6.7.07

lunes 06.07.1807 – reunión en el Retiro

Al atardecer, Whitelocke, constituido en la Plaza de Toros del Retiro, con sus oficiales, evaluó la situación y se propuso un plan. Bombardear a la ciudad concentrando el fuego de la artillería, coordinando un fuerte ataque que llevara a los ingleses directamente al Fuerte. La mayoría de los oficiales coincidió con la propuesta, con la excepción de Gower. Éste opinó que el bombardeo sería inútil, por la construcción de las casas de Buenos Aires, bajas, de ladrillos y con techos con azoteas, sin madera en su construcción. Las paredes blandas permitirían que los proyectiles pasaran limpiamente, sin producir ningún tipo de daño. Eso podría enardecer más al populacho y empeorar la delicada situación en la que se encontraban. Elípticamente, Gower tenía en mente la situación de los prisioneros británicos que podrían ser pasados a degüello por la turba.

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Whitelocke escuchó a Gower y le pidió reunirse en privado. Aparte, en un pequeño cuarto, le dijo que coincidía con su análisis y que iba a enviarlo ante Liniers para iniciar las negociaciones de la rendición. Whitelocke le dijo cuáles eran las condiciones que tenía en mente, pero Gower lo interrumpió: quería esas instrucciones por escrito. Whitelocke se negó, poniendo de manifiesto la tensión entre los dos militares.

Los términos de Whitelocke eran:
a) la posesión de Montevideo por 6 meses, con un territorio neutral
b) permitir la entrada de alimentos para el ejército en ese lapso
c) las tropas británicas embarcarían en 10 días, llevándose el armamento en su poder.
Mientras Gower se preparaba para su misión, Whitelocke escribió al Almirante Murray:
Mi estimado almirante:
Llegué aquí hace alrededor de una hora a fin de constatar qué más pueden hacer la gallardía y el esfuerzo del ejército bajo mi mando, cuyos padecimientos en todos los aspectos desde la última vez que tuve el placer de veros rara vez han sido superados en circunstancia alguna.
Si de algo podéis esta seguro, es de que Sudamérica nunca será inglesa: los hábitos inveterados de sus habitantes, cualquiera sea su clase, están más allá de todo lo imaginable.
Espero que vengáis aquí sin un momento de demora, dado que envío al general Gower a ver a Liniers como consecuencia de una carta de éste que recibí esta mañana
Sinceramente vuestro.
J. Whitelocke.
Duros momentos le tocaron a Gower en la entrega de la nota de Whitelocke. Acompañado de una escolta de prisioneros españoles y criollos, como garantía, se topó con una muchedumbre que se negaba a reconocer la bandera de tregua. Lo insultaron y lanzaban disparos intimidadores sobre su cabeza, al grito de “¡Pack! ¡Pack!”, exigiendo la entrega del odiado oficial británico.

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Finalmente Gower logró entrar al Fuerte, donde fue recibido por Liniers, en un salón colmado por una multitud que cantaba; al fondo, entre otros prisioneros ingleses, estaba Dennis Pack, protegido por dos sacerdotes. Liniers tenía dificultades para lograr desalojar la sala, así que terminó agarrando a uno de los presentes del cuello, para retirarlo por la fuerza. Lograda la calma y tras una ardua negociación, Liniers aceptó las condiciones menos el plazo de seis meses, que redujo a dos. Gower volvió con una escolta adicional, pero que no hizo menos peligroso el viaje de regreso.

Mientras, Whitelocke, alojado en la Quinta de Riglos, en el Retiro, vociferaba en contra de White por haberle asegurado que había un partido a favor de los ingleses en Buenos Aires y con Auchmuty por no haberlo secundado debidamente, acusándolos de malditos yanquis.