15.6.06

martes, 15.06.1806 – mataderos

“El modo de vender carne fue por muchos años, entre nosotros, repugnante por mil circunstancias y muy especialmente por falta de aseo” recuerda José Wilde “A ciertas horas de la mañana y de la tarde, se estacionaban en diversos puntos, principalmente en las boca-calles, unas carretillas con toldas y costados de cuero vacuno o caballar, en que venía la carne colgada en ganchos. Llegados allí desprendían los caballos, quedando la carreta inclinada hacia adelante, descansando sobre el pértigo; frente a éste, extendía el carnicero sobre el suelo (con barro o con polvo), un cuero en el que destrozaba la carne con hacha, pues que entonces nadie soñaba en dividir los huesos con serrucho. El cuero presentaba centenares de soluciones de continuidad, por las que pasaba a la carne, o el barro o el polvo. Es claro que el carnicero no lo mudaba sino cuando ya estaba hecho trizas e inservible.

Cuando llegaba la noche, raro era el que ostentaba un farol: casi siempre encendían una vela de sebo (vela de baño), hacían una incisión en un cuarto de carne y allí colocaban la vela, que con la brisa o el viento fuerte, según fuese el caso, goteaba o chorreaba el sebo sobre la carne, que era un gusto.

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Como el despacho se hacía inmediato al cordón de la vereda, el viandante no dejaba de pasar con cierto recelo, al ver enarbolar la enorme hacha, ni se veía libre de algunos salpiques”
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Buenos Aires contaba con tres mataderos: uno en la actual Plaza Constitución, otro en la actual Recoleta y el de Miserere, la actual Plaza Once (Rivadavia y Pueyerredón) escenario principal de las Invasiones Inglesas. Cerca de allí se encontraba la mencionada quinta de Guillermo Pío White (en las actuales calles Liniers, entre Hipólito Yrigoyen y Belgrano).