14.8.06

sábado, 14.08.1806 – entierros y festejos

El 14 fueron sepultados con honores, en el Parque de Artillería del Retiro, los tres oficiales ingleses caídos en la Reconquista (el capitán Kennet, el teniente Mitchell y el alférez Lucas, estos dos últimos del 71), con la presencia de Santiago de Liniers.

Este mismo día, el Cabildo, en Congreso General (reunión de los funcionarios civiles y militares, eclesiásticos y vecinos de la ciudad), decidió celebrar un Te Deum al domingo siguiente, donar doce dotes para doncellas, informar al rey y al virrey de la reconquista, dar viudedades según las leyes, organizar tropas para resistir a una nueva invasión e inventariar las provisiones de guerra y de boca que hubiera en la ciudad.

La forma en que se desarrolló el Cabildo, empezaba a mostrar que el dominio español en el Río de la Plata empezaba su ocaso. El pueblo (promovido por Juan Martín de Pueyrredón) invadió el recinto, reclamando que Sobremonte no reasumiera como virrey, tras su actuación en la invasión, pidiendo la designación de Liniers. El Cabildo, ante la presión popular, envió una comisión, especialmente formada, para poner al tanto al virrey de la decisión.

Además de las misas, hubo banquetes festejando el triunfo, como el que dio Francisco Martínez de Hoz y su esposa (anteriormente funcionario de Beresford) en el que insistieron servir ellos mismos a los reconquistadores.

El día 14 de agosto, en agradecimiento por la disposición mostrada por Hilarión de la Quintana en la rendición, el general Beresford le regaló su espada (actualmente en el Museo Histórico Nacional) y su caballo pura sangre, con el que salía a pasear por Barracas. Se dice que este caballo fue el primer pura sangre que se cruzó con yeguas criollas.

El pueblo no sentía agrado por los ingleses, no así con las familias más prósperas de la ciudad que hicieron lo posible para aliviar la estancia de los invasores en la ciudad. Un ejemplo fue el de los Ezcurra que alojaron, durante cinco meses, al capitán McKenzie, para que se recuperara de las heridas del combate. “Mi tocayo el capitán McKenzie, gravemente herido el día de nuestra rendición, fue remitido, por equivocación, a una casa ya ocupada de antemano por la debida proporción de oficiales” comenta Alexander Gillespie “Esto se afirmó cuando estaba en camino, pero, fatigándose por la pérdida de sangre y el cansancio, entró con sus acompañantes en el cuarto a la calle de la familia Ezcurra, donde otros también estaban hospedados, para descansar hasta la vuelta de su amigo con otro billete de alojamiento. Las damas, al observar su estado, sin embargo, no quisieron permitirle que se fuese, e insistieron en que continuase bajo su techo hasta curarse. Fue un proceso fastidioso de cinco meses y durante todo ese tiempo sus atenciones y hospitalidad fueron constantes e ilimitadas y completaron todo lo que le suministrase comodidad en su viaje tierra adentro, donde se le ordenó ir después de los primeros síntomas de convalecencia”.

Tal vez valga concluir con las propias palabras de Gillespie, “Por mucho que tengamos razón para quejarnos de su falta de fe pública, con todo, nosotros y nuestro país mucho debemos a la benevolencia individual durante los oscuros días del desastre. Se debe un tributo a tal mérito, no solo por reconocimiento directo, sino como modelo para invitación universal”.