domingo, 01.08.1806 – Perdriel
Alrededor de las dos de la mañana, algunos porteños pudieron espiar, por los postigos entreabiertos, el paso de los cañones ingleses saliendo de la ciudad. Iban guiados por el traidor Francisco González que extravió dos veces el rumbo hacia Perdriel, por lo “no puede llegar al enemigo antes de las ocho” como escribiera Beresford. “Aunque mis hombres no habían hecho un solo alto desde que salieron de la ciudad, estaban tan ansiosos de atacar al enemigo, que inmediatamente tomé mis disposiciones para el ataque” señala Beresford.
Enfrente, los 800 paisanos de Antonio Olavarría y Juan Martín de Pueyrredón, mal armados y peor disciplinados. “El enemigo daba frecuente vítores a medida que nos aproximábamos” escribe Beresford “y abrió fuego de cañón, pero su resistencia no estaba en relación con el aspecto que presentaba: su línea frontal se deshizo en muy poco tiempo, y en menos de veinte minutos pudimos ver su dispersa caballería revolotear a nuestro alrededor fuera de la distancia de tiro. La falta de caballería me impidió obtener una ventaja completa de nuestro éxito”.
“Esa escaramuza no fue notable sino por el atrevido ataque de dos hombres de las filas enemigas, mientras los nuestros avanzaban, contra la persona de aquel jefe (Beresford)” señala por su parte Alexander Gillespie. “Estando bien montados, ganaron desapercibidos la retaguardia del flanco derecho del regimiento 71, y luego dieron una carga furiosa en línea recta hacia el general, cuyos asistentes ocurría se hallaban entonces algo distantes; pero el capitán Arburthnot que estaba cerca contuvo a uno de ellos. El otro, sin embargo, persistió todavía, y hubiera asestado el golpe fatal si el coronel Pack, con su calma habitual, no le hubiese prevenido hasta que el teniente Mitchell ordenó a unas pocas hileras de sus granaderos romper el fuego, que echó por tierra a aquel atrevido aventurero con su caballo”.
Ese “atrevido aventurero”, no era otro que Pueyrredón que arremetió contra los ingleses con valor y hubiera acabado con Beresford si Mitchell no hubiera matado a su caballo. Cercado por los ingleses, parecía el fin de Pueyrredón, pero Beresford no pudo desenvainar su espada (“por la herrumbre, no salía de su vaina” anota Gillespie). Un audaz jinete embistió a los ingleses y rescató a Pueyrredón, alzándolo sobre la grupa de su montado, acción que llenó de admiración a los británicos por la eximia pericia del jinete. El héroe de la jornada fue don Lorenzo López, alcalde de los pagos de Pilar.
Los criollos se dispersaron y los ingleses volvieron a la ciudad. Cargaron con 22 bajas en la escaramuza que no representó gran cosa en términos militares.
Al atardecer, Beresford regresó con sus hombres a la ciudad, felicitado por los simpatizantes de la ocupación británica.
Enfrente, los 800 paisanos de Antonio Olavarría y Juan Martín de Pueyrredón, mal armados y peor disciplinados. “El enemigo daba frecuente vítores a medida que nos aproximábamos” escribe Beresford “y abrió fuego de cañón, pero su resistencia no estaba en relación con el aspecto que presentaba: su línea frontal se deshizo en muy poco tiempo, y en menos de veinte minutos pudimos ver su dispersa caballería revolotear a nuestro alrededor fuera de la distancia de tiro. La falta de caballería me impidió obtener una ventaja completa de nuestro éxito”.
“Esa escaramuza no fue notable sino por el atrevido ataque de dos hombres de las filas enemigas, mientras los nuestros avanzaban, contra la persona de aquel jefe (Beresford)” señala por su parte Alexander Gillespie. “Estando bien montados, ganaron desapercibidos la retaguardia del flanco derecho del regimiento 71, y luego dieron una carga furiosa en línea recta hacia el general, cuyos asistentes ocurría se hallaban entonces algo distantes; pero el capitán Arburthnot que estaba cerca contuvo a uno de ellos. El otro, sin embargo, persistió todavía, y hubiera asestado el golpe fatal si el coronel Pack, con su calma habitual, no le hubiese prevenido hasta que el teniente Mitchell ordenó a unas pocas hileras de sus granaderos romper el fuego, que echó por tierra a aquel atrevido aventurero con su caballo”.
Ese “atrevido aventurero”, no era otro que Pueyrredón que arremetió contra los ingleses con valor y hubiera acabado con Beresford si Mitchell no hubiera matado a su caballo. Cercado por los ingleses, parecía el fin de Pueyrredón, pero Beresford no pudo desenvainar su espada (“por la herrumbre, no salía de su vaina” anota Gillespie). Un audaz jinete embistió a los ingleses y rescató a Pueyrredón, alzándolo sobre la grupa de su montado, acción que llenó de admiración a los británicos por la eximia pericia del jinete. El héroe de la jornada fue don Lorenzo López, alcalde de los pagos de Pilar.
Los criollos se dispersaron y los ingleses volvieron a la ciudad. Cargaron con 22 bajas en la escaramuza que no representó gran cosa en términos militares.
Al atardecer, Beresford regresó con sus hombres a la ciudad, felicitado por los simpatizantes de la ocupación británica.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home