martes, 25.05.1806 - criollos y españoles
Las reformas administrativas de los borbones, a partir del reinado de Carlos III, tenían el objetivo de recuperar el control del imperio español ante la presión de las otras potencias europeas en la zona. Comentamos, en posts anteriores, el encarecimiento de las mercancías consumidas por Buenos Aires, (casi 4 o 5 veces más) debido a la obligación de comerciar con Lima y el Alto Perú.
A grandes rasgos, podemos caracterizar las zonas del virreinato, según sus intercambios comerciales: Buenos Aires, vía contrabando, boicoteó el monopolio español. El Interior se vinculaba a Lima y al Alto Perú. Mientras que el litoral lograba colocar sus productos en Brasil y Paraguay.
Carlos Roberts define el perfil del comerciante colonial: “Todo comerciante era, en esos tiempos, negrero, y por fuerza, contrabandista, y si era extranjero, muchas veces aventurero y espía”. Los comerciantes locales no tenían problemas con el sistema existente: en connivencia con los comerciantes de la metrópoli, las autoridades y los empleados coloniales, ganaban más con el contrabando que con el libre comercio.
Las reformas borbónicas tendieron a atenuar el poder de los comerciantes criollos previendo el germen de rebelión que representaban. Si bien liberaron el comercio para algunos puertos, dejaron los cargos públicos principales en manos de los españoles. A la vez, se tomaron medidas para aliviar la situación económica de los estratos inferiores de la sociedad, los negros y mestizos. Los criollos cargaron con la presión impositiva impuesta por España.
No es de extrañar que esta política engendrara un sentimiento de resentimiento en la sociedad criolla porteña. Surgieron las logias secretas, se divulgó la literatura antimonárquica y se multiplicaron los conflictos entre las instituciones coloniales. Mientras el virrey y la Audiencia representaban los intereses de España, el Cabildo fue la institución donde se apoyaron los criollos. El Consulado, en tanto, sostuvo los privilegios económicos de los monopolistas españoles.
Ésta es la división incipiente de la sociedad con la que se encontrarán los ingleses cuando arriben a estas playas porteñas.
A grandes rasgos, podemos caracterizar las zonas del virreinato, según sus intercambios comerciales: Buenos Aires, vía contrabando, boicoteó el monopolio español. El Interior se vinculaba a Lima y al Alto Perú. Mientras que el litoral lograba colocar sus productos en Brasil y Paraguay.
Carlos Roberts define el perfil del comerciante colonial: “Todo comerciante era, en esos tiempos, negrero, y por fuerza, contrabandista, y si era extranjero, muchas veces aventurero y espía”. Los comerciantes locales no tenían problemas con el sistema existente: en connivencia con los comerciantes de la metrópoli, las autoridades y los empleados coloniales, ganaban más con el contrabando que con el libre comercio.
Las reformas borbónicas tendieron a atenuar el poder de los comerciantes criollos previendo el germen de rebelión que representaban. Si bien liberaron el comercio para algunos puertos, dejaron los cargos públicos principales en manos de los españoles. A la vez, se tomaron medidas para aliviar la situación económica de los estratos inferiores de la sociedad, los negros y mestizos. Los criollos cargaron con la presión impositiva impuesta por España.
No es de extrañar que esta política engendrara un sentimiento de resentimiento en la sociedad criolla porteña. Surgieron las logias secretas, se divulgó la literatura antimonárquica y se multiplicaron los conflictos entre las instituciones coloniales. Mientras el virrey y la Audiencia representaban los intereses de España, el Cabildo fue la institución donde se apoyaron los criollos. El Consulado, en tanto, sostuvo los privilegios económicos de los monopolistas españoles.
Ésta es la división incipiente de la sociedad con la que se encontrarán los ingleses cuando arriben a estas playas porteñas.
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