jueves, 12.08.1806 - la Reconquista
Santiago de Liniers había establecido el plan de ataque para el 12 de agosto de 1806, a las 12 del mediodía, para darle tiempo a Juan Martín de Pueyrredón a su reunión con Guillermo White. Si de esa reunión no salía nada vital para los planes de la Reconquista, el ejército marcharía en tres columna: la primera, la de Liniers, por la calle de la Merced (Reconquista); la segunda, al mando del capitán Gutiérrez de la Concha por Santísimia Trinidad (San Martín), ambas columnas atacando directamente la plaza. La tercera, al mando del coronel de dragones Agustín Pinedo, marcharía por la calle del Correo (Florida), envolviendo la plaza por las actuales calles Rivadavia, Yrigoyen, Bolívar y Defensa. Todas las columnas serían acompañadas por la artillería del Retiro y se dejaban libres las entradas por 25 de Mayo y Balcarce, dominadas por la artillería del Fuerte.
"El alba del 12 nos mostró las iglesias y las casas llenas de gente, que solamente esperaba la aproximación de Liniers para cooperar en el alzamiento general" señala Alexander Gillespie "Las más de las primeras y todas las últimas dominaban nuestros bastiones del fuerte, y además dirigían los movimientos en las calles de las columnas que tenían debajo".
A primera hora de la mañana, los Miñones y los marineros de Mordeille habían aprovechado la neblina matutina y se habían acercado a metros de la plaza, acantonados en algunos edificios, desde donde empezaron el ataque, sin esperar la orden de Liniers. Eran las 9 de la mañana, cuando se lanzaron a atacar a las columnas inglesas.
"Eran más o menos las nueve y media cuando el enemigo mostró todas sus fuerzas, avanzando grupos considerables sobre nuestro flanco derecho, pasando otros por nuestro frente para ir hacia la izquierda, al mismo tiempo que atacaban de frente" señala Beresford.
"La batalla hacía estragos en todas las avenidas inmediatas al fuerte, pero siempre que un enemigo o boca de fuego se atrevían a combatir abiertamente con nosotros, eran felizmente batidos o tomados" dice Gillespie "tales glorias, sin embargo, se pagaron muy caras, porque finalmente no sirvieron de nada".
Las milicias avanzadas no querían abandonar las posiciones ganadas y demandaban municiones y refuerzos. Liniers tuvo que adelantar el avance y modificó el plan de ataque, lanzando la caballería de milicias de la Colonia y los dragones de Buenos Aires con la artillería, por la calle de Santo Cristo (25 de Mayo) y él mismo tomaba por la Merced (Reconquista) ubicándose en la plazoleta de la iglesia.
"En el transcurso de estos ataques el enemigo dirigió un fuego violento de fusil desde los techos de las iglesias y conventos que a pequeña distancia dominaban el Fuerte y la Plaza" describe Beresford "y a medida que era rechazado en las calles, intensificaba el fuego desde aquellos y desde las casas, que no sólo era más destructor para nosotros, sino de escaso riesgo para ellos".
"Teníamos orden de respetar los santuarios" dice Gillespie "pero se hicieron tan molestos por su fuego de cañoncitos y mosquetería, que no podíamos contenernos de retribuirles con iguales favores, lo que siempre producía una pausa momentánea. Con mi anteojo podía percibir el clero inferior particularmente activo en manejas sus armas y dirigir las tropas que tenían abajo".
Mordeille y Pueyrredón acudieron a la cita en las Catalinas (aún hoy en pie, en la esquina de Viamonte y San Martín), pero White no se presentó. El ataque se había adelantado por su cuenta y los ingleses se encontraban sitiados por las milicias urbanas. Liniers y Pueyrredón le escribieron a White, informándole que acudieron a la cita en vano y proponían otro encuentro, tan pronto como fuera posible, en la casa de Capdevilla, a la orilla de al ciudad, a la hora que fijara White. Nunca se supo si recibió la carta. Y el propósito de esa entrevista quedó como uno de los grandes misterios de la historia nacional. Para algunos, lo más probable es que fuera la propuesta de un acuerdo de rendición de Beresford, lo suficientemente digno para ambas partes, evitando el derramamiento de sangre de ese día. Para otros historiadores, había una propuesta de Beresford de apoyo a la independencia, buscando dividir al grupo criollo del español, con o sin ayuda de Liniers, por eso la carta había sido dirigida a Pueyrredón.
Liniers estableció su estado mayor (Marcos y Antonio Balcarce, Quintana y Viamonte) en los atrios de la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced, aunque previamente se arrodilló frente al altar del santuario. Anteriormente, Liniers marchó por Reconquista, pasando por la casa de su amante Ana Perichón, entre Sarmiento y Corrientes, quien salió a saludarlo al balcón, arrojándole una flor que el militar recogió con su espada, entre las miradas socarronas de los vecinos.
Avanzado el ataque sobre el fuerte, con la ayuda del pueblo, se emplazó un cañón de 18 libras y un obús en Rivadavia y Perú y dos cañones de 4 libras en Yrigoyen y Perú; del otro flanco, un cañón de 18 libras y un obús en Reconquista y Perón (en la Merced) y un cañón de 4 libras en San Martín y Mitre. Desde esos puntos disparaban a las fuerzas inglesas en la plaza. Desde las torres de San Francisco y San Ignacio, las fuerzas de Liniers tiraban sobre el Fuerte.
Los ingleses resistían desde los altos del Cabildo, la azotea de la Recova y el frente de la Catedral, enfrentando el ataque combinado de seis columnas patriotas. La presión los hizo ir replegándose hacia el fuerte. Los primeros en retroceder fue el punto de la Catedral, ante la presión de la reserva del capitán Gutiérrez de la Concha y los voluntarios de González Vallejos. Les siguieron los hombres del Cabildo, por el ataque combinado, al sur de los blandengues y al norte de la reserva de Gutiérrez de la Concha.
"Nuestra última resistencia se hizo a las once, en la plaza del Mercado, donde el valiente regimiento 71 se formó con cañones en cada flanco y uno en el centro" anota Alexander Gillespie. La plaza del Mercado era la Recova, desde donde dirigía la defensa Beresford, impasible, con la espada debajo del brazo.
Ante el retroceso inglés, avanzan las fuerzas patriotas por el norte y el oeste, asistidos por los granaderos de Chopitea por San Francisco (Moreno) y los marineros del corsario Mordeille por el Hueco de las Ánimas (donde hoy está el Banco Nación).
Al ver el retroceso del 71, camino a la Recova, Pueyrredón carga al frente de sus húsares, en una acción cruenta con bajas de ambos lados. El 71 no pudo resistir la carga y debió retrocederse. Pueyrredón arrebató la banderola del regimiento 71 de Highlanders al gaitero. Esa acción significó una afrenta personal para Dennis Pack, pues ese gaitero estaba a sus órdenes. La bandera del otro gaitero quedó en manos del mayor chileno Santiago Fernández de Lorca, de paso por Buenos Aires, que la devolvió años después al comandante en jefe del ejército británico, el duque de Cambridge. La bandera que arrebató Pueyrredón está en el Museo Histórico Nacional y una réplica de ella, está en el Museo Pueyrredón en San Isidro.
"Como finta para atraer al enemigo, tan inmensamente superior, el 71 retrocedió, pero sin su deseada consecuencia. Nada podía decidirlo a la lucha abierta con todo su número" describe Gillespie "Cada minuto disminuía el nuestro, y la humanidad exigía que hombres tan valientes no se expusieran como blanco a la puntería de una multitud sanguinaria aunque cobarde".
El edecán de Beresford, su amigo George William Kennet, cae herido mortalmente, al lado del general inglés. Casi al mismo tiempo, Liniers ve caer al suyo, el alférez de navío Fantín que perdería una pierna y moriría de tétanos días después. Conmocionado, pero sin perder su frialdad, Beresford ordena el repliegue hacia el Fuerte. "Varios oficiales habían caído, algunos estaban heridos y el puente levadizo estaba lleno con los que eran llevados en hombros de sus compañeros al fuerte. Una retirada inmediata dentro del fuerte se hizo pronto, después se cerró el portón y se emplazaron dos cañones adentro para defenderlo" cita Gillespie. Beresford es el último en cruzar el puente levadizo.
Algunos hechos heroicos se destacaron en el ataque desordenado de la multitud. Uno fue el de Manuela Pedraza, "la Tucumanesa", esposa de un cabo que entró a la plaza junto a su esposo y mató con sus propias manos al primer inglés que se le cruzó en el camino, siguiendo la lucha con los tiradores. Liniers la nombraría alférez, entregándole el fusil del inglés muerto y la recomendaría con el rey Carlos IV quien la nombró subteniente de infantería con uso de uniforme y goce de sueldo. Otro caso fue el de don Simón, enlazador de los mataderos, quien enlazó a dos soldados ingleses. Al quedar imposibilitado en la batalla, el gobierno le dio permiso para mendigar, convirtiéndose en uno de los mendigos más populares de Buenos Aires.
El pueblo se abalanzó sobre la plaza, empujando los murallones, con los marineros de Mordeille a la vanguardia, trayendo escalas para abordar los muros. "Así rodeados nuestros hombres, iban cayendo muy rápidamente, y no sólo sin poder lanzarse contra el enemigo, sino hasta sin verlo, y como a esta altura de los acontecimientos una prolongación de la resistencia únicamente podía servir para aumentar el número de nuestros muertos y heridos, y como, en el caso de haber sido posible una retirada, yo no podía pensar en dejar que fuesen ultimados los numerosos heridos que yo tenía, resolví izar la bandera de parlamento, que lo fue en el Fuerte" confiesa Beresford. "... izamos bandera de parlamento, que fue admitido por el enemigo en el intervalo, siempre consagrado a la paz, su ejército se precipitó como torrente a la gran plaza, que teníamos por delante, prorrumpiendo en el alarido más horrendo y arrastrando muchos cañones que emplazaron a cincuenta pasos del portón" certifica Gillespie.
Eran las 12 del mediodía del 12 de agosto de 1806. La bandera de la "Union Yack" habían ondeado por última vez en Buenos Aires.
"El alba del 12 nos mostró las iglesias y las casas llenas de gente, que solamente esperaba la aproximación de Liniers para cooperar en el alzamiento general" señala Alexander Gillespie "Las más de las primeras y todas las últimas dominaban nuestros bastiones del fuerte, y además dirigían los movimientos en las calles de las columnas que tenían debajo".
A primera hora de la mañana, los Miñones y los marineros de Mordeille habían aprovechado la neblina matutina y se habían acercado a metros de la plaza, acantonados en algunos edificios, desde donde empezaron el ataque, sin esperar la orden de Liniers. Eran las 9 de la mañana, cuando se lanzaron a atacar a las columnas inglesas.
"Eran más o menos las nueve y media cuando el enemigo mostró todas sus fuerzas, avanzando grupos considerables sobre nuestro flanco derecho, pasando otros por nuestro frente para ir hacia la izquierda, al mismo tiempo que atacaban de frente" señala Beresford.
"La batalla hacía estragos en todas las avenidas inmediatas al fuerte, pero siempre que un enemigo o boca de fuego se atrevían a combatir abiertamente con nosotros, eran felizmente batidos o tomados" dice Gillespie "tales glorias, sin embargo, se pagaron muy caras, porque finalmente no sirvieron de nada".
Las milicias avanzadas no querían abandonar las posiciones ganadas y demandaban municiones y refuerzos. Liniers tuvo que adelantar el avance y modificó el plan de ataque, lanzando la caballería de milicias de la Colonia y los dragones de Buenos Aires con la artillería, por la calle de Santo Cristo (25 de Mayo) y él mismo tomaba por la Merced (Reconquista) ubicándose en la plazoleta de la iglesia.
"En el transcurso de estos ataques el enemigo dirigió un fuego violento de fusil desde los techos de las iglesias y conventos que a pequeña distancia dominaban el Fuerte y la Plaza" describe Beresford "y a medida que era rechazado en las calles, intensificaba el fuego desde aquellos y desde las casas, que no sólo era más destructor para nosotros, sino de escaso riesgo para ellos".
"Teníamos orden de respetar los santuarios" dice Gillespie "pero se hicieron tan molestos por su fuego de cañoncitos y mosquetería, que no podíamos contenernos de retribuirles con iguales favores, lo que siempre producía una pausa momentánea. Con mi anteojo podía percibir el clero inferior particularmente activo en manejas sus armas y dirigir las tropas que tenían abajo".
Mordeille y Pueyrredón acudieron a la cita en las Catalinas (aún hoy en pie, en la esquina de Viamonte y San Martín), pero White no se presentó. El ataque se había adelantado por su cuenta y los ingleses se encontraban sitiados por las milicias urbanas. Liniers y Pueyrredón le escribieron a White, informándole que acudieron a la cita en vano y proponían otro encuentro, tan pronto como fuera posible, en la casa de Capdevilla, a la orilla de al ciudad, a la hora que fijara White. Nunca se supo si recibió la carta. Y el propósito de esa entrevista quedó como uno de los grandes misterios de la historia nacional. Para algunos, lo más probable es que fuera la propuesta de un acuerdo de rendición de Beresford, lo suficientemente digno para ambas partes, evitando el derramamiento de sangre de ese día. Para otros historiadores, había una propuesta de Beresford de apoyo a la independencia, buscando dividir al grupo criollo del español, con o sin ayuda de Liniers, por eso la carta había sido dirigida a Pueyrredón.
Liniers estableció su estado mayor (Marcos y Antonio Balcarce, Quintana y Viamonte) en los atrios de la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced, aunque previamente se arrodilló frente al altar del santuario. Anteriormente, Liniers marchó por Reconquista, pasando por la casa de su amante Ana Perichón, entre Sarmiento y Corrientes, quien salió a saludarlo al balcón, arrojándole una flor que el militar recogió con su espada, entre las miradas socarronas de los vecinos.
Avanzado el ataque sobre el fuerte, con la ayuda del pueblo, se emplazó un cañón de 18 libras y un obús en Rivadavia y Perú y dos cañones de 4 libras en Yrigoyen y Perú; del otro flanco, un cañón de 18 libras y un obús en Reconquista y Perón (en la Merced) y un cañón de 4 libras en San Martín y Mitre. Desde esos puntos disparaban a las fuerzas inglesas en la plaza. Desde las torres de San Francisco y San Ignacio, las fuerzas de Liniers tiraban sobre el Fuerte.
Los ingleses resistían desde los altos del Cabildo, la azotea de la Recova y el frente de la Catedral, enfrentando el ataque combinado de seis columnas patriotas. La presión los hizo ir replegándose hacia el fuerte. Los primeros en retroceder fue el punto de la Catedral, ante la presión de la reserva del capitán Gutiérrez de la Concha y los voluntarios de González Vallejos. Les siguieron los hombres del Cabildo, por el ataque combinado, al sur de los blandengues y al norte de la reserva de Gutiérrez de la Concha.
"Nuestra última resistencia se hizo a las once, en la plaza del Mercado, donde el valiente regimiento 71 se formó con cañones en cada flanco y uno en el centro" anota Alexander Gillespie. La plaza del Mercado era la Recova, desde donde dirigía la defensa Beresford, impasible, con la espada debajo del brazo.
Ante el retroceso inglés, avanzan las fuerzas patriotas por el norte y el oeste, asistidos por los granaderos de Chopitea por San Francisco (Moreno) y los marineros del corsario Mordeille por el Hueco de las Ánimas (donde hoy está el Banco Nación).
Al ver el retroceso del 71, camino a la Recova, Pueyrredón carga al frente de sus húsares, en una acción cruenta con bajas de ambos lados. El 71 no pudo resistir la carga y debió retrocederse. Pueyrredón arrebató la banderola del regimiento 71 de Highlanders al gaitero. Esa acción significó una afrenta personal para Dennis Pack, pues ese gaitero estaba a sus órdenes. La bandera del otro gaitero quedó en manos del mayor chileno Santiago Fernández de Lorca, de paso por Buenos Aires, que la devolvió años después al comandante en jefe del ejército británico, el duque de Cambridge. La bandera que arrebató Pueyrredón está en el Museo Histórico Nacional y una réplica de ella, está en el Museo Pueyrredón en San Isidro.
"Como finta para atraer al enemigo, tan inmensamente superior, el 71 retrocedió, pero sin su deseada consecuencia. Nada podía decidirlo a la lucha abierta con todo su número" describe Gillespie "Cada minuto disminuía el nuestro, y la humanidad exigía que hombres tan valientes no se expusieran como blanco a la puntería de una multitud sanguinaria aunque cobarde".
El edecán de Beresford, su amigo George William Kennet, cae herido mortalmente, al lado del general inglés. Casi al mismo tiempo, Liniers ve caer al suyo, el alférez de navío Fantín que perdería una pierna y moriría de tétanos días después. Conmocionado, pero sin perder su frialdad, Beresford ordena el repliegue hacia el Fuerte. "Varios oficiales habían caído, algunos estaban heridos y el puente levadizo estaba lleno con los que eran llevados en hombros de sus compañeros al fuerte. Una retirada inmediata dentro del fuerte se hizo pronto, después se cerró el portón y se emplazaron dos cañones adentro para defenderlo" cita Gillespie. Beresford es el último en cruzar el puente levadizo.
Algunos hechos heroicos se destacaron en el ataque desordenado de la multitud. Uno fue el de Manuela Pedraza, "la Tucumanesa", esposa de un cabo que entró a la plaza junto a su esposo y mató con sus propias manos al primer inglés que se le cruzó en el camino, siguiendo la lucha con los tiradores. Liniers la nombraría alférez, entregándole el fusil del inglés muerto y la recomendaría con el rey Carlos IV quien la nombró subteniente de infantería con uso de uniforme y goce de sueldo. Otro caso fue el de don Simón, enlazador de los mataderos, quien enlazó a dos soldados ingleses. Al quedar imposibilitado en la batalla, el gobierno le dio permiso para mendigar, convirtiéndose en uno de los mendigos más populares de Buenos Aires.
El pueblo se abalanzó sobre la plaza, empujando los murallones, con los marineros de Mordeille a la vanguardia, trayendo escalas para abordar los muros. "Así rodeados nuestros hombres, iban cayendo muy rápidamente, y no sólo sin poder lanzarse contra el enemigo, sino hasta sin verlo, y como a esta altura de los acontecimientos una prolongación de la resistencia únicamente podía servir para aumentar el número de nuestros muertos y heridos, y como, en el caso de haber sido posible una retirada, yo no podía pensar en dejar que fuesen ultimados los numerosos heridos que yo tenía, resolví izar la bandera de parlamento, que lo fue en el Fuerte" confiesa Beresford. "... izamos bandera de parlamento, que fue admitido por el enemigo en el intervalo, siempre consagrado a la paz, su ejército se precipitó como torrente a la gran plaza, que teníamos por delante, prorrumpiendo en el alarido más horrendo y arrastrando muchos cañones que emplazaron a cincuenta pasos del portón" certifica Gillespie.
Eran las 12 del mediodía del 12 de agosto de 1806. La bandera de la "Union Yack" habían ondeado por última vez en Buenos Aires.
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