viernes, 09.07.1806 – el héroe de la Reconquista
“Poco después de la rendición de Buenos Aires, el coronel Liniers, emigrado francés y capitán de su armada bajo la monarquía, que mandaba un poca fuerza en Ensenada, consciente de su insuficiencia para defenderla, resolvió servirse de los desastres recientes de su gobierno, mediante un sagaz golpe de artería” escribe Alexander Gillespie sin disimular su disgusto por el héroe de la Reconquista.
“Cuando en 27 de junio de 1806 se apoderaron los ingleses de esta capital; me hallaba yo en la ensenada de Barragán, comisionado por el Virrey Marqués de Sobre Monte; reconociendo que este súbito acontecimiento había ocasionado en los espíritus el último desaliento” escribe Santiago de Liniers. Anteriormente lo vimos asistir, casualmente, al desbande de las fuerzas defensoras en el Riachuelo. Se retiró a su quinta, en las afueras y esperó los acontecimientos. “Me determiné, ante que los infortunios del Estado se propagasen más, a acercarme a esta ciudad con el fin de examinar las fuerzas de los enemigos, su disciplina y método de servicio. Hice con vista de todos mis combinaciones y el resultado de ellos me aseguraban la probabilidad de la reconquista, siempre que encontrase gente esforzadas que voluntariamente quisieran seguirme a la grande empresa” .
Dos días después, el martes 29, Liniers arriba a la ciudad, alojándose en la casa de su suegro Martín de Sarratea, gerente y socio de la Compañía de Filipinas, frente a Santo Domingo. Por su condición de militar, Liniers gestionó un permiso ante las autoridades británicas, permiso concedido con la ayuda de su amigo, colaborador de los invasores, Tomás O’Gorman.
Según los informes de Beresford, Liniers se presentó ante el gobernador invasor, aduciendo que estaba disgustado con el servicio español por lo que iba a dejar la carrera de las armas y dedicarse al comercio, con su suegro Sarratea, quien avaló su afirmación. Por tal motivo, no le exigió a Liniers, como al resto de los oficiales españoles, su palabra de no combatir contra los ingleses.
“Fingió una gran franqueza enviando su sumisión y la de su guarnición al general Beresford, con el pedido de que se le permitiese entrar en la capital, cuando consumase su ofrecimiento, empeñando su palabra como prisionero de guerra; estableciendo también su intención de abandonar la carrera militar para dedicarse como antes al comercio” atestigua Gillespie “Bajo esta seguridad fue admitido, y aunque por su delicadez no se le arrancó una promesa escrita, sin embargo una, igualmente imperativa, fue declarada por él verbalmente, a ese fin, bajo palabra”.
Ese mismo día 29, Liniers asiste a misa, en la Iglesia de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento . Tras las conquista, según el libro de actas de Santo Domingo, “se experimentó decadencia y cierta frialdad en el Culto por la prohibición que se expusiese el Santísimo Sacramento en las funciones que de la Cofradía que tuvo a bien mandar el ilustrísimo señor Obispo de esta Diócesis. El domingo primero de julio no hubo más que una misa cantada sin manifiesto, y habiendo concurrido a ella el capitán de navío señor don Santiago de Liniers y Brémont, que ha manifestado siempre su devoción al Santísimo Rosario, se acongojó al ver que la función de aquel día no se hiciera con la solemnidad que se acostumbraba”. Allí pasa de la iglesia a la celda prioral y encuentra al prior fray Gregorio Torres (el de la arenga obsecuente a Beresford) y le asegura: “Hoy mismo, en el transcurso de la misa, he hecho ante la imagen sagrada de la Virgen un voto solemne. Le ofreceré las banderas que tome a los británicos si la victoria nos acompaña. Yo no dudo que la obtendré si marcho a la lucha con la protección de Nuestra Señora”. No obstante la tradición, para Paul Groussac, la promesa de las banderas no fue hecha el 1° de julio, sino el 9 o 10 de julio, cuando se embarca para Colonia.
Liniers asiste a la velada en agasajo a Beresford, por la devolución de las embarcaciones a sus originales propietarios, realizada en la casa de su suegro. Allí conoce al general conquistador y a sus oficiales.
“La permanencia de Liniers en Buenos Aires no duró más tiempo que el suficiente para darse cuenta de nuestro número, de nuestro sistema militar, y establecer, con algunos elegidos en el poder, un plan de revuelta simultánea” anota Gillespie. Tras recorrer la ciudad, tomando debida nota de las debilidades de los invasores, Liniers pasa a transformarse, naturalmente, en el líder de la resistencia. Convence a las otras facciones conspiradas (como la del grupo de Sentenach) de seguir su plan: viajar a Montevideo y pedirle al gobernador Pascual Ruiz Huidobro, 500 hombres con experiencia militar, con los que planeaba reconquistar la ciudad, sumando a los voluntarios que pudiera reclutar Juan Martín de Pueyrredón en la campaña bonaerense.
“En este tiempo y desde mucho antes, enjambres de agente franceses estaban desparramados en el país, cuyas personas y residencias se conocían bien por este aventurero desleal” dice con encono Gillespie, de Liniers “Justamente contaba con ellos como cómplices, siempre que sus servicios fueran necesarios, y aunque no pudiera reclamar aquellas habilidades, o esa presa, sin embargo compensaba aquellas deficiencias con una artería sin principios y con una confianza mayor en los recursos ajenos, que en los propios. Una vida disoluta y los hábitos despreciables que usualmente engendran semejantes asociaciones, lo habían hecho generalmente conocido y quizás popular entre muchos de clase inferior. De estos podía sacar miles que le siguiesen al campo”.
Esa noche del 9 de julio de 1806 (a una década de la Declaración de la Independencia), Santiago de Liniers pasa la noche en oración, en el santuario de la Recoleta, rezando por el éxito de su intento de reconquista, que se iniciará al día siguiente cuando parta hacia la Banda Oriental.
“Cuando en 27 de junio de 1806 se apoderaron los ingleses de esta capital; me hallaba yo en la ensenada de Barragán, comisionado por el Virrey Marqués de Sobre Monte; reconociendo que este súbito acontecimiento había ocasionado en los espíritus el último desaliento” escribe Santiago de Liniers. Anteriormente lo vimos asistir, casualmente, al desbande de las fuerzas defensoras en el Riachuelo. Se retiró a su quinta, en las afueras y esperó los acontecimientos. “Me determiné, ante que los infortunios del Estado se propagasen más, a acercarme a esta ciudad con el fin de examinar las fuerzas de los enemigos, su disciplina y método de servicio. Hice con vista de todos mis combinaciones y el resultado de ellos me aseguraban la probabilidad de la reconquista, siempre que encontrase gente esforzadas que voluntariamente quisieran seguirme a la grande empresa” .
Dos días después, el martes 29, Liniers arriba a la ciudad, alojándose en la casa de su suegro Martín de Sarratea, gerente y socio de la Compañía de Filipinas, frente a Santo Domingo. Por su condición de militar, Liniers gestionó un permiso ante las autoridades británicas, permiso concedido con la ayuda de su amigo, colaborador de los invasores, Tomás O’Gorman.
Según los informes de Beresford, Liniers se presentó ante el gobernador invasor, aduciendo que estaba disgustado con el servicio español por lo que iba a dejar la carrera de las armas y dedicarse al comercio, con su suegro Sarratea, quien avaló su afirmación. Por tal motivo, no le exigió a Liniers, como al resto de los oficiales españoles, su palabra de no combatir contra los ingleses.
“Fingió una gran franqueza enviando su sumisión y la de su guarnición al general Beresford, con el pedido de que se le permitiese entrar en la capital, cuando consumase su ofrecimiento, empeñando su palabra como prisionero de guerra; estableciendo también su intención de abandonar la carrera militar para dedicarse como antes al comercio” atestigua Gillespie “Bajo esta seguridad fue admitido, y aunque por su delicadez no se le arrancó una promesa escrita, sin embargo una, igualmente imperativa, fue declarada por él verbalmente, a ese fin, bajo palabra”.
Ese mismo día 29, Liniers asiste a misa, en la Iglesia de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento . Tras las conquista, según el libro de actas de Santo Domingo, “se experimentó decadencia y cierta frialdad en el Culto por la prohibición que se expusiese el Santísimo Sacramento en las funciones que de la Cofradía que tuvo a bien mandar el ilustrísimo señor Obispo de esta Diócesis. El domingo primero de julio no hubo más que una misa cantada sin manifiesto, y habiendo concurrido a ella el capitán de navío señor don Santiago de Liniers y Brémont, que ha manifestado siempre su devoción al Santísimo Rosario, se acongojó al ver que la función de aquel día no se hiciera con la solemnidad que se acostumbraba”. Allí pasa de la iglesia a la celda prioral y encuentra al prior fray Gregorio Torres (el de la arenga obsecuente a Beresford) y le asegura: “Hoy mismo, en el transcurso de la misa, he hecho ante la imagen sagrada de la Virgen un voto solemne. Le ofreceré las banderas que tome a los británicos si la victoria nos acompaña. Yo no dudo que la obtendré si marcho a la lucha con la protección de Nuestra Señora”. No obstante la tradición, para Paul Groussac, la promesa de las banderas no fue hecha el 1° de julio, sino el 9 o 10 de julio, cuando se embarca para Colonia.
Liniers asiste a la velada en agasajo a Beresford, por la devolución de las embarcaciones a sus originales propietarios, realizada en la casa de su suegro. Allí conoce al general conquistador y a sus oficiales.
“La permanencia de Liniers en Buenos Aires no duró más tiempo que el suficiente para darse cuenta de nuestro número, de nuestro sistema militar, y establecer, con algunos elegidos en el poder, un plan de revuelta simultánea” anota Gillespie. Tras recorrer la ciudad, tomando debida nota de las debilidades de los invasores, Liniers pasa a transformarse, naturalmente, en el líder de la resistencia. Convence a las otras facciones conspiradas (como la del grupo de Sentenach) de seguir su plan: viajar a Montevideo y pedirle al gobernador Pascual Ruiz Huidobro, 500 hombres con experiencia militar, con los que planeaba reconquistar la ciudad, sumando a los voluntarios que pudiera reclutar Juan Martín de Pueyrredón en la campaña bonaerense.
“En este tiempo y desde mucho antes, enjambres de agente franceses estaban desparramados en el país, cuyas personas y residencias se conocían bien por este aventurero desleal” dice con encono Gillespie, de Liniers “Justamente contaba con ellos como cómplices, siempre que sus servicios fueran necesarios, y aunque no pudiera reclamar aquellas habilidades, o esa presa, sin embargo compensaba aquellas deficiencias con una artería sin principios y con una confianza mayor en los recursos ajenos, que en los propios. Una vida disoluta y los hábitos despreciables que usualmente engendran semejantes asociaciones, lo habían hecho generalmente conocido y quizás popular entre muchos de clase inferior. De estos podía sacar miles que le siguiesen al campo”.
Esa noche del 9 de julio de 1806 (a una década de la Declaración de la Independencia), Santiago de Liniers pasa la noche en oración, en el santuario de la Recoleta, rezando por el éxito de su intento de reconquista, que se iniciará al día siguiente cuando parta hacia la Banda Oriental.
1 Comments:
che no tenes idea qe dia se produjo la reconquista de las invasiones inglesas tengo qe hacer un tp va completar a oraciones esta por ejemplo.
La reconquista se produjo el dia.. y nose me estoy volviendo loca -! si sabes te lo agradeceria qe me respondas en el blog o clau.e@hotmail.es
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