13.10.06

miércoles, 13.10.1806 – condenados al éxito

“La mañana siguiente examinamos este lugar que contiene más de 200 casas, de las que no más de tres son de altos, y las calles, si merecen es nombre, corren en ángulos rectos y son muy angostas. Las construcciones son de barro, pero la iglesia es hermosa, con una especie de cúpula y por fuera semejante a las capillas de nuestro país. La ceremonia religiosa no tiene nada degradante en sí misma y, por el contrario, complace haciendo lo razonable, y aún más, es un sacrificio agradable.

Hay, demás, un Cabildo que se convirtió en alojamiento del general Beresford y los oficiales que permanecieron con él.

(…)

Después de la llegada de las carretas, generalmente resolvimos hacerlas dormitorios en el futuro, por la experiencia de los alojamiento incómodos que hasta aquí se nos habían proporcionado. La tarde del 13 de octubre las acompañamos a caballo e hicimos alto en un campo limitado de trébol durante la noche. Pronto se encendieron fogones por los carreros, se carneó algún ganado de una pequeña tropa que se nos había unido y se preparó la cena. Nuestros domésticos rondaban las osamentas con ojos de buitres, prontos a lanzarse a los primeros pedazos favoritos, que eran traídos al asador temblando en todos los tendones. Nuestro refrigerio esa noche se compuso de algunas tajadas delgadas que, ensartada en palito con punta en ambos extremos, se clavaba en el suelo y ocasionalmente se invertían las puntas, hasta que la carne se asaba, o, más propiamente, se quemaba. El fuego se mantenía encendido con grandes pedazos de gordura echados en la brasa, y de cuando en cuando un poco de matorral o algunos yuyos. La facilidad con que se procura alimento en estas llanuras, la prontitud con que se puede preparar o curar y las privaciones de pan, licores espirituosos y sal, no sentidas por todo sudamericano, lo califica especialmente para todas las operaciones militares. Solamente necesitan inspirarse en un espíritu de bien dirigido entusiasmo y en un sentimiento de gloria, para levantarse de su apatía habitual y hacerse los primeros soldados del mundo. Su resistencia en esas ocasiones sobrepasa su sobriedad, pues con frío o calor el peón ambulante reposa profundamente bajo la bóveda del cielo, con la tierra por lecho, su poncho por abrigo y un recado de almohada. Tiene también una vigilancia muy sutil por la noche. Con tales medios físicos, y estos tan fáciles de sostener con los recursos intrínsecos del suelo, la provincia de Buenos Aires no puede fracasar en conquistar y mantener su independencia”.

Del libro de memorias del capitán ALEXANDER GILLESPIE.