10.8.06

martes, 10.08.1806 - los aprontes del combate

El capitán Larrañaga celebró misa al aire libre, en el centro de las tropas formadas, tras la cual, alrededor de las 10 de la mañana, se dio la orden de marchar a los Corrales de Miserere, donde se uniría Olavarría con 100 blandengues, 150 voluntarios a pie y otros 150 a caballo, provenientes de Luján. Formó para batalla, esperando el ataque inglés que no llegó. Por lo tanto, decidió enviar a su ayudante Hilarión de la Quintana con la intimación de una rendición. Quintana llegó a las dos de la tarde, a la Plaza Mayor; Beresford estaba reunido con los cónsules del Tribunal de Comercio y el obispo Lué, a quienes convocó para llegar a un acuerdo, sin enfrentamientos sangrientos. Algunas versiones aseguran que Beresford buscaba un acuerdo con Pueyrredón, buscando su regreso a la ciudad, pidiéndole al obispo que se encargara del tema. Se adujo que Pueyrredón no modificaría su posición, enojado porque Popham le había incautado uno de sus barcos (posiblemente, el Santo Cristo del Grao, llegado el 24 de julio al puerto). Beresford propuso devolver el barco.

Quintana, tras quince minutos sin ser recibido, volvió a su campamento. Liniers lo despachó nuevamente, con la orden de que si no era recibido, "ya no volvería más y que se estuviesen a las resultas". Ahora, sí, Quintana fue recibido de inmediato por Beresford.

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La intimación decía:
"Excmo. Señor Mayor general don Guillermo Carr Beresford
Exmo.Señor: La suerte de las armas es variable; hace poco más de un mes que V.E. entró en esta capital, arrojándose con un cortísimo número de tropas a atacar una inmensa populación a quien seguramente faltó más la dirección que el valor para oponerse a su intento; pero en el día, penetrada del más alto entusiasmo para sacudir una dominación que le es odiosa, se halla pronto a demostrarle que el valor que han mostrado los habitantes del Ferrol, de Canarias y de Puerto Rico, no es extraño a los de Buenos Aires. Vengo a la cabeza de tropas regladas muy superiores a las del mando de V.E. y que no le ceden en instrucción y disciplina; mis fuerzas de mar van a dominar las Balizas, y no le dejarán recurso para emprender una retirada. La justa estimación debida al valor de V.E., la generosidad de la Nación Española y el horror que inspira a la humanidad la destrucción de los hombres, meros instrumentos de los que con justicia, o sin ella, emprenden la guerra, me estimulan a dirigir a V.E. este aviso, para que impuesto del peligro sin curso en que se encuentra, me avise en el preciso término de 15 minutos, si se halla dispuesto al partido esperado de librar su tropas a una total destrucción, o de entregarse a la discreción de un enemigo generoso. Nuestro Señor guarde a V.E. muchos años.
El ejército Español en las inmediaciones de Buenos Aires, 10 de agosto de 1806.
Excmo. Señor Santiago de Liniers"
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Beresford respondió con la siguiente carta:

"Buenos Aires, 10 de agosto de 1806. He recibido su Oficio, y convengo en que la fortuna de las armas es variable; no pongo en duda que Ud. Tiene la superioridad respecto al número; y que la comparación de la disciplina es inútil; tampoco he consentido jamás haber entrado en este Pueblo sin oposición; pues para efectuarlo me ha sido preciso batir al enemigo dos veces, y al mismo tiempo que he deseado siempre el buen nombre de mi Patria, he tratado también de conservar la estimación y el buen concepto de las tropas que se hallan bajo mis órdenes: en esta inteligencia solamente le digo, que me defenderé hasta el caso que me indique la prudencia para evitar las calamidades que pueden recaer sobre este Pueblo, que nadie las sentirá más que yo, de las cuales estarán bien libres si todos sus habitantes proceden conforme a la buena fe.
Besa las manos de Ud.
Guillermo Carr Berresford, Mayor General Inglés."


Las cartas estaban jugadas. No habría una solución amistosa. El destino de Buenos Aires se decidiría en el campo de batalla.