26.3.16

a 210 años de las invasiones inglesas

La gente de Historia Digital está subiendo en su canal en You Tube (https://www.youtube.com/channel/UCbX4apMBV-R_EgWJyLzHIlw) una serie de videos sobre las Invasiones Inglesas que merecen difundirse. Aquí compartimos los videos y esperamos los nuevos capítulos que van a venir.


Capítulo 1: Del Cabo a Buenos Aires


Capítulo 2: La Batalla de Quilmes


Capítulo 3: La Conquista de Buenos Aires

14.4.15

plaza lorea

turismo buenos aires

Ocurrió el 5 de julio de 1807, en la segunda invasión inglesa a Buenos Aires. Los primeros cañonazos se escucharon a las 7 de la mañana y eso marcó el comienzo del ataque. La columna que iba a avanzar por esa zona, integrada por soldados de los regimientos 6 y 9 de Dragones (mayoría de carabineros), estaba al mando del teniente coronel Kingston. Pero el avance fracasó, hubo una fuerte resistencia de los porteños y los ingleses sobrevivientes, con Kingston gravemente herido, terminaron refugiados en la iglesia de La Piedad (actual cruce de Paraná y Bartolomé Mitre) hasta su rendición final. Esa parte del enfrentamiento se conoce como “la sangrienta batalla de Plaza Lorea”. Hoy, esa plaza del barrio de Monserrat, es un paisaje diferente a metros del Congreso Nacional, pero detrás tiene una historia que merece ser rescatada.

Isidro Lorea era un ebanista que nació en Villafranca, entonces reino de Navarra. Este vasco llegó a Buenos Aires en 1757 y enseguida, en aquella ciudad colonial, comenzó a forjarse un nombre como artesano dedicado a la fabricación de sillas, mesas y muebles. Sin embargo se destacó por otra especialidad: el tallado y dorado de figuras y columnas para los retablos de las iglesias locales. Tanto que, entre otros, realizó el retablo mayor de la Catedral Metropolitana, el de San Ignacio y trabajos para la Iglesia del Pilar. Para entonces, en Buenos Aires también había encontrado el amor, porque en 1768 y en la iglesia de La Merced, se había casado con Isabel Gutiérrez Humarés, una joven de la alta sociedad porteña.

En 1782, el hombre compró dos hectáreas en las afueras de la ciudad. Era un terreno anegadizo que ocupaba un sector de lo que hoy delimitan las calles San José, Rivadavia, Virrey Cevallos e Hipólito Yrigoyen, al que conocían como “el hueco de La Piedad”. Después de rellenarlo y elevarlo más de un metro, don Lorea donó parte de ese terreno para que allí se construyera una plaza destinada a ser paradero de las carretas que llegaban desde el Oeste por la calle “de las torres” (Rivadavia) o desde el Sur y del Noreste por el “camino de las tunas” (la avenida Entre Ríos y su continuación, Callao). La única condición era que la plaza llevara su nombre para siempre, algo que el virrey Rafael de Sobremonte aprobó definitivamente en 1808 y que se mantiene hasta hoy.

Después de la donación, Lorea hizo un loteo de los otros terrenos y también instaló un mercado, rodeado de barracas (se usaban como depósitos) y algunos hospedajes. Su visión para los negocios lo convirtió en un rico comerciante. En ese mercado se vendían objetos llegados desde distintos lugares del país como cueros, vestimentas y hasta sal de buena calidad. Como aquello generó un desarrollo de la zona, el vasco Lorea fue considerado un promotor inmobiliario. Pero la invasión de 1807 fue el final de esa prosperidad. Aquel 5 de julio el hombre, junto con varios de los esclavos que trabajaban para él, enfrentó a los ingleses y todo terminó en tragedia: Lorea y su esposa resultaron heridos a bayonetazos cuando peleaban contra los invasores y murieron unos días después. También, junto a ellos cayeron los esclavos, luego reconocidos como héroes de la resistencia.

Los historiadores cuentan que durante todos los combates que hubo ese día en la ciudad, los ingleses tuvieron 311 muertos (15 oficiales y 296 soldados) y 679 heridos (57 oficiales y 622 soldados), además de sufrir la pérdida de más de 1.500 hombres tomados como prisioneros. Y en “la sangrienta batalla de Plaza Lorea” cayeron los hombres de cuatro secciones del regimiento 6 y ocho secciones del 9.

(…)

EDUARDO PARISE
“La plaza de la resistencia”
(clarín, 13.04.15)

13.3.14

la chacra de perdriel

La Chacra de Perdriel en Villa Ballester fue escenario del enfrentamiento entre las fuerzas criollas de Pueyrredon y las inglesas de Beresford, en agosto de 1806. El nombre de la chacra provenía de su un antiguo dueño, el francés Julián Perdriel, que la había vendido al genovés Domingo Belgrano, el padre del prócer. Por lo tanto, en 1806 la célebre chacra era de Belgrano.

El cordobés Gregorio Perdriel, protagonista de esta columna, era nieto del francés. En 1807, a la edad de 22 años, peleó contra los ingleses en Buenos Aires y demostró cualidades que lo distinguieron. Luego de la Revolución marchó con Belgrano en la campaña al Paraguay y comandó peligrosas incursiones. Más adelante integró el Ejército del Norte, otra vez con Belgrano, y se destacó en la batalla de Salta, donde recibió una herida. En orden de jerarquías, los dos heridos más importantes en aquella victoria de febrero de 1813 fueron Dorrego y él. Peleó con bravura en Vilcapugio y Ayohuma. Se perfilaba como uno de los grandes valores de la juventud militar de la Provincias Unidas del Río de la Plata. Sin embargo, su ascendente carrera sufrió un tropezón en 1815.

Una facción política encumbró a Carlos María de Alvear en el cargo de Director Supremo. La relación con San Martín se había desgastado. A menos de tres años de haber arribado juntos con un proyecto común, se encontraban distanciados, en las ideas y en la geografía. Mientras el Director Supremo ocupaba su lugar en el fuerte de Buenos Aires, San Martín se desempeñaba como gobernador intendente de Mendoza: en poco tiempo, y sin esparcir una pizca de demagogia, se había ganado el corazón de los mendocinos.

El Director Supremo dividió las jurisdicciones militares en tres espacios. La Banda Oriental, al mando de Estanislao Soler. El Alto Perú, a cargo de José Rondeau. El resto del territorio quedaba bajo su órbita directa. San Martín entendió que, al menos por un tiempo, convenía dar un paso al costado. Envió dos cartas a Alvear: una, felicitándolo por su nombramiento y la otra, pidiéndole una licencia de cuatro meses por motivos de salud.

Sin demora, Alvear envió un chasqui anticipando el arribo del nuevo gobernador, Gregorio Perdriel. Los vecinos de Mendoza reaccionaron. Un Cabildo Abierto y un manifestación callejera confirmaron la oposición a la medida. Durante la manifestación, una gran bandera blanca advirtió:

"Quiere el pueblo a San Martín,

Alvear nos manda a Perdriel.

Mas si este viene a Mendoza,

no cagaremos en él".

Llegó el candidato y continuaron las manifestaciones. Los vecinos acudían a la puerta de la casa donde se alojaba para insultar. Los escraches no se habían inventado, pero esto se parecía bastante. Finalmente, Perdriel no asumió la gobernación. De todos modos, el tiempo le daría revancha y sumaría nuevos servicios distinguidos a la Patria.

DANIEL BALMACEDA
“Una chacra y un escrache”
(la nación, 13.01.14)

10.9.13

el ataque al Retiro

la nación

(…)

En esta oportunidad nos enfocaremos en los hechos de Retiro. Allí se había dispuesto a un batallón de Marina, encargado de entorpecer el desembarco e impedir que los ingleses se apoderaran de la Plaza de Toros. Tengamos en cuenta que las aguas del Río de la Plata llegaban hasta el sitio donde hoy se encuentra el Monumento a los Caídos en las Islas Malvinas. Por lo tanto, los navíos británicos anclaron cerca de la zona donde se emplaza, desde 1916, la Torre de los Ingleses, rebautizada Torre Monumental en 1983.

Los valientes del Tercio de Gallegos más seis batallones de la Infantería de Marina tomaron posiciones en Retiro. Uno de éstos, comandado por el teniente de navío Cándido de Lasala y por el alférez de Fragata José Aldana, se ubicó en las cercanías de la playa y debió soportar el peso de la lucha. Peso más que desbalanceado, ya que el enemigo los superaba cinco veces en número. Sin embargo, los corajudos defensores ofrecieron resistencia hasta donde pudieron y luego se replegaron hacia el estadio de la Plaza de Toros. Lo mismo ocurrió con el resto de los batallones. La situación era crucial. Se habían agotado las municiones, los ingleses los tenían cercados y estaban a punto de adueñarse de la posición. Se decidió que saldrían del estadio, en pelotones, para alcanzar la actual Florida y sumarse a las fuerzas que se concentraban en nuestra querida Plaza de Mayo. El primer pelotón tomó desprevenido a los sitiadores y logró escabullirse. El segundo fue diezmado por el fuego enemigo. Al salir el tercero, comandado por el bravo Lasala, fue recibido por una lluvia de proyectiles. El teniente cayó gravemente herido. Sus hombres lo metieron en el estadio. Iba a ser una carnicería. Por eso se rindieron a las 9, luego de dos horas de combate.

Lasala murió algunos días más tarde, cuando todos celebraban la victoria de las tropas de Liniers. Ese día, Cayetana Juana Agustina Oromí, 19 años, pariente del héroe, perdió así al hombre con el cual iba a casarse. En noviembre ingresó al convento de las Catalinas con el nombre de Sor María del Rosario de la Victoria. Nunca más salió. Se quedó para siempre en Retiro, a pocas cuadras del lugar donde su prometido había recibido las heridas mortales.

“La popularidad en tiempos de los próceres”
DANIEL BALMACEDA
(la nación, 09.09.13)

11.8.13

la cuna de buenos aires

ana franceschini – la cuna de buenos aires

La Lic. Ana Franceschini, una amiga de la casa, es la autora del libro “La Cuna de Buenos Aires, Calles, Edificios e Historias”, un detallado trabajo sobre la historia del barrio de Montserrat. Con la invitacion del Museo Notarial Argentino y el Instituto de Investigaciones Históricas Notariales del Colegio de Escribanos de la Ciudad de Buenos Aires, Ana Franceschini presentará el libro el jueves 22 de agosto, a las 18.30 hs., en Avenida Las Heras 1833, 7° piso, en el marco de la Sesión Pública “Ideales Sanmartinianos en el Siglo XXI” a cargo del Dr. Juan José Cresto, Presidente de la Academia Argentina de la Historia y del Embajador Luis Domingo Mendiola, Secretario de la Sociedad Argentina de Historiadores. Se ruega confirmar la asistencia al 4809-7037 o a este email: museonotarial@colegio-escribanos.org.ar

Ana Franceschini fue invitada al programa 14 de “La Voz de los Barrios” con un interesante reportaje que pueden escuchar en el siguiente enlace:



Como botón de muestra, vamos a tomar una de las historias contadas por Ana Franceschini en su libro. Avisamos (¡el que avisa no traiciona!) que vamos a “tomar” (léase robar) más de un dato del libro “La Cuna de Buenos Aires”.

Los que nos siguieron por este blog y el primo de “Invasiones Inglesas” (http://invasionesinglesas.blogspot.com.ar) recordarán la importancia que tuvo Santo Domingo en las jornadas heroicas de 1806 y 1807. Como simple recordatorio, mencionamos estos dos posts:

http://invasionesinglesas.blogspot.com.ar/2006/06/viernes-04061806-ms-iglesias.html

y

http://invasionesinglesas.blogspot.com.ar/2012/12/banderas-inglesas.html

En épocas de las Invasiones Inglesas, el templo de la actual Defensa y Belgrano, tenía una torre (la que muestra, aún hoy, los impactos de la metralla británica). En “La Cuna de Buenos Aires” nos enteramos quién dio el puntapié para construir la torre faltante.

La Basílica de Nuestra Señora de Rosario y Convento de Santo Domingo está ubicado en la calle Defensa 422. Enfrente al templo, en lo que es hoy Defensa 455, vivieron Juan de Lezica y Torrezuri y su esposa Elena de Alquiza, benefactores destacados de la histórica iglesia. Se cuenta que doña Elena recibió de su marido, un par de pendientes, regalo para lucir en una fiesta que se sucedería poco tiempo después. Doña Elena se presentó a la reunión social luciendo sólo uno de los pendientes. Ante la pregunta de los concurrentes sobre el porqué de ese hecho, Elena contestó que “seguiré con un solo pendiente hasta el momento que la iglesia que veo desde la ventana de mi casa tenga construida la torre que le falta; así será hasta que tenga las dos torres”.

Su esposo, gallardamente, tomó el desafío y dispuso de los fondos para construir la torre faltante. Lamentablemente, ambos murieron antes de su inauguración. Por lo que no pudieron ver a Santo Domingo con las dos torres que tiene hasta hoy día.

Espero haberlos tentado a comprar “La Cuna de Buenos Aires”. Lo merece. Y renovamos, en esta página, las felicitaciones a la autora.

28.5.13

quién le disparó a la torre de Santo Domingo

la nación

Juan Ignacio de San Martín, nacido en 1721, fue un próspero vecino de Buenos Aires, heredero de propiedades y estancias, la más importante en la zona de Baradero. No estaba emparentado con José de San Martín, por lo tanto asumimos que cuando llegó el futuro Libertador en 1812, muchos deben haberse preguntado si pertenecía a la distinguida familia de don Juan Ignacio, casado con Bernarda Ceballos. Tuvieron ocho hijos, entre los cuales destacamos a dos: Bernabé y Jerónima. El varón nació en 1777, cuando Jerónima tenía 19 años y estaba a punto de casarse. Bernabé siguió la carrera militar y actuó en las dos Invasiones Inglesas. Fue quien dirigió al grupo de artillería que disparó contra la torre de la iglesia de Santo Domingo durante la defensa de la ciudad en 1807. Los ingleses habían tomado la iglesia como bastión y Bernabé se encargó de disparar el obús que dañó la construcción. Ya lo sabe: cuando pase por Santo Domingo y vea las marcas en la torre, ése fue Bernabé de San Martín.

En cuanto a Jerónima se casó -como dijimos- en 1777. El novio fue el genovés Giuseppe Buchardo. Don Martín de Sarratea firmó como testigo del casamiento. Siete años duró el matrimonio, ya que Buchardo murió en 1784. Luego de dos años, Jerónima volvió a casarse. El agraciado fue Francisco Herrera. Testigo del casamiento, León Ortiz de Rozas (padre de Juan Manuel de Rosas). Tampoco fue un matrimonio de larga duración. Jerónima volvió a enviudar y ya no reincidió. Sí fue una ferviente patriota de la primera hora que hizo donaciones y propagó con entusiasmo las ideas de la revolución. Era, además, una eximia cantante.

(…)

Una hija de Jerónima, misia Dominga, se casó con Antonio González Balcarce. Ellos fueron los padres de Mariano, quien se casó con Merceditas, la hija del Libertador. Y así, los San Martín terminaron emparentados.

DANIEL BALMACEDA
“El grito sagrado”
(la nación, 20.05.13)

17.4.13

martina céspedes

la nación

Las calles de San Telmo se llenaron de sangre y fuego el 5 de julio de 1807. Buenos Aires se defendía con bravura del ataque inglés. Hombres, mujeres y niños. Fusiles, pistolas, espadas, cuchillos, piedras y agua hirviendo. También aceite, pero en menor cantidad. ¿Algo más? Sí, un poco de alcohol, como veremos.

A las 7 de la mañana, una columna que integraba el ala derecha del ejército invasor, al mando del coronel Guard y secundado por el mayor Nichols, se posicionó sobre la actual Humberto I y ocupó Nuestra Señora de Belén es decir, la iglesia de San Telmo más el vecino Hospital de los Betlemitas, conocido como la Residencia. En realidad, lo que más les interesaba de la iglesia eran sus altas torres, ya que les ofrecían una posición estratégica. En cuanto a la Residencia, se acondicionó para recibir a los heridos ingleses.

Al mediodía, una docena de soldados rubios y pelirrojos, bien entonados por alguna bebida espirituosa, pero necesitados de más estímulo alcohólico, golpeó con furia la puerta de la casa que se encontraba frente a la iglesia. Los atendió Martina Céspedes, de 45 años. ¿Era la propietaria? Es probable que sólo alquilara el frente de la casa para establecer un comercio, como era costumbre en esa época. La señora despachaba bebidas y algunas otras cosas desde la ventana que se encontraba junto a la entrada. Dicho en otros términos, manejaba un maxiquiosco de aquel tiempo. Lo hacía junto con sus tres hijas, de las cuales sólo conocemos el nombre de la menor, Josefa.

Con brusquedad, los hombres le ordenaron que les diera algo fuerte para saciar la sed (y la abstinencia). Martina aceptó atenderlos, pero con la condición de que ingresaran a la casa de a uno. Así lo hicieron, permitiendo que ella y sus tres hijas que estaban en superioridad de condiciones porque estaban sobrias los desarmaran y ataran. La prisión fue el sótano de la casa.

El 7 de julio, doña Céspedes se encaminó al fuerte para entrevistarse con el virrey Santiago de Liniers. Le comunicó que atesoraba una docena de prisioneros bien amarrados. Por su acción, el virrey le otorgó a la heroína de San Telmo el cargo de sargento mayor del ejército, con goce de sueldo y uso de uniforme.

Prácticamente nada se sabe de esta mujer durante el período de 1810 a 1824, correspondiente a la Guerra de la Independencia. La tradición sostiene que participó con fervor patriótico en varios desfiles y procesiones con su uniforme reluciente. Su participación más destacada tuvo lugar en la procesión de Corpus Christi de 1825, en la que marchó al lado del general Las Heras.

¿Qué pasó con los prisioneros? Fueron embarcados, junto con el resto de los invasores, y enviados de vuelta a sus casas, bien lejos de aquí. Bueno, no todos. Si damos crédito a la leyenda, la sargento Martina Céspedes (aclaramos que la calle Céspedes del barrio de Belgrano recuerda a un antiguo gobernador) entregó once. El restante lo apartó para casarlo con su hija Josefa. Fue un típico caso de viva la Pepa.

“Martina, la sargento”
DANIEL BALMACEDA
(la nación, 15.04.13)