa reunión no salía nada vital para los planes de la Reconquista, el ejército marcharía en tres columna: la primera, la de Liniers, por la calle de la Merced (Reconquista); la segunda, al mando del capitán Gutiérrez de la Concha por Santísimia Trinidad (San Martín), ambas columnas atacando directamente la plaza. La tercera, al mando del coronel de dragones Agustín Pinedo, marcharía por la calle del Correo (Florida), envolviendo la plaza por las actuales calles Rivadavia, Yrigoyen, Bolívar y Defensa. Todas las columnas serían acompañadas por la artillería del Retiro y se dejaban libres las entradas por 25 de Mayo y Balcarce, dominadas por la artillería del Fuerte.

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"El alba del 12 nos mostró las iglesias y las casas llenas de gente, que solamente esperaba la aproximación de Liniers para cooperar en el alzamiento general" señala Alexander Gillespie "Las más de las primeras y todas las últimas dominaban nuestros bastiones del fuerte, y además dirigían los movimientos en las calles de las columnas que tenían debajo".

A primera hora de la mañana, los Miñones y los marineros de Mordeille habían aprovechado la neblina matutina y se habían acercado a metros de la plaza, acantonados en algunos edificios, desde donde empezaron el ataque, sin esperar la orden de Liniers. Eran las 9 de la mañana, cuando se lanzaron a atacar a las columnas inglesas.

"Eran más o menos las nueve y media cuando el enemigo mostró todas sus fuerzas, avanzando grupos considerables sobre nuestro flanco derecho, pasando otros por nuestro frente para ir hacia la izquierda, al mismo tiempo que atacaban de frente" señala Beresford.

"La batalla hacía estragos en todas las avenidas inmediatas al fuerte, pero siempre que un enemigo o boca de fuego se atrevían a combatir abiertamente con nosotros, eran felizmente batidos o tomados" dice Gillespie "tales glorias, sin embargo, se pagaron muy caras, porque finalmente no sirvieron de nada".

Las milicias avanzadas no querían abandonar las posiciones ganadas y demandaban municiones y refuerzos. Liniers tuvo que adelantar el avance y modificó el plan de ataque, lanzando la caballería de milicias de la Colonia y los dragones de Buenos Aires con la artillería, por la calle de Santo Cristo (25 de Mayo) y él mismo tomaba por la Merced (Reconquista) ubicándose en la plazoleta de la iglesia.

"En el transcurso de estos ataques el enemigo dirigió un fuego violento de fusil desde los techos de las iglesias y conventos que a pequeña distancia dominaban el Fuerte y la Plaza" describe Beresford "y a medida que era rechazado en las calles, intensificaba el fuego desde aquellos y desde las casas, que no sólo era más destructor para nosotros, sino de escaso riesgo para ellos".

"Teníamos orden de respetar los santuarios" dice Gillespie "pero se hicieron tan molestos por su fuego de cañoncitos y mosquetería, que no podíamos contenernos de retribuirles con iguales favores, lo que siempre producía una pausa momentánea. Con mi anteojo podía percibir el clero inferior particularmente activo en manejas sus armas y dirigir las tropas que tenían abajo".

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Mordeille y Pueyrredón acudieron a la cita en las Catalinas (aún hoy en pie, en la esquina de Viamonte y San Martín), pero White no se presentó. El ataque se había adelantado por su cuenta y los ingleses se encontraban sitiados por las milicias urbanas. Liniers y Pueyrredón le escribieron a White, informándole que acudieron a la cita en vano y proponían otro encuentro, tan pronto como fuera posible, en la casa de Capdevilla, a la orilla de al ciudad, a la hora que fijara White. Nunca se supo si recibió la carta. Y el propósito de esa entrevista quedó como uno de los grandes misterios de la historia nacional. Para algunos, lo más probable es que fuera la propuesta de un acuerdo de rendición de Beresford, lo suficientemente digno para ambas partes, evitando el derramamiento de sangre de ese día. Para otros historiadores, había una propuesta de Beresford de apoyo a la independencia, buscando dividir al grupo criollo del español, con o sin ayuda de Liniers, por eso la carta había sido dirigida a Pueyrredón.

Liniers estableció su estado mayor (Marcos y Antonio Balcarce, Quintana y Viamonte) en los atrios de la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced, aunque previamente se arrodilló frente al altar del santuario. Anteriormente, Liniers marchó por Reconquista, pasando por la casa de su amante Ana Perichón, entre Sarmiento y Corrientes, quien salió a saludarlo al balcón, arrojándole una flor que el militar recogió con su espada, entre las miradas socarronas de los vecinos.

Avanzado el ataque sobre el fuerte, con la ayuda del pueblo, se emplazó un cañón de 18 libras y un obús en Rivadavia y Perú y dos cañones de 4 libras en Yrigoyen y Perú; del otro flanco, un cañón de 18 libras y un obús en Reconquista y Perón (en la Merced) y un cañón de 4 libras en San Martín y Mitre. Desde esos puntos disparaban a las fuerzas inglesas en la plaza. Desde las torres de San Francisco y San Ignacio, las fuerzas de Liniers tiraban sobre el Fuerte.

Los ingleses resistían desde los altos del Cabildo, la azotea de la Recova y el frente de la Catedral, enfrentando el ataque combinado de seis columnas patriotas. La presión los hizo ir replegándose hacia el fuerte. Los primeros en retroceder fue el punto de la Catedral, ante la presión de la reserva del capitán Gutiérrez de la Concha y los voluntarios de González Vallejos. Les siguieron los hombres del Cabildo, por el ataque combinado, al sur de los blandengues y al norte de la reserva de Gutiérrez de la Concha.

"Nuestra última resistencia se hizo a las once, en la plaza del Mercado, donde el valiente regimiento 71 se formó con cañones en cada flanco y uno en el centro" anota Alexander Gillespie. La plaza del Mercado era la Recova, desde donde dirigía la defensa Beresford, impasible, con la espada debajo del brazo.
Ante el retroceso inglés, avanzan las fuerzas patriotas por el norte y el oeste, asistidos por los granaderos de Chopitea por San Francisco (Moreno) y los marineros del corsario Mordeille por el Hueco de las Ánimas (donde hoy está el Banco Nación).

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Al ver el retroceso del 71, camino a la Recova, Pueyrredón carga al frente de sus húsares, en una acción cruenta con bajas de ambos lados. El 71 no pudo resistir la carga y debió retrocederse. Pueyrredón arrebató la banderola del regimiento 71 de Highlanders al gaitero. Esa acción significó una afrenta personal para Dennis Pack, pues ese gaitero estaba a sus órdenes. La bandera del otro gaitero quedó en manos del mayor chileno Santiago Fernández de Lorca, de paso por Buenos Aires, que la devolvió años después al comandante en jefe del ejército británico, el duque de Cambridge. La bandera que arrebató Pueyrredón está en el Museo Histórico Nacional y una réplica de ella, está en el Museo Pueyrredón en San Isidro.

"Como finta para atraer al enemigo, tan inmensamente superior, el 71 retrocedió, pero sin su deseada consecuencia. Nada podía decidirlo a la lucha abierta con todo su número" describe Gillespie "Cada minuto disminuía el nuestro, y la humanidad exigía que hombres tan valientes no se expusieran como blanco a la puntería de una multitud sanguinaria aunque cobarde".

El edecán de Beresford, su amigo George William Kennet, cae herido mortalmente, al lado del general inglés. Casi al mismo tiempo, Liniers ve caer al suyo, el alférez de navío Fantín que perdería una pierna y moriría de tétanos días después. Conmocionado, pero sin perder su frialdad, Beresford ordena el repliegue hacia el Fuerte. "Varios oficiales habían caído, algunos estaban heridos y el puente levadizo estaba lleno con los que eran llevados en hombros de sus compañeros al fuerte. Una retirada inmediata dentro del fuerte se hizo pronto, después se cerró el portón y se emplazaron dos cañones adentro para defenderlo" cita Gillespie. Beresford es el último en cruzar el puente levadizo.

Algunos hechos heroicos se destacaron en el ataque desordenado de la multitud. Uno fue el de Manuela Pedraza, "la Tucumanesa", esposa de un cabo que entró a la plaza junto a su esposo y mató con sus propias manos al primer inglés que se le cruzó en el camino, siguiendo la lucha con los tiradores. Liniers la nombraría alférez, entregándole el fusil del inglés muerto y la recomendaría con el rey Carlos IV quien la nombró subteniente de infantería con uso de uniforme y goce de sueldo. Otro caso fue el de don Simón, enlazador de los mataderos, quien enlazó a dos soldados ingleses. Al quedar imposibilitado en la batalla, el gobierno le dio permiso para mendigar, convirtiéndose en uno de los mendigos más populares de Buenos Aires.

El pueblo se abalanzó sobre la plaza, empujando los murallones, con los marineros de Mordeille a la vanguardia, trayendo escalas para abordar los muros. "Así rodeados nuestros hombres, iban cayendo muy rápidamente, y no sólo sin poder lanzarse contra el enemigo, sino hasta sin verlo, y como a esta altura de los acontecimientos una prolongación de la resistencia únicamente podía servir para aumentar el número de nuestros muertos y heridos, y como, en el caso de haber sido posible una retirada, yo no podía pensar en dejar que fuesen ultimados los numerosos heridos que yo tenía, resolví izar la bandera de parlamento, que lo fue en el Fuerte" confiesa Beresford. "... izamos bandera de parlamento, que fue admitido por el enemigo en el intervalo, siempre consagrado a la paz, su ejército se precipitó como torrente a la gran plaza, que teníamos por delante, prorrumpiendo en el alarido más horrendo y arrastrando muchos cañones que emplazaron a cincuenta pasos del portón" certifica Gillespie.

Eran las 12 del mediodía del 12 de agosto de 1806. La bandera de la "Union Yack" habían ondeado por última vez en Buenos Aires.

11.8.06

miércoles, 11.08.1806 - la entrevista

Aquella misma noche, Guillermo White, espía de Beresford, redactó una nota a Pueyrredón, entregada por un emisario en el Retiro. "He tenido por conveniente mandar a V. el portador de éste, con el único objeto de instruirle que tengo que comunicarle algo muy interesante. V. conoce los medios necesarios para que se logre este fin deseado; y de consiguiente no añado más que tal es mi confianza en su honor que iré a cualquier paraje indicado por V. y entre los límites de la tropa Española para ser desde allí transportado por un salvoconducto al lugar donde V. me espere, confiando siempre en la garantía por la seguridad de mi persona" .

Pueyrredón, quien abrió la carta frente a Liniers, contestó esa misma noche: "A más de que mi palabra de honor sería siempre segura garantía para la persona de Vmd., mi General ha querido bien empeñar la suya. Mañana a las nueve de la mañana pasará a recibir a Vmd. En la plazuela de las Catalinas, nuestro amigo Mordeill acompañado de cuatro hombres, y yo esperaré algo más atrás.
No tengo más que ofrecerme a la disposición de Vmd. Quedando con la mayor consideración su más atento servidor QBS.
J. Martín de Pueyrredón - Santiago Liniers
P.S. Mr. Mordeill vous fait savoir qu'il est &, será toujours votre ami
Mordeill
Campo del Retiro a 11 de agosto de 1806"

miércoles, 11.08.1806 - la hora de las armas

En la madrugada, llegaron al Retiro, las fuerzas de la Reconquista. "Liniers avanzó con toda su fuerza contra un sargento y diez y siete hombres, que eran lo más imprudentemente nuestro número total acantonados en el Retiro" cita Alexander Gillespie. Una compañía del Fijo vence a la guardia inglesa y se posesiona del Retiro, adonde llega Liniers quien emplaza dos obuses y tres cañones, más otras dos piezas de 18 libras que había ordenado previamente sacar de las cañoneras de Las Conchas, llegada por la mañana.

Dada la importancia estratégica que tenía el Retiro, Beresfordintenta la recaptura, enviando un grupo de 300 hombres, por las actuales calles Florida y San Martín, "pero a mi llegada cerca del lugar, viendo que el enemigo estaba en posesión de él, y después de un cañoneo en las calles entre sus cañones y los nuestros, no teniendo yo otro objetivo a la vista, ordené que regresaran".

La infantería de Liniers rodeó la ciudad, cortando los víveres al ejército inglés. Ese mismo día, se unió a los patriotas, en el Retiro, el batallón "La Unión" , formado en secreto por Sentenach y Fornagueira. Martín Rodríguez reconoció el terreno, entrando por varios puntos de la ciudad, llegando un día hasta la iglesia de San Miguel.

"Toda la tarde del domingo y todo el lunes 11 de agosto se combatió mucho en las calles, con fuertes pérdidas para ambas partes. Nunca se mostró por nuestros soldados valor más perseverante pero inútil contra huestes de antagonistas invisibles y otros pocos que eran más dignos de medirse con ellos" anota Gillespie con tono funesto. "Estos detalles pueden ser muy fastidiosos, por tanto me apresuro, dando los de otro día, que fue el golpe de muerte para nuestro breve reinado en América del Sur". "Por lo aconteció en este día pareció manifiesto que ya (...) debía tener en contra a toda la población de la ciudad" completa William Carr Beresford.


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A las 11 de la mañana, Liniers personalmente prueba una de las piezas de 18 libras que había hecho colocar en la barranca del Retiro (frente al actual edificio Kavanagh). En la primer ocasión le pega al casco de una cañonera; en el segundo intento le da a la "Justina", un barco mercante armado por los ingleses ("había un buque mercante en este tiempo que se había acercado a la ciudad para traficar, que nos fue de utilidad esencial"), pegándole al mástil de la mesana, "donde tremolaba la bandera británica que cayó al agua: feliz pronóstico del aje que debía recibir al día siguiente" anota Liniers. Efectivamente, algo de profecía oscura tendría el suceso para el navío "Justina" que sería protagonista de un raro hecho militar, al día siguiente.

El día transcurrió con combates callejeros, en medio de un frío intenso, que hizo más oscura la noche para la tropa que no había recibido raciones de carne. Home Popham desembarcó y convino con Beresford que abandonaría la ciudad al día siguiente, para marchar a Ensenada y allí embarcar. Evacuaron a los enfermos y heridos, pero no pudieron hacer lo mismo con las mujeres y niños por la falta de botes. Popham regresó a su buque, a la tarde. Beresford no sabía que era su última oportunidad de embarcarse. Esa noche, el cuerpo de Miñones se distinguió, auxiliados por la población, pasaron de azotea en azotea, eliminando los piquetes ingleses, hasta llegar a un par de cuadras de la plaza. Esa noche, la casa de don Miguel de Azcuénaga, frente al Fuerte, fue saqueada por los ingleses.

"Durante toda la noche del 11 un ladrar constante de perros se oyó en dirección al Retiro y su vecindad" recuerda Alexander Gillespie "que indicaba algunos movimientos extraordinarios".

10.8.06

martes, 10.08.1806 - los pibes de Buenos Aires

"Al instante de recibida esta carta me puse en marcha para atacar el Retiro, lo que efectué a las cinco" escribe en su parte Santiago de Liniers, tras la respuesta de Beresford, "por el camino que conduce de Miserere al Retiro, entre quintas y albardones y bastantes pantanos, lo que hubiera atrasado infinito mi marcha si una multitud de pueblo no se hubiese arrimado a la artillería para arrastrarla". En especial se destacaron los chicos de Buenos Aires: "Viéronse a niños de 8 y 10 años concurrir al auxilio de nuestra artillería y asidos a los cañones y hacerlos volar hasta presentar con ellos en medio de los fuegos; desgarrar más de una vez la misma ropa que los cubría para prestar lo necesario al mismo fuego del cañón; corres intrépidos al alcance de los conquistadores y estimando en nada su edad preciosa desafiar las balas enemigas, sin que los turbase la pérdida de otros compañeros a quienes tocó en suerte ser víctimas tiernas del heroísmo de la Infancia" declara un oficio del Cabildo.

martes, 10.08.1806 - los aprontes del combate

El capitán Larrañaga celebró misa al aire libre, en el centro de las tropas formadas, tras la cual, alrededor de las 10 de la mañana, se dio la orden de marchar a los Corrales de Miserere, donde se uniría Olavarría con 100 blandengues, 150 voluntarios a pie y otros 150 a caballo, provenientes de Luján. Formó para batalla, esperando el ataque inglés que no llegó. Por lo tanto, decidió enviar a su ayudante Hilarión de la Quintana con la intimación de una rendición. Quintana llegó a las dos de la tarde, a la Plaza Mayor; Beresford estaba reunido con los cónsules del Tribunal de Comercio y el obispo Lué, a quienes convocó para llegar a un acuerdo, sin enfrentamientos sangrientos. Algunas versiones aseguran que Beresford buscaba un acuerdo con Pueyrredón, buscando su regreso a la ciudad, pidiéndole al obispo que se encargara del tema. Se adujo que Pueyrredón no modificaría su posición, enojado porque Popham le había incautado uno de sus barcos (posiblemente, el Santo Cristo del Grao, llegado el 24 de julio al puerto). Beresford propuso devolver el barco.

Quintana, tras quince minutos sin ser recibido, volvió a su campamento. Liniers lo despachó nuevamente, con la orden de que si no era recibido, "ya no volvería más y que se estuviesen a las resultas". Ahora, sí, Quintana fue recibido de inmediato por Beresford.

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La intimación decía:
"Excmo. Señor Mayor general don Guillermo Carr Beresford
Exmo.Señor: La suerte de las armas es variable; hace poco más de un mes que V.E. entró en esta capital, arrojándose con un cortísimo número de tropas a atacar una inmensa populación a quien seguramente faltó más la dirección que el valor para oponerse a su intento; pero en el día, penetrada del más alto entusiasmo para sacudir una dominación que le es odiosa, se halla pronto a demostrarle que el valor que han mostrado los habitantes del Ferrol, de Canarias y de Puerto Rico, no es extraño a los de Buenos Aires. Vengo a la cabeza de tropas regladas muy superiores a las del mando de V.E. y que no le ceden en instrucción y disciplina; mis fuerzas de mar van a dominar las Balizas, y no le dejarán recurso para emprender una retirada. La justa estimación debida al valor de V.E., la generosidad de la Nación Española y el horror que inspira a la humanidad la destrucción de los hombres, meros instrumentos de los que con justicia, o sin ella, emprenden la guerra, me estimulan a dirigir a V.E. este aviso, para que impuesto del peligro sin curso en que se encuentra, me avise en el preciso término de 15 minutos, si se halla dispuesto al partido esperado de librar su tropas a una total destrucción, o de entregarse a la discreción de un enemigo generoso. Nuestro Señor guarde a V.E. muchos años.
El ejército Español en las inmediaciones de Buenos Aires, 10 de agosto de 1806.
Excmo. Señor Santiago de Liniers"
.

Beresford respondió con la siguiente carta:

"Buenos Aires, 10 de agosto de 1806. He recibido su Oficio, y convengo en que la fortuna de las armas es variable; no pongo en duda que Ud. Tiene la superioridad respecto al número; y que la comparación de la disciplina es inútil; tampoco he consentido jamás haber entrado en este Pueblo sin oposición; pues para efectuarlo me ha sido preciso batir al enemigo dos veces, y al mismo tiempo que he deseado siempre el buen nombre de mi Patria, he tratado también de conservar la estimación y el buen concepto de las tropas que se hallan bajo mis órdenes: en esta inteligencia solamente le digo, que me defenderé hasta el caso que me indique la prudencia para evitar las calamidades que pueden recaer sobre este Pueblo, que nadie las sentirá más que yo, de las cuales estarán bien libres si todos sus habitantes proceden conforme a la buena fe.
Besa las manos de Ud.
Guillermo Carr Berresford, Mayor General Inglés."


Las cartas estaban jugadas. No habría una solución amistosa. El destino de Buenos Aires se decidiría en el campo de batalla.

9.8.06

lunes 09.08.06 - la muerte de un hombre

Uno de los prisioneros tomado en Perdriel por los ingleses, fue Miguel Skenon, (“un alemán católico romano que se nos había desertado previamente” lo define Alexander Gillespie). En la lucha, sirviendo como artillero con los criollos, se mantuvo firme en su puesto, hasta que tuvo que rendirse con su cañón. Llevado a Buenos Aires, fue juzgado por un consejo de guerra y condenado a muerte. Fue fusilado el 9 de agosto, en Buenos Aires, ante el regimiento 71 formado, con la asistencia espiritual del obispo Benito de Lué y Riega. “Antes de la ejecución el obispo en persona le administró el sacramento y le ofendió mucho que la guardia no se sacase las gorras durante la ceremonia, y aún la seguridad que se le dio de que tal deferencia era contraria a nuestros reglamentos militares, no mitigó de ningún modo la omisión” escribe Gillespie. “Aquella víctima afrontó su destino con firmeza y su ansioso pedido último fue que sus padres lo ignorasen siempre”.

lunes, 09.08.1806 - invasor cercado

En la tarde del 9, proveniente de San Isidro, llega Santiago de Liniers a la Chacarita de los Colegiales (el actual Cementerio de la Chacarita).

Beresford empezó a verse acorralado en la ciudad que, abiertamente, saboteaba a los ingleses: "la disposición de la ciudad comenzó a asumir una apariencia más sospechosa, tornándose difícil conseguir víveres o artículos de cualquier clase, no existiendo forma de obtenerlos ni en cantidades mínimas".

Prudentemente, Beresford examinó su escape hacia la Ensenada, pero el camino estaba intransitable por las lluvias. Home Popham tenía otras ideas: en una reunión propuso saquear la ciudad y reembarcarse en cuanto fuera posible. Beresford lo rechazó airadamente. "Dejaría de ser soldado, para ser pirata si pensara como usted" contestó el general inglés. En esa sesión, Beresford decide ocupar y defender la Plaza Mayor. Concentrar todas las tropas en la Recova, cubrir la retaguardia con el Fuerte y defender los flancos con la artillería. Adrede deja desguarnecido las calles de la Santísima Trinidad (Bolivar) y del Cabildo (Hipólito Yrigoyen) para que las fuerzas patriotas cayeran en la trampa y pueda barrerlos con un intenso fuego cruzado. Da las órdenes para que, durante la noche, evacuasen a los enfermos, heridos, mujeres y niños, previendo el final. En su mente, Beresford debe tener presente el informe técnico que remitiera a sus jefes, prediciendo que el Fuerte no podría sostener un día, un ataque serio desde las casas de altos que lo circundan.

8.8.06

domingo, 08.08.1806 - siempre que llovió, paró

Finalmente, para la lluvia. Beresford salió con el teniente coronel Dennis Pack "para comprobar si era posible marchar contra el enemigo, pero vi que era absolutamente imposible" escribe Beresford. También la lluvia retrasó la salida de Santiago de Liniers de San Isidro, para la mañana del 8.

7.8.06

sábado, 07.08.1806 – las tropas

Las fuerzas que comandaba Liniers se componía de poco más de 500 hombres pertenecientes a las tropas de línea (una compañía de artillería comandada por Agustini; otra de granaderos, infantería de Buenos Aires, “El Fijo”, enviada como refuerzo a Montevideo desde Buenos Aires, antes de la llegada de los ingleses, comandada por Gómez; 3 compañías de Dragones de Buenos Aires al mando de Pinedo y 2 compañías de Blandengues de Buenos Aires). Era el núcleo profesional que había solicitado Liniers porque, como lo escribiera Paul Groussac “las batallas se ganan con regimientos, no con multitudes”.

Cerca de 400 voluntarios acompañaron a las tropas: dos compañías de infantería de Montevideo (al mando de Chopitea y Balbín), otras dos de caballería de la Colonia (al mando de Chain y García) y una de voluntarios catalanes (también llamados miñones o migueletes) al mando del capitán Bufarull. Estos últimos fueron financiados por el catalán Miguel Ángel Viladerbó quien proporcionó los uniformes y monturas; además, Viladerbó se lució reuniendo, en poco días, 48 mil para gastos generales.

A estos hombres deben agregarse los 73 marineros franceses de la tripulación del Dromedario, comandados por el valiente corsario Hipólito Mordeille (alías, Maincourt o el Manco, porque había perdido un brazo), de notable actuación en la Reconquista. No resistimos la tentación de reproducir el comentario de Paul Groussac: “El historiador Mitre escribe Mordell, como si el apellido fuera catalán”. Orgullo de compatriota y tiro directo a Bartolomé Mitre, con quien tendría una célebre polémica historiográfica por el ataque a Santo Domingo en la Defensa de 1807.

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Cerremos el recuerdo de los hombres que retomarían Buenos Aires con las palabras de Groussac: “se alcanza el gran total de 1.300 hombres para la División que marchó sobre Buenos Aires”.

6.8.06

viernes, 06.08.1806 – esperando la batalla

“El día 6, siguiendo el temporal determiné alojar al Ejército en el Pueblo, tanto para darle descanso como para limpiar las armas”
SANTIAGO DE LINIERS

viernes, 06.08.1806 - Anita Perichón

Vale hacer un aparte para contar la historia de Anita Perichón, la "petaquita" como la llamaba Santiago de Liniers, la “Perichona” como la llamaban sus detractores. Hija de Armando Esteban Perichón de Vandeuil, comerciante que vino de la isla Mauricio con su esposa y sus cuatro hijos. Una de ellas era Anita, muy bonita y de gran educación, quien se casó con el irlandés Tomás O'Gorman. Enfrentada al grupo español, la familia Perichón tenía buenos contactos con los grupos independentistas y con los espías ingleses, como Guillermo White. Durante la ocupación inglesa, Anita tuvo muy buena llegada (para algunos más que eso) con Beresford. Su desprestigiado marido, colaborador de Beresford en la ocupación, fugó a Río Grande tras la Reconquista, volviendo a Buenos Aires cuando Liniers se convirtió en virrey. Liniers (recordemos que estaba viudo entonces) convivió con Anita en su casa de la esquina de Reconquista y Corrientes, sumándole el escándalo a su ya desprestigiada gestión como virrey, por el grado de corrupción consentido por el héroe de la Reconquista. Para zafar del escándalo, Liniers envió a Anita a Río, donde se hizo amante de Lord Strangford, ministro inglés. Se ganó el odio de la infanta Carlota que logró que la desterrara el gobierno español. Tras varios intentos fallidos, en noviembre de 1810, la Junta de Gobierno permitió que desembarcara en Buenos Aires, para radicarse en una casa quinta fuera de la ciudad. Su nieta también quedaría en la historia argentina: no era otra que Camila O'Gorman.

5.8.06

jueves, 05.08.1806 - entrada en San Isidro

“Me dirigí al Pueblo de San Isidro que atravesamos a las aclamaciones de todo él” cuenta Santiago de Liniers “acampé la tropa en un hermoso sitio, pero la noche fue cruel de viento y agua que mi gente sufrió con mucha constancia”.

En San Isidro nombra al capitán Gutiérrez de la Concha, segundo jefe de la expedición, a Juan Martín de Pueyrredón comandante general de todos los voluntarios de caballería y a Martín Rodríguez, quien se presentó con los dispersos en Perdriel, jefe de servicios de exploraciones.

El temporal arreciaba (echando a pique cinco lanchas cañoneras inglesas, "felizmente para él" alude Alexander Gillespie a Liniers "(esa guardia naval) fue casi aniquilada una noche por un horroroso pampero, que hundió a todas con excepción de dos, dejándolas inutilizadas"). Las milicias se tomaron el día para limpiar el armamento y prepararse para un combate que se creía inminente, según los informes traídos por el alférez Terrada, provenientes de Sentenach.

La versión era más que un rumor. Beresford tenía intenciones de enfrentar a las fuerzas de Liniers: "Siempre fue mi intención atacar al enemigo en campo abierto, donde únicamente podían dar su resultado completo la superior disciplina y valor de nuestros soldados; y aunque estaba deseoso de hacerlo en esos momentos y antes de que aumentasen sus efectivos, me vi impedido por una fuerte lluvia que se produjo antes de que yo tuviese plena seguridad del lugar en donde habían desembarcado".

4.8.06

miércoles, 04.08.1806 - desembarca la Reconquista

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La niebla y el río alto (por la sudestada) facilitó a Santiago de Liniers el paso, casi directamente por el banco de Las Palmas, en el Plata, sin que los ingleses pudieran verlo. "Al amanecer descubrimos Buenos Aires y los buques enemigos fondeados fuera del banco de la ciudad" cita Liniers. El fuerte oleaje que hubiera dificultado la navegación, lo convenció de buscar refugio en el abrigado puerto de Las Conchas, donde desembarcó a las 9 de la mañana del 4 de agosto, frente a la quinta de Goyeneche (hoy, el Museo de la Reconquista en Tigre). Con la ayuda de los paisanos de Juan Martín de Pueyrredón, "en menos de una hora tuve toda la tropa y la artillería en tierra" .

Beresford confiaba en que la escuadra inglesa impediría el paso de Liniers dándole tiempo a que vinieran los refuerzos ingleses: "esperé confiado en que los días siguientes nos asegurarían tranquilidad durante un cierto tiempo, de la que podía disfrutar hasta nos llegasen los refuerzos de Inglaterra o del Cabo" . "Quedé defraudado cuando en la mañana del día 4 fueron visto desde la ciudad algunas embarcaciones que doblaban la punta de San Isidro hacia Las Conchas, que demostraba ser la retaguardia de la flotilla enemiga salida de Colonia en la tarde del día 3, y que con viento fresco realizó felizmente la travesía durante la noche y sin oposición" escribiría el general Beresford.

No parece estar exento de responsabilidad, la actitud de Home Popham, en la frustrada intercepción inglesa a las fuerzas de Liniers, al no anticipar el cruce enemigo y disponer de la suficiente cantidad de navíos de poco calado para batir la escuadra del capitán Gutiérrez de la Concha. En su descargo, Popham tenía pocos hombres a cargo, pues 300 hombres de sus hombres estaban en tierra con Beresford y debía cubrir, también, el fuerte de Ensenada. Sólo el Encounter tenía las características necesarios para maniobrar en el río. No obstante, cabe anotar el comentario del capitán Alexander Gillespie: "En este momento crítico, cualquier demostración en el río hubiera puesto en peligro la confianza del enemigo y distraídolo entretanto de su objetivo. No conociendo los medios de que disponía sir Home Popham para haber reparado nuestro último desastre naval, solamente lamentaré que sus recursos mentales de ninguna manera estuvieran a la altura de la dificultad y que sus esfuerzos profesionales en esta hora de peligro estuvieran muy por debajo de la expectativa general, de la alta importancia del riesgo del asunto, y tal como se había esperado de sus sentimientos de responsabilidad final".

3.8.06

martes, 03.08.1806 - zarpan de Colonia

"El día 3 del corriente, después de haber espantado una fragata que amaneció casi en calma a la boca del puerto; el viento fue refrescando por el E. y N:E., y las lanchas que habían salido a batir a la fragata quedaron sobre la isla de San Gabriel, en cuyo paraje nos incorporamos con ellas todas las zumacas y lanchas de transporte con todo la tropa; a las cuatro y media de la tarde habiendo arreglado algunos transbordos, dimos a la vela a las seis" escribe Santiago de Liniers.

La expedición zarpa de Colonia con rumbo al puerto de Olivos, punto de encuentro con los hombres de Pueyrredón, por ser el lugar más cercano a Perdriel.

La Reconquista está en marcha.

martes, 03.08.1806 - explosión en Flores

Como resultado de la inteligencia británica, a partir de los hechos en Perdriel, los invasores descubrieron la existencia de un polvorín clandestino en San José de Flores, conducido por el fraile Pedro Agustín Cueli.

Beresford envió una patrulla para apropiarse de la pólvora y conducirla a la ciudad, en carretas facilitadas por el Cabildo que recibió una fuerte reprimenda del gobernador por haber ocultado la existencia del polvorín.

La rutinaria operación terminó trágicamente, por la impericia británica, causando varias bajas en el invasor, accidente que fue recibido con sonrisas socarronas por los porteños.

Los ingleses empezaban a comprender que su posición en la ciudad estaba seriamente comprometida, de no llegar los refuerzos del otro lado del Atlántico. "La dispersión de su ejército en Perdriel, el 2 de agosto, tuvo un efecto evidente en los sentimientos de todos los rangos durante los tres días siguientes. señala Gillespie "Fueron desusualmente civiles, pero después de saber que ninguna pérdida seria había resultado, cada uno asumió un grado de insolencia desdeñosa, exigiendo la vereda y otros ejemplos de pequeños insultos".

2.8.06

lunes, 02.08.1806 - el día después

La tensión se adivinaba en el aire porteño. Alexander Gillespie, Comisario de Prisioneros, ordenó la detención del brigadier José Ignacio de la Quintana para interrogarlo por la sospechosa ausencia de los oficiales españoles (que debían reportarse diariamente). Los cabildantes intercedieron para su liberación.

lunes, 02.08.1806 - Dios te guarde marqués

Echando mano aún a los presos de la cárcel, Sobremonte reunió 600 cordobeses, otros tanto paraguayos, mil voluntarios sin instrucción militar, 400 blandengues y dragones, cerca de 2500 hombres, con los que marchó a Buenos Aires, el 2 de agosto. Previamente, el Cabildo de Córdoba le solicitó, encarecidamente, que recapacitara y no se expusiera a encabezar personalmente la expedición, porque su arrojo podría llevarle a la muerte o a ser tomado prisionero, con lo que el Virreinato quedaría sin cabeza. Sobremonte hizo oídos sordos al pedido. El destino indicaría que tal precaución del Cabildo cordobés era innecesaria.

"Desde que se supo en Buenos Aires que venía Sobremonte no cesaron los porteños de tomarles el pelo a los cordobeses" escribe el historiador Carlos Roberts.

1.8.06

domingo, 01.08.1806 – proclama

Don Santiago Liniers y Bremond.

Caballero de la Orden de San Juan, Capitán de Navío de la Real Armada y Comandante General de las fuerzas de mar y tierra destinadas para la reconquista de Buenos aires
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Previene a todos los cuerpos que componen el del ejército que tiene el honor de mandar para la gloriosa hazaña de la reconquista de Buenos Aires, que esta tarde, permitiéndolo el viento, se embarcarán para pasar a la Costa del Sur, que no duda un solo momento del ardor, patriotismo e intrepidez de los valerosos Oficiales, Cadetes, Sargentos, Cabos, Soldados y Voluntarios que lo componen; pero que si, contra su esperanza, algunos olvidados de sus principios, volvían la cara al enemigo, estén en la inteligencia que habrá un cañón a retaguardia cargado de metralla, con orden de hacer fuego sobre los cobardes fugitivos.

El valor sin disciplina no conduce más que a una inmediata ruina, las fuerzas concentradas y subordinadas a la voz de los que la dirigen, es el más seguro medio de conseguir la victoria; por tanto prevengo y mando, bajo las penas más ejecutivas de la Ordenanza para estos casos.

Si llegamos a vencer, como lo espero, a los enemigos de nuestra Patria, acordáos Soldados que los vínculos de la Nación Española son de reñir con intrepidez, como triunfar con humanidad: el enemigo vencido es nuestro hermano, y la Religión y la generosidad de todo buen español le hace como tan natural estos principios, que tendría rubor de encarecerlos.

Si el buen orden, la disciplina y el buen trato deben observares para antes y después de la victoria, rescatado Buenos Aires debemos conducirnos con el mayor recato, y que no se diga que lo amigos han causado más disturbios en la tranquilidad pública, que los enemigos, pues si debe castigar algunos traidores a la Patria, vivan seguros, que lo estarán ejecutivamente por las autoridades constituidas para entender de semejantes delitos.

Por tanto espero de todos mis amados Compañeros de armas que me darán la gloria de poder exaltar a lo pies del Trono de nuestro amado soberano tantos los rasgos de su valor, como su moderación y acrisolada conducta.

domingo, 01.08.1806 – Perdriel

Alrededor de las dos de la mañana, algunos porteños pudieron espiar, por los postigos entreabiertos, el paso de los cañones ingleses saliendo de la ciudad. Iban guiados por el traidor Francisco González que extravió dos veces el rumbo hacia Perdriel, por lo “no puede llegar al enemigo antes de las ocho” como escribiera Beresford. “Aunque mis hombres no habían hecho un solo alto desde que salieron de la ciudad, estaban tan ansiosos de atacar al enemigo, que inmediatamente tomé mis disposiciones para el ataque” señala Beresford.

Enfrente, los 800 paisanos de Antonio Olavarría y Juan Martín de Pueyrredón, mal armados y peor disciplinados. “El enemigo daba frecuente vítores a medida que nos aproximábamos” escribe Beresford “y abrió fuego de cañón, pero su resistencia no estaba en relación con el aspecto que presentaba: su línea frontal se deshizo en muy poco tiempo, y en menos de veinte minutos pudimos ver su dispersa caballería revolotear a nuestro alrededor fuera de la distancia de tiro. La falta de caballería me impidió obtener una ventaja completa de nuestro éxito”.

“Esa escaramuza no fue notable sino por el atrevido ataque de dos hombres de las filas enemigas, mientras los nuestros avanzaban, contra la persona de aquel jefe (Beresford)” señala por su parte Alexander Gillespie. “Estando bien montados, ganaron desapercibidos la retaguardia del flanco derecho del regimiento 71, y luego dieron una carga furiosa en línea recta hacia el general, cuyos asistentes ocurría se hallaban entonces algo distantes; pero el capitán Arburthnot que estaba cerca contuvo a uno de ellos. El otro, sin embargo, persistió todavía, y hubiera asestado el golpe fatal si el coronel Pack, con su calma habitual, no le hubiese prevenido hasta que el teniente Mitchell ordenó a unas pocas hileras de sus granaderos romper el fuego, que echó por tierra a aquel atrevido aventurero con su caballo”.

Ese “atrevido aventurero”, no era otro que Pueyrredón que arremetió contra los ingleses con valor y hubiera acabado con Beresford si Mitchell no hubiera matado a su caballo. Cercado por los ingleses, parecía el fin de Pueyrredón, pero Beresford no pudo desenvainar su espada (“por la herrumbre, no salía de su vaina” anota Gillespie). Un audaz jinete embistió a los ingleses y rescató a Pueyrredón, alzándolo sobre la grupa de su montado, acción que llenó de admiración a los británicos por la eximia pericia del jinete. El héroe de la jornada fue don Lorenzo López, alcalde de los pagos de Pilar.

Los criollos se dispersaron y los ingleses volvieron a la ciudad. Cargaron con 22 bajas en la escaramuza que no representó gran cosa en términos militares.

Al atardecer, Beresford regresó con sus hombres a la ciudad, felicitado por los simpatizantes de la ocupación británica.