lunes, 28.06.1806 – el día después
A la mañana siguiente, otro día de lluvia, los negocios permanecían cerrados y la ciudad estaba desierta. A las nueve de la mañana, se izó el pabellón inglés en el Fuerte, contestado con honores y salva de artillería por la flota británica que esperaba frente a la ciudad. Poco después, el comodoro Home Popham desembarcó en la ciudad para felicitar al Excelentísimo Señor Mayor General, Comandante en Jefe y Gobernador de Buenos Aires William Carr Beresford. El teniente coronel Dennis Pack había sido nombrado Comandante de la Guarnición; el capitán de marina Martin Thompson asumía, en tanto, la Capitanía del puerto.
Beresford convocó a todas las autoridades de la ciudad al fuerte y les informó que se había dispuesto que todas las corporaciones (Audiencia, Cabildo, Consulado, Iglesia) siguieran tal cómo estaban hasta su llegada, con las mismas personas a cargo y regidas por las mismas leyes españolas.
Ese anunció fue aprovechado por el prior de los Predicadores, fray Gregorio Torres, para pedir la palabra y adherir, efusivamente, a la nueva autoridad. Beresford, gratamente sorprendido, pidió que pasaran por escrito el discurso del sacerdote, lo que fue hecho y firmado por todos los clérigos convocados con excepción de fray Nicolás de la Iglesia de San Miguel. Torres y los restantes Pedro Sullivan (San Francisco), Francisco Tomás Chambo (San Francisco) y Manuel Antonio Aparceres (Recoleta) no tuvieron empacho en firmar la adhesión en la que “(dan) las gracias más afectuosas por la humanidad con que han tratado a este honrado y fiel vecindario las armas victoriosas de V.E., y aunque la pérdida del gobierno en que se ha formado un pueblo suele ser una de sus mayores desgracias, también ha sido muchas veces el principio de su gloria. Yo no me atrevo a pronosticar el destino de la nuestra, pero si aseguro que la suavidad del gobierno inglés y las sublimes cualidades de V.E. nos consolarán en la que hemos perdido ayer, pues aún cuando nosotros y V.E. profesamos distinta religión, como podría suceder, ambos debemos convenir en que hay un Dios que premia a los buenos y leales y castiga a los malos y pérfidos”. Como si fuera poca la obsecuencia, agregan: “La religión nos manda respetar a las potencias seculares y nos prohíbe maquinar contra ellas, sea la que fuere su fe, y si algún fanático o ignorante atentare contra verdades tan provechosas, merecería la pena de los traidores a la patria y a los Evangelios. Yo confío en aquel Dios que es el árbitro soberano de la suerte de sus imperios, que jamás caeremos, ni aún por pensamiento en semejante delito”. La declaración fue enviada por Beresford a Londres, como prueba de que la Iglesia local estaba contra España.
¿Cómo habrá sido la recepción de los ingleses de esta adhesión del clero local? Citemos a Gillespie: “Una gran parte de las clases eclesiásticas, poco menos de mil cien, estaba en la misma degradación intelectual, pero esa mucho más depravada en su moral. Maestros de doctrina cristiana sin comprenderla, imitadores devotos en todas las ceremonias de su iglesia, que eran incapaces de entender, e instructores licenciados de preceptos que eran los primeros en violar, no es de admirar que en tales manos la inteligencia se apagase, que las formas invalidasen la esencia real de la bondad, y que los crímenes triunfasen sobre las leyes de Dios bajo la preponderancia de tal dominación”.
Beresford convocó a todas las autoridades de la ciudad al fuerte y les informó que se había dispuesto que todas las corporaciones (Audiencia, Cabildo, Consulado, Iglesia) siguieran tal cómo estaban hasta su llegada, con las mismas personas a cargo y regidas por las mismas leyes españolas.
Ese anunció fue aprovechado por el prior de los Predicadores, fray Gregorio Torres, para pedir la palabra y adherir, efusivamente, a la nueva autoridad. Beresford, gratamente sorprendido, pidió que pasaran por escrito el discurso del sacerdote, lo que fue hecho y firmado por todos los clérigos convocados con excepción de fray Nicolás de la Iglesia de San Miguel. Torres y los restantes Pedro Sullivan (San Francisco), Francisco Tomás Chambo (San Francisco) y Manuel Antonio Aparceres (Recoleta) no tuvieron empacho en firmar la adhesión en la que “(dan) las gracias más afectuosas por la humanidad con que han tratado a este honrado y fiel vecindario las armas victoriosas de V.E., y aunque la pérdida del gobierno en que se ha formado un pueblo suele ser una de sus mayores desgracias, también ha sido muchas veces el principio de su gloria. Yo no me atrevo a pronosticar el destino de la nuestra, pero si aseguro que la suavidad del gobierno inglés y las sublimes cualidades de V.E. nos consolarán en la que hemos perdido ayer, pues aún cuando nosotros y V.E. profesamos distinta religión, como podría suceder, ambos debemos convenir en que hay un Dios que premia a los buenos y leales y castiga a los malos y pérfidos”. Como si fuera poca la obsecuencia, agregan: “La religión nos manda respetar a las potencias seculares y nos prohíbe maquinar contra ellas, sea la que fuere su fe, y si algún fanático o ignorante atentare contra verdades tan provechosas, merecería la pena de los traidores a la patria y a los Evangelios. Yo confío en aquel Dios que es el árbitro soberano de la suerte de sus imperios, que jamás caeremos, ni aún por pensamiento en semejante delito”. La declaración fue enviada por Beresford a Londres, como prueba de que la Iglesia local estaba contra España.
¿Cómo habrá sido la recepción de los ingleses de esta adhesión del clero local? Citemos a Gillespie: “Una gran parte de las clases eclesiásticas, poco menos de mil cien, estaba en la misma degradación intelectual, pero esa mucho más depravada en su moral. Maestros de doctrina cristiana sin comprenderla, imitadores devotos en todas las ceremonias de su iglesia, que eran incapaces de entender, e instructores licenciados de preceptos que eran los primeros en violar, no es de admirar que en tales manos la inteligencia se apagase, que las formas invalidasen la esencia real de la bondad, y que los crímenes triunfasen sobre las leyes de Dios bajo la preponderancia de tal dominación”.
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