domingo, 27.06.1806 – mediodía inglés
Poco después del mediodía del 27 de junio, llegó a la Plaza, portando bandera de parlamento, el alférez Gordon, enviado por Beresford por “razones de humanidad (…) una intimación al Gobernador para que me hiciera entregar de la Ciudad y el Fuerte, para evitar los excesos y las calamidades que probablemente ocurrirían si mis tropas entrasen de un modo hostil”. El edecán de Beresford tenía órdenes de garantizar la protección de las personas, las leyes, la propiedad privada y la religión. Los espías de Beresford ya le habían informado que las tropas se habían retirado y que la ciudad estaba indefensa.
Tras algunas deliberaciones, Quintana aceptó la rendición pero solicitó tres horas para redactar una propuesta de condiciones mínimas para aceptar la capitulación. Gordon volvió con Beresford pero éste había decidido entrar en la ciudad, en ese mismo día, antes de que la población se diera cuenta de la inferioridad numérica de los invasores y planearan un contraataque que dificultara la invasión. No obstante, envió a Gordon con la noticia de que haría un alto en su marcha, por la calle Larga (lo que hoy es Defensa y Carlos Calvo, aproximadamente), para recibir la propuesta de capitulación.
Apurados por el invasor, las autoridades redactaron la capitulación; Quintana envió dos emisarios, a todo galope, para obtener una opinión del virrey en fuga quien contestó: “Dígale al Comandante de la plaza que si tiene tropas y armamento que la defienda, y sino que la entregue” .
Finalmente, Juan del Pino (hijo del célebre virrey Del Pino y ayudante de Quintana), Gordon, White (traductor de los ingleses y espía conocido) y Ulpiano Barreda (vecino que hablaba a la perfección el inglés) fueron al encuentro de Beresford que ya marchaba por la calle de Santo Domingo (Defensa) y entregaron la propuesta de capitulación, que constaba de diez artículos, en los que se respeta las propiedades, las vidas y la religión de los porteños.
Beresford apenas la leyó, dobló el documento y lo guardó en el bolsillo de su chaqueta. Aceptó las condiciones pero dejó en claro que toda propiedad pública que se encontrar en Buenos Aires, el día 25 (fecha de su desembarco) debería ser entregado de buena fe a los ingleses. Con este acuerdo verbal, Buenos Aires se rindió al invasor.
Después de las tres de la tarde, calado por una copiosa lluvia (que duró otros tres días), Beresford entró con sus tropas al Fuerte, desfilando con el sonido de las bigpipes de la banda de los highlanders que tocaban los acordes del “quick march”.
“Yo he visto llorar en la plaza a muchos hombres por la infamia con que se entregaba” escribió Mariano Moreno “y yo mismo he llorado más que otro alguno, cuando a las tres de la tarde del 27 de junio de 1806, vi entrar 1560 soldados ingleses, que apoderados de mi patria se alojaron en el fuerte y demás cuarteles de esas ciudad”. Beresford dispuso que parte de las tropas se alojarán en el Fuerte y el Regimiento 71 en el cuartel de la Ranchería (frente a la Iglesia de San Ignacio), tras el desalojo de los Voluntarios de Infantería que ocupaban ese lugar.
“Entramos en la capital por tarde en una espaciada formación de columna, para presentar una vista más imponente de nuestra pequeña banda, en medio de un aguacero y por una subida muy resbalosa” recuerda Gillespie. Pese al intento de aparentar más hombres que los que verdaderamente tenían, los porteños se dieron cuenta que habían sido entregados por sus autoridades, a un ejército mucho menor que el imaginado.
“Mayor fue mi vergüenza cuando vi entrar las tropas enemigas, y su despreciable número para una población como la de Buenos Aires” escribió Manuel Belgrano “Esa idea no se apartó de mi imaginación, y poco faltó para que me hubiese hecho perder la cabeza. Me era muy doloroso ver a mi patria bajo otra denominación y, sobre todo, en tal estado de degradación que hubiese sido subyugado por una empresa aventurera”.
Tras algunas deliberaciones, Quintana aceptó la rendición pero solicitó tres horas para redactar una propuesta de condiciones mínimas para aceptar la capitulación. Gordon volvió con Beresford pero éste había decidido entrar en la ciudad, en ese mismo día, antes de que la población se diera cuenta de la inferioridad numérica de los invasores y planearan un contraataque que dificultara la invasión. No obstante, envió a Gordon con la noticia de que haría un alto en su marcha, por la calle Larga (lo que hoy es Defensa y Carlos Calvo, aproximadamente), para recibir la propuesta de capitulación.
Apurados por el invasor, las autoridades redactaron la capitulación; Quintana envió dos emisarios, a todo galope, para obtener una opinión del virrey en fuga quien contestó: “Dígale al Comandante de la plaza que si tiene tropas y armamento que la defienda, y sino que la entregue” .
Finalmente, Juan del Pino (hijo del célebre virrey Del Pino y ayudante de Quintana), Gordon, White (traductor de los ingleses y espía conocido) y Ulpiano Barreda (vecino que hablaba a la perfección el inglés) fueron al encuentro de Beresford que ya marchaba por la calle de Santo Domingo (Defensa) y entregaron la propuesta de capitulación, que constaba de diez artículos, en los que se respeta las propiedades, las vidas y la religión de los porteños.
Beresford apenas la leyó, dobló el documento y lo guardó en el bolsillo de su chaqueta. Aceptó las condiciones pero dejó en claro que toda propiedad pública que se encontrar en Buenos Aires, el día 25 (fecha de su desembarco) debería ser entregado de buena fe a los ingleses. Con este acuerdo verbal, Buenos Aires se rindió al invasor.
Después de las tres de la tarde, calado por una copiosa lluvia (que duró otros tres días), Beresford entró con sus tropas al Fuerte, desfilando con el sonido de las bigpipes de la banda de los highlanders que tocaban los acordes del “quick march”.
“Yo he visto llorar en la plaza a muchos hombres por la infamia con que se entregaba” escribió Mariano Moreno “y yo mismo he llorado más que otro alguno, cuando a las tres de la tarde del 27 de junio de 1806, vi entrar 1560 soldados ingleses, que apoderados de mi patria se alojaron en el fuerte y demás cuarteles de esas ciudad”. Beresford dispuso que parte de las tropas se alojarán en el Fuerte y el Regimiento 71 en el cuartel de la Ranchería (frente a la Iglesia de San Ignacio), tras el desalojo de los Voluntarios de Infantería que ocupaban ese lugar.
“Entramos en la capital por tarde en una espaciada formación de columna, para presentar una vista más imponente de nuestra pequeña banda, en medio de un aguacero y por una subida muy resbalosa” recuerda Gillespie. Pese al intento de aparentar más hombres que los que verdaderamente tenían, los porteños se dieron cuenta que habían sido entregados por sus autoridades, a un ejército mucho menor que el imaginado.
“Mayor fue mi vergüenza cuando vi entrar las tropas enemigas, y su despreciable número para una población como la de Buenos Aires” escribió Manuel Belgrano “Esa idea no se apartó de mi imaginación, y poco faltó para que me hubiese hecho perder la cabeza. Me era muy doloroso ver a mi patria bajo otra denominación y, sobre todo, en tal estado de degradación que hubiese sido subyugado por una empresa aventurera”.
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