12.8.06

jueves, 12.08.1806 - la rendición

Bautista Raymond, un teniente de Mordeille, fue el primero en ver la bandera de parlamento, desde 25 de mayo, y el que le avisó a Liniers en su mando en La Merced. Rápidamente, Liniers envió a su ayudante Hilarión de la Quintana, para recibir la comunicación de Beresford. "Un ayudante de campo del comandante enemigo se me presentó" cita Beresford "Sin embargo, da la situación de las dos partes en lucha, era imposible impedir la continuación del fuego".

La situación se tornaba incontrolable en la plaza, porque las tropas y el pueblo enardecido, continuaba el fuego sobre los ingleses, pese a la bandera de parlamento. "Nunca olvidaré la escena cuando asistí al lanzamiento de la bandera de parlamento, y los vencedores avanzaron sobre nosotros, cerca de 4.000 pelagatos irrumpieron en la plaza, blandiendo cuchillos, intentando nuestra destrucción, los salvajes no respetaron nuestra bandera de parlamento, y disparaban de todas direcciones" recuerda el teniente Robert Fernyhough. "En el instante en que los portones fueron cerrados y el puente elevado, el enemigo abandonó sus escondites y sus soldados se apiñaron contra las paredes del Cabildo y la fortaleza, todos ellos de la peor calaña, que nunca había visto antes y espero no verlos nuca más" recordó el capitán Thomas Pococke.

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Quedaba en claro que Liniers no podía controlar a sus propias tropas y que, dada lo volátil de la situación, cualquier desborde podía terminar en un baño de sangre innecesario. "Habiendo visto entrar en el fuerte a don Hilarión de la Quintana con un tambor, se arrojaron sobre el rastrillo y orilla del foso, viéndome obligado con todos mis oficiales a usar de amenaza para contenerlos" recuerda Liniers en su informe a Godoy, el Príncipe de la Paz, español "y hacerles ver que aún no estaba rendido el fuerte, que la bandera blanca podría ser para pedir una suspensión de armas, etcétera. Verdaderamente, si el general inglés hubiera sido de mala fe, pudo haberla arriado, despachando al ayudante y hacernos un destrozo horroroso, bien que nunca suficiente para quitarnos la victoria, aunque mucho más ensangrentada; pero lejos de tomar tan desesperada determinación, se avino a izar la bandera española".

"Cuando llegué al Fuerte acompañado por un tambor de parlamento, un oficial inglés me presentó a su general" cuenta Hilarión de la Quintana "Le pregunté cuáles eran sus intenciones al solicitar el cese del fuego con una bandera de tregua, y agregué que mi general no aceptaría propuesta alguna que no fuera la entrega de las armas, al tiempo que garantizaba la vida y el respeto de las personas". (Lozzier Almazán aporta esta versión: "Habiendo llegado a la Fortaleza y entrado en ella con el tambor de parlamento, lo recibió un oficial inglés y lo condujo al lugar donde estaba el general Beresford" declara Hilarión de la Quintana, para comunicarle al general inglés "que tuviera entendido que su general no entraba por otro partido que el rendirse a discreción, con la calidad sólo de asegurarles las vidas y respetar sus personas; que el general inglés, sin manifestar repugnancia, se prestó llanamente a la propuesta y así, lo significó" ).

"Como sus soldados se mostraban temerosos de la vociferante turba que se acercaba al Fuerte, lo tranquilicé y nos encaminamos juntos al tope del muro que está encima de la entrada" cuenta de la Quintana "Desde allí solicité a los soldados y al gentío que se retiraran a la espera de la llegada de Liniers, ya que el enemigo se sometía". Beresford trepa a la muralla y se asomó para gritar "¡No mas fogo! ¡No mas fogo!" en portugués, mientras separaba a sus tropas de la muralla para que nadie se tentara a abrir fuego. "La curiosidad me indujo a mirar por encima del parapeto, y en el acto más de cincuenta mosquetes se descargaron sobre mi cabeza desde varios puntos de la plaza, lo que con toda certeza hubiera sido contestado con una pieza de veinticuatro, cargado de metralla, a no habérseme impedido perentoriamente" recuerda Gillespie. Es en este momento que Beresford intercambia algunas palabras con Mordeille que había llegado al foso del fuerte, preguntando si su vida corría peligro, a lo que el corsario francés respondió con que estaba a salvo si se rendía a discreción.

"Pero la multitud no se apaciguó y exigía la espada del general inglés. Éste desenvainó y me la ofreció dos veces. Me negué a aceptarla, diciéndole que debía entregársela al propio Liniers" dice de la Quintana "pero entretanto un oficial inglés que estaba a su lado la tomó y la arrojó hacia la multitud, con la intención, tal vez de calmarla". El oficial que cita de la Quintana es el capitán Robert William Patrick que arrojó la espada al foso. (Paul Groussac atribuye al hecho al propio Beresford, pero esa es una interpretación errónea). La espada fue recogida por Mordeille y devuelta a su poseedor, a pedido de Quintana quien desenrolló su faja, en cuya punta se ató la espada para ser retornada al inglés. "El capitán Hipólito Mordeille, que estaba al pie del muro, recogió la espada y se la devolvió al general Beresford," confirma de la Quintana "que insistió una vez más sin obtener mi aceptación" .

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Estos intentos no apaciguaron a la multitud. "El capitán Quintana, ayudante del general Liniers, observando esta violación flagrante del honor, y después de haberse presentando en el fuerte para negociar las condiciones de rendición con algunos oficiales franceses y españoles, animosamente subió a las murallas y, abriéndose el chaleco y extendiendo ambos brazos en toda su longitud, parecía ofrecerse como víctima al furor desenfrenado de la plebe, y con gestos expresivos censuró su indisciplina con resultado instantáneo" recuerda Gillespie "Si vive, ese joven será un honor para su rey y su patria".

"Pero la muchedumbre insistió en que debía izarse la bandera española en el Fuerte" cuenta de la Quintana "Traduje esa exigencia al general inglés, advirtiéndole que como la turba se mostraba indisciplinada, yo no podría controlarla". Quintana aseguró a Beresford que Liniers, como caballero, no tomaría ese gesto como una rendición. "El general aceptó" continúa Quintana “pero como no tenía la bandera a mano, el gentío descubrió una escondida por un marinero de la misma expedición, y el propio general Beresford dio la orden de que volvieran a izarla". Uno de los marineros del foso proporcionó la enseña española. La población de la plaza aplacó sus ánimos y se retiró, ocasión que fue aprovechada por Liniers para acercarse fuerte, con la intención de entrar a él. Pero Beresford manifestó su voluntad de salir a recibirlo.

“El coronel Córdoba y el capitán Gutiérrez de la Concha, que avanzaban con sus tropas, solicitaron al general inglés y a sus soldados que dejaran el Fuerte. Beresford preguntó: '¿Quién garantiza la vida de mis soldados?' 'Yo, con la mía' replicó Concha" declara de la Quintana.

Beresford salió acompañado por de la Quintana, Mordeille, Gutiérrez de la Concha y el teniente de navío José de Córdoba, escoltado por una compañía de línea que avanzó los cincuenta metros que lo separaban de Liniers. (Paul Groussac difiere y dice que ni de la Concha ni Quintana, formaban parte de ese grupo que cruzó el puente levadizo del Fuerte). Era tanto el esfuerzo de ese día, para Beresford, que según los testigos, el rojo uniforme del general, pese al intenso frío, parecía negro por la transpiración. Para contener los ánimos de la muchedumbre que se agolpaba sobre los ingleses, Guitiérrez de la Concha (Córdoba para Groussac) gritó: “¡Pena de la vida al que insulte a las tropas británicas!". “Los soldados pasaron entre las tropas españolas" cuenta de la Quintana “que tuvieron dificultades para contener a la multitud”.

Liniers esperaba debajo de uno de los arcos del Cabildo. Se adelantó y abrazó cordialmente a Beresford y lo felicitó por su resistencia. Beresford, en francés, le aclaró a Liniers porque había izado la bandera española, quejándose por la conducta de las fuerzas patriotas ante la bandera de parlamento. Liniers se excusó de la conducta de su gente, atribuyéndola a la falta de conocimiento de las leyes de la guerra y agradeció su disposición. Tras una breve charla, en la que acordaron la forma en que se entregaría el Fuerte. Las tropas inglesas marcharían en formación hacía el Cabildo, donde entregarían las armas y banderas, y serían considerados prisioneros de guerra, para ser canjeados, de inmediato, por los oficiales ingleses, prisioneros bajo palabra de honor en Buenos Aires. Posteriormente, los ingleses se embarcarían para Inglaterra, en cumplimiento de este acuerdo.

Beresford regresó al fuerte y preparó a sus tropas para la rendición. A las tres de la tarde del 12 de agosto de 1806, con sus banderas desplegadas, el ejército inglés salió del Fuerte para su rendición. Encabezaba la marcha el glorioso regimiento 71 de Highlanders, el que ostentaba en su bandera el lema: “Siempre vencedor, nunca vencido". El 26 de abril de 1808, el regimiento recibiría su nueva bandera, en reemplazo de la tomada por las fuerzas patriotas en Buenos Aires, en custodia en el Convento de Santo Domingo. “Bravo 71°, el mundo conoce bien vuestra valiente conducta en la captura de Buenos Aires. Es bien conocido que defendisteis vuestra conquista con el máximo coraje, buena conducta y disciplina hasta el último extremo. Vuestro honor, 71°, permanece intacto" arengó el General Flayd en la ceremonia de entrega del nuevo distintivo.

(Tras la Reconquista, unos versos populares, con el título de "Epitafio al Regimiento 71", se distribuyeron por el Buenos Aires reconquistado, con evidente intención de mortificar al enemigo vencido:

Aquí yace el famoso Regimiento
nombrado del inglés setenta y uno
jamás vencido por enemigo alguno
que en lides mil salió con lucimiento
.)

"Nuestro pequeño ejército, reducido ahora a menos de mil mosquetes, formado en distintos cuerpos, marchó hasta frente al Cabildo, en la plaza principal, por entre dos filas irregulares" recuerda Gillespie “reclamando los oficiales después de franquear el puente levadizo, cuando vieron a nuestros valientes subordinados moverse hacia aquella prisión, cada hombre poniendo en tierra sus armas y sufriendo un riguroso registro antes de entra en ella. Muchos de ellos, al obedecer tal indicación, atestiguaban fuertemente sus sentimientos de indignación estrellando sus armas contra el suelo. Parecía que Liniers hubiese elegido esta guardia de honor para la ocasión ente las heces de sus tropas con objeto de mortificarnos".

Liniers los esperaba en el Cabildo, para asistir a la entrega de las armas. Beresford le entregó su espada, pero Liniers, en gesto caballeroso, lo rechazó. Esa escena es la que está reflejada en la escena pintada por el francés Charles Fouqueray, tela del año 1909, de 3,50 m por 2,50 m, en el Museo Histórico Nacional. En ella se observa, además de Liniers y Beresford, a Pueyrredón, Quintana, Gutiérrez de la Concha (a la derecha de Beresford), Raymond y Córdoba. Detrás de Beresford, está Dennis Pack, con el uniforme del regimiento 71 desgarrado y ensangrentados vendajes.

"La palabra de aquella desdichada mujer desterrada por el delito de Juana Shore, que antes se ha mencionado, dio a conocer un arrebato de orgullo patriótico al contemplar la vista humillante: 'Miren, miren, mis valientes muchachos, a qué cuadrilla de cobardes andrajosos se han entregado'" recuerda Gillespie.

"Si su intención era defender el Fuerte, no había peleado bastante, en cambio si su intención era capitular había peleado demasiado" resumió la jornada Dennis Pack, en una carta desde Luján a un amigo, censurando la actitud de su comandante, el general Beresford, amigo íntimo y futuro cuñado.

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Entre los hechos de ese día, cabe recordar lo sucedido con el Justina, el barco que el día anterior Liniers había tocado, con su cañón desde el Retiro. Los pocos barcos pequeños que les quedaban a los ingleses, se aproximaron lo que pudieron hacia la playa, para disparar a las tropas patriotas. Uno de esos barcos fue el Justina. “El día de nuestra rendición peleó bien y con sus cañones impidió todos los movimientos de los españoles no solamente por la playa, sino en las diferentes calles que ocupaban, también expuestas a su fuego" recuerda Gillespie "Este barco ofrece un fenómeno en los acontecimientos militares, el de haber sido abordado y tomado por caballería al terminar el 12 de agosto, a causa de una bajante súbita del río". El Justina se había acercado demasiado a la orilla, lo suficiente para quedar casi en seco, en una de las bajantes extraordinarias del Plata. El hecho fue aprovechado por un piquete de la caballería de Pueyrredón, entre los que estaba el futuro general Martín de Güemes, que abordaron y tomaron el buque, en lucha cuerpo a cuerpo.

Desde el río, Home Popham había asistido impotente a la reconquista. Trató de disimular el tenor de la victoria, en su parte al Secretario del Almirantazgo: “Espero que Sus Señorías me permitirán observar que, a pesar del chasco que nos hemos dado en la presente expedición, la conquista de Buenos Aires fue ejecutada de un modo altamente honorable a los talentos y carácter militar del general Beresford, y que la bien merecida fama de su ejército ha sido realzada con su conducta gallarda en la defensa de la plaza; mientras que el pérfido español hallará, por poco que piense, que su victoria ha sido adquirida con mengua de su honor".

Un mes después, en su edición del 11 de septiembre de 1806, The Times diría: “El ataque sobre Buenos Aires ha fracasado y hace ya tiempo que no queda un solo soldado británico en la parte española de Sudamérica. Este desastre es quizás el más grande que ha sufrido este país desde el comienzo de la guerra revolucionaria".

“A partir de la era del 12 de agosto de 1806, contemos su origen y carácter militar; desde ese día empezaron a conocer su propia importancia y su poder como pueblo, y aunque tengan poco motivo para regocijarse pro el triunfo sobre nada más que un regimiento efectivo, no obstante, el resultado les infundió una confianza general en sí mismos, un nuevo espíritu caballeresco entre todos y una conciencia de que eran no solamente iguales en valentía, sino superior en número a esas legiones más regulares con que habían cooperado y por la cuales hasta aquí habían sido mantenidos en sujeción tan largo tiempo" resumió con maestría el capitán Alexander Gillespie.