12.7.07

domingo 12.07.1807 – una carta que no llegó

Bernardo Velazco, intendente de Paraguay, estuvo en la Defensa ayudando a Liniers. Tras la victoria, envió una carta a su amigo Buenaventura, quien estaba en España, carta que no llegó a su destinatario. El barco con el correo, fue interceptado por los ingleses, quienes lo entregaron al ministro de guerra Lord Castlereagh.

En esa carta, Velazco asegura que la victoria fue un favor del cielo. Que se opuso al plan de Liniers de enfrentar a los ingleses en el Riachuelo y que había aconsejado pelear con los británicos sólo dentro de la ciudad. Que de haber aceptado el invasor el combate propuesto, hubieran acabado con el ejército porteño. Destaca la mala dirección británica y aseguraba que, de haber cercado la ciudad, Buenos Aires se hubiera rendido en cuatro días, ante la falta de alimentos. Reporta el saqueo y pillaje que hubo, tanto por españoles como ingleses.

Espera que no se exageren los partes de Buenos Aires a España, porque los ingleses, con la mitad de los hombres traídos por Whitelocke, podría tomar Buenos Aires y que si perdieron, fue porque vinieron a poner sus gargantas al cuchillo.

domingo 12.07.1807 – parten los británicos

A una semana de la Defensa, se embarcan los últimos soldados y la flota británica zarpa rumbo a Montevideo. Quedarían en Buenos Aires, como rehenes garantes del acuerdo, el capitán Carroll del regimiento 88 y el capitán Hamitlon, del 5, quienes regresaron a Inglaterra tres meses después, cuando llegaron los últimos prisioneros de Beresford que estaban presos en Catamarca. Este irlandés Carroll fue quien informó, tras su tiempo en Buenos Aires, que el país suspiraba por su independencia. El hermano de Duff, el jefe del 88 que dejó sus banderas, por prevención en su cuartel, sirvió en el ejército español, en la guerra de la península, donde se hizo amigo de José de San Martín y lo ayudó a pasar a Londres, antes de su retorno a América. Por España, los rehenes fueron el coronel César Balbiani y el teniente coronel Francisco Ruesada.

Quedaron en Buenos Aires, todavía, 400 ingleses heridos, atendidos por los betlemitas en su hospital en Chile y Defensa y en la Residencia, amén de los que fueron alojados, en casas particulares.

Es el caso del teniente coronel Kington quien cayó herido en las calles porteñas y fue recogido por los mismos Patricios y transportado, por órdenes de Liniers, a casa de Anita Perichón, donde fue atendido “como un hijo”. Liniers lo visitó durante sus 17 días de agonía. En ocasión de visitarlo el comandante de los Patricios, Cornelio Saavedra, Kington le tomó la mano y le pidió: “Si es posible, coronel, permitidme el honor de reposar bajo la tierra de los cuarteles de vuestro valiente regimiento”.

11.7.07

sábado 11.07.1807 – banquete de despedida

Santiago de Liniers dio un banquete de despedida a los vencidos, en el Fuerte, en honor de John Whitelocke y su estado mayor. A los postres la banda tocó God save the King y Liniers brindó por el Rey de Inglaterra y Whitelocke por el de España.

10.7.07

viernes 10.07.1807 – partes a Londres

El Saracen parte hacia Londres, con los partes de Whitelocke, Auchmuty y Craufurd.

9.7.07

jueves 09.07.1807 – muerte de un soldado

Muere Orencio Pío Rodríguez, uno de los voluntarios de los Patricios, a resultas de las heridas recibidas en uno de los últimos combates de la Defensa. Rodríguez dio muestras de valor y carácter cuando, tras recibir fuertes heridas en una pierna, tomó su cuchillo y cortó el miembro herido, vendó el muñón con su ropa y siguió disparando al grito de: “¡Viva el Rey!”.

En 1808, el Cabildo dispuso que la calle San Gregorio llevara su nombre, lo que se mantuvo hasta 1822, cuando se volvió a cambiar el nombre por el que actualmente lleva: Santa Fe. Su nombre no se ha perdido en la ciudad: la plazoleta limitada por Charcas, Ecuador y Paraguay, recuerda su nombre.

jueves 09.07.1807 – embarque de las tropas británicas

Empieza el embarco de las tropas británicas, para regresar a Londres, derrotados. La tarea se completará en tres días.

8.7.07

miércoles 08.07.1807 – hospitalidad porteña

El ejército inglés se concentró en el Retiro para iniciar, al día siguiente, el embarco de las tropas.

En una nota escrita, Whitelocke agradeció a Liniers el buen trato dado a sus oficiales, que habían caído prisioneros. El recuerdo de la hospitalidad de Liniers es citado en varios testimonios. El capitán irlandés Carroll (que hablaba español) recuerda que, en este día 7, se enteró que su compañero, el coronel Holland, hacía diez días que no se había afeitado ni cambiado de camisa, por lo que lo condujo al dormitorio de Liniers exponiéndole el caso al héroe de la Reconquista que estaba vistiéndose en ese momento. Con naturalidad, Liniers le regaló una de sus camisas, un cepillo de dientes nuevo y le prestó su navaja.

Como escribiera nuestro conocido capitán Gillespie: “La modestia sin presunción del enemigo, después de un hecho tan señalado por la gloria de sus armas y tan completo en sus resultados, era asombroso”.

En tanto, desde el día 6, se enterraron los caídos en la Defensa. Los muertos ingleses fueron enterrados, con sus uniformes, en lugares próximos a donde cayeron. Las barrancas del Retiro, las calles cortadas entre esta barranca y el Fuerte, entre éste y la Residencia o en el corralón de Sebastián López, en Yrigoyen y Pasco (posteriormente un cementerio inglés y hoy, la plaza Primero de Mayo).

7.7.07

martes 07.07.1807 – rendición británica

En la mañana, el almirante Murray desembarcó y se reunió con Whitelocke, tomando conocimiento de la propuesta de capitulación. Como era costumbre, se pidió la opinión del subalterno de mayor antigüedad, el capitán Baynton que expresó su opinión favorable al acuerdo. Murray firmó la rendición. Ese mismo día Liniers visitó el Retiro e hizo lo propio. Completaron las firmas, Whitelocke, Balbiani y Velazco. Se corrigieron algunos detalles menores, como que el ejército inglés se embarcaría en Retiro en el término de diez días y que se canjearían, mutuamente, dos oficiales de cada ejército, como garantes del cumplimiento de lo pactado.

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“Reflexionando en la poca ventaja que sería la posesión de un país, los habitantes del cual eran tan absolutamente hostiles, resolví abandonar las ventajas que la bravura de la tropas había conseguido, y accedí al tratado anexo” informó Whitelocke en su parte del 10 de julio de 1807.

Así acababa la segunda invasión inglesa en Buenos Aires. Otra vez, los ingleses se iban derrotados.

6.7.07

lunes 06.07.1807 – reunión en el Retiro

Al atardecer, Whitelocke, constituido en la Plaza de Toros del Retiro, con sus oficiales, evaluó la situación y se propuso un plan. Bombardear a la ciudad concentrando el fuego de la artillería, coordinando un fuerte ataque que llevara a los ingleses directamente al Fuerte. La mayoría de los oficiales coincidió con la propuesta, con la excepción de Gower. Éste opinó que el bombardeo sería inútil, por la construcción de las casas de Buenos Aires, bajas, de ladrillos y con techos con azoteas, sin madera en su construcción. Las paredes blandas permitirían que los proyectiles pasaran limpiamente, sin producir ningún tipo de daño. Eso podría enardecer más al populacho y empeorar la delicada situación en la que se encontraban. Elípticamente, Gower tenía en mente la situación de los prisioneros británicos que podrían ser pasados a degüello por la turba.

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Whitelocke escuchó a Gower y le pidió reunirse en privado. Aparte, en un pequeño cuarto, le dijo que coincidía con su análisis y que iba a enviarlo ante Liniers para iniciar las negociaciones de la rendición. Whitelocke le dijo cuáles eran las condiciones que tenía en mente, pero Gower lo interrumpió: quería esas instrucciones por escrito. Whitelocke se negó, poniendo de manifiesto la tensión entre los dos militares.

Los términos de Whitelocke eran:
a) la posesión de Montevideo por 6 meses, con un territorio neutral
b) permitir la entrada de alimentos para el ejército en ese lapso
c) las tropas británicas embarcarían en 10 días, llevándose el armamento en su poder.
Mientras Gower se preparaba para su misión, Whitelocke escribió al Almirante Murray:
Mi estimado almirante:
Llegué aquí hace alrededor de una hora a fin de constatar qué más pueden hacer la gallardía y el esfuerzo del ejército bajo mi mando, cuyos padecimientos en todos los aspectos desde la última vez que tuve el placer de veros rara vez han sido superados en circunstancia alguna.
Si de algo podéis esta seguro, es de que Sudamérica nunca será inglesa: los hábitos inveterados de sus habitantes, cualquiera sea su clase, están más allá de todo lo imaginable.
Espero que vengáis aquí sin un momento de demora, dado que envío al general Gower a ver a Liniers como consecuencia de una carta de éste que recibí esta mañana
Sinceramente vuestro.
J. Whitelocke.
Duros momentos le tocaron a Gower en la entrega de la nota de Whitelocke. Acompañado de una escolta de prisioneros españoles y criollos, como garantía, se topó con una muchedumbre que se negaba a reconocer la bandera de tregua. Lo insultaron y lanzaban disparos intimidadores sobre su cabeza, al grito de “¡Pack! ¡Pack!”, exigiendo la entrega del odiado oficial británico.

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Finalmente Gower logró entrar al Fuerte, donde fue recibido por Liniers, en un salón colmado por una multitud que cantaba; al fondo, entre otros prisioneros ingleses, estaba Dennis Pack, protegido por dos sacerdotes. Liniers tenía dificultades para lograr desalojar la sala, así que terminó agarrando a uno de los presentes del cuello, para retirarlo por la fuerza. Lograda la calma y tras una ardua negociación, Liniers aceptó las condiciones menos el plazo de seis meses, que redujo a dos. Gower volvió con una escolta adicional, pero que no hizo menos peligroso el viaje de regreso.

Mientras, Whitelocke, alojado en la Quinta de Riglos, en el Retiro, vociferaba en contra de White por haberle asegurado que había un partido a favor de los ingleses en Buenos Aires y con Auchmuty por no haberlo secundado debidamente, acusándolos de malditos yanquis.

lunes 06.07.1807 – el día después

Auchmuty le hace llegar, a primera hora de la mañana, la carta de Liniers de la víspera. En Miserere, tras la traducción de capitán Squire, Whitelocke le pide a Gower que se comunique con el Almirante Murray, en la flota anclada frente a la ciudad. Gower no quiere considerar ningún tipo de rendición y aconseja a Whitelocke que no haga esa consulta, que podría ser interpretada por Liniers como que está considerando capitular.

Whitelocke le dice que lo que quiere es ganar tiempo. Gower propone que Whitelocke pida a Liniers una tregua de dos horas para enterrar a los muertos. Whitelocke acepta la idea y le pide a Gower que redacte una nota que luego considera inaceptable, porque no se ajustaba a los hechos. Le encarga la tarea al coronel Bourke, tarea que tampoco satisface a Whitelocke.

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Retoman el borrador de Gower y tras varias correcciones del coronel Torrens llegan a la redacción definitiva:
“Señor:
Acuso con ésta recibo de vuestra carta, en la que no me hacéis más que justicia al creer que mis sentimientos son favorables a la causa de la humanidad.
Debido a la extensión de las acciones y el estado de los heridos, debo proponer una tregua de 24 horas, quedando las líneas como hoy se encuentran.
En cuanto a la rendición del ejército en la situación en que se halla en esto momentos, tras haber tomado tantos prisioneros, está absolutamente fuera de toda cuestión .Tengo que lamentar que vuestros edecanes hayan sido heridos, pero se trata de bajas inevitables, y debo señalaros, a mi vez, que mi edecán recibió disparos en todo el camino.
Whitelocke.”
Whitelocke dejó al coronel Brandford a cargo del campamento de Miserere, mientras Mahon, la reserva que había esperado pacientemente en Barracas, marcha a Miserere. Whitelocke se acercó al Retiro, siguiendo la sugerencia de Auchmuty quien le aconseja aceptar la propuesta de Liniers porque la moral de la tropa era baja. Whitelocke envió la propuesta redactada a Liniers.

Liniers no aceptó la tregua y se reanudaron las hostilidades, rompiendo la tregua implícita que había ocurrido en esa mañana del 6 de julio. Liniers envió a Elío a atacar la Residencia (sin éxito, como era de esperar en ese militar) y desde la flota inglesa bombardearon el Fuerte, haciendo blanco en la residencia de Liniers.

5.7.07

domingo 05.07.1807 – 6 p.m.

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capitulación

Santiago de Liniers trató con mucho respeto a los oficiales ingleses prisioneros, llegados al Fuerte, en especial a Robert Craufurd quien hablaba francés por haber convivido cinco años con los austriacos, en la guerra contra Francia. Liniers le mostró el borrador de la capitulación que iba a presentar a John Whitelocke.

A esa hora, Whitelocke contaba con 4 mil hombres para continuar el combate, sin contar la reserva de Mahon, que podía darle otros 2 mil hombres más. Whitelocke había perdido 2 mil hombres, entre heridos y prisioneros. Las pérdidas de Liniers no superaban los mil muertos y otros tantos heridos. Aunque las bajas inglesas eran muy fuertes, todavía contaban con efectivos para intentar dar vuelta la jornada.

Liniers sabía que era el momento de aprovechar la confusión de las fuerzas inglesas, para apurar con una capitulación honrosa, antes de que el rival intentara un contraataque que podría ser fatal.

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La idea del borrador inicial de Liniers era devolver los prisioneros de la Reconquista y los de la Defensa, en canje por los que Auchmuty envió a Londres, en la toma de Montevideo y los de Whitelocke en ese día, amén del compromiso de evacuar el Río de la Plata en dos meses. Martín de Álzaga redobló la apuesta y exigió que se pidiera la evacuación de Montevideo, pese al temor de Liniers de que se cayera el acuerdo, con la continuación del combate. Álzaga argumentaba que en el peor de los casos, se podía quitar esa condición, si los ingleses no lo aceptaban. Detrás, existía el interés comercial de Álzaga de quitar el predominio del comercio exterior de Montevideo, que había logrado tras la toma inglesa.

Esa misma tarde, Liniers envía la carta con la propuesta a Auchmuty en el Retiro:
Vuestra Excelencia:
El mismo sentimiento de humanidad que inspiró a Vuestra Excelencia, sin conocimiento de la fuerza a mi mando, a proponer la capitulación, me anima hoy cuando estoy plenamente al tanto de vuestra situación, con ochenta oficiales de todos los grados y dos mil soldados prisioneros, y por lo menos el doble de esa cantidad muertos, ante de que el ataque haya entrado en contacto con mis fuerzas principales.
Para evitar un mayor cerramiento de sangre y ofrecer a Vuestra Excelencia una prueba más de la generosidad española, os propongo no sólo devolveros todos los prisioneros en mi poder en estos momentos sino también los tomados a vuestro predecesor, el general Beresford, con la condición de que os rembarqueis con el resto de vuestro ejército, evacuéis Montevideo y la región del Río de la Plata y me deis seguridades sobre el cumplimiento de este contrato.
En el caso de que Vuestra Excelencia rechace la propuesta, no puedo garantizar la seguridad de vuestros hombres, habida cuenta de la ira que cunde entre mis tropas, aún más exasperadas debido a que tres de mis edecanes fueron heridos al presentarse en diferentes puntos en que se había izado una bandera de tregua. Es por este motivo que os envío esta carta por uno de vuestros oficiales, a la espera de una respuesta en el plazo de una hora.
Liniers.
Auchmuty recibe la carta a una última hora y recién, al día siguiente, podrá remitirle el borrador de la capitulación a su jefe, Whitelocke.

domingo 05.07.1807 – 4.30 p.m.

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Whittingham retorna a Miserere, con las noticias de Auchmuty para Whitelocke, de la rendición del 88 y del repliegue de las columnas del norte al Retiro. Auchmuty recomendaba a Whitelocke que se trasladara al Retiro para seguir desde allí las operaciones.

domingo 05.07.1807 – 4 p.m.

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parte para Whitelocke

Whittingham llega al Retiro, evadiendo los tiros de los defensores, para ponerse al tanto de las novedades del campo de batalla.

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la rendición en Santo Domingo

Se rinden los británicos en Santo Domingo: quedan 46 oficiales y 600 soldados. El oficial que tomó la rendición británica, en forma incondicional, fue Elío. Los soldados marcharon en fila hacia el Fuerte, como prisioneros de guerra, entre las burlas de la turba indisciplina que los abucheaban. Los soldados heridos, cerca de un centenar, quedaron en el convento, para ser cuidados de sus heridas.

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¿Qué pasó con Dennis Pack? El panorama del altanero oficial británico se veía negro. Ante la rendición incondicional, estaba en manos del vecindario que lo tenía como el enemigo público número uno y pedía su cabeza. Estaba a un tris de ser linchado, cuando solicitó la ayuda del prior de Santo Domingo, el padre Francisco X. Leiva quien, compadecido, lo ocultó en su oratorio privado y le hizo jurar a los otros sacerdotes que no revelarían el secreto. Además, ordenó a los heridos británicos que testimoniaran a la turba que Pack había sido asesinado. Así se salvó la vida de Dennis Pack, llevado al Fuerte recién cuando anocheció en la ciudad.

domingo 05.07.1807 – 3.30 p.m.

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bandera de tregua en Santo Domingo

Craufurd convocó a sus oficiales, Pack, Guard y al mayor Macleod, el escocés comandante de artillería, pasadas las tres y media de la tarde. Craufurd manifestó su convencimiento de que toda resistencia significaba un inútil derramamiento de sangre. Los oficiales coincidieron con Craufurd y que debía izarse la bandera de tregua, para negociar un acuerdo para la rendición. Macleod se mostró con dudas. “Mayor Macleod, ¿cree usted que podemos salir de este lugar?” lo interpeló Craufurd “Aunque yo no lo creo, si es así me pondré en este mismo instante a la cabeza de la columna y seré el primer en conducirla al exterior”.

Macleod se convenció de que no había nada más que hacer. Se izó la bandera de tregua.

domingo 05.07.1807 – 3 p.m.

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Lumley llega al Retiro

A las tres de la tarde, Lumley y sus hombres llegan al Retiro, poniéndose a las órdenes de Auchmuty .

“La conducta de estas tropas estuvo más allá de todo elogio, y creo que mi deber para con ellos es declarar aquí que pese a lo evidente que pronto debió haber sido para cualquier individuo que interviniera en la contienda que no podíamos tener posibilidades de éxito, no iba a escucharse un solo murmullo y ni siquiera a esbozarse la apariencia de un deseo de retirare. El comportamiento tanto de oficiales como de soldados demostró es grado de aplomo e intrépida resolución, esa firme y paciente perseverancia y rápido acatamiento de las órdenes que es la prueba real de la verdadera valentía y disciplina” declaró Lumley en el juicio a Whitelocke.

domingo 05.07.1807 – 2.30 p.m.

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cuartel general

A primera hora de la tarde, Whitelocke ordena a sus edecanes contactar a las columnas inglesas. A las dos y medias, sale de Miserere, el capitán Whittingham, el único que cumplirá con su misión: el resto fue repelido por los tiradores que encontraron en el camino.

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escaramuza en la Residencia

Dos cañones, enviados por Liniers, intentan atacar a las fuerzas británicas en la Residencia, pero el regimiento 45 cargó a las bayonetas y tomó las piezas, no siendo molestados en el resto de la jornada.

domingo 05.07.1807 – 2 p.m.

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Lumley se repliega

A las 2 de la tarde, tras seis horas de lucha, Lumley comprende que está solo y que no hay posibilidades de resistencia. A su pesar, sigue el consejo de Auchmuty y se repliega hacia el Retiro, avanzando por 25 de Mayo, frente a un intenso fuego de la metralla que le produce bajas. Con él condujo a los restos del 5 y del 86 (Davie-King y Vandeleur).

domingo 05.07.1807 – 1 p.m.

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Lumley sueña con éxito

Alborozado por el éxito sobre Elío, Lumley despachó un mensaje al teniente coronel Davie para que se adelantara y apoyara el ala izquierda del mayor King, prestando un auxilio a la cobertura de su exhausta retaguardia. Otra intimación a rendirse de dos oficiales españoles, fue rechazada por Lumley, porque “sus modales eran groseros y descorteses”. Nuevamente volvió Elío con órdenes de Liniers: debían rendirse incondicionalmente en 15 minutos. Lumley rechazó el ofrecimiento.

La ciudad estaba en silencio. Los combates habían cesado. Lumley sospechó, en ese momento, que el general Craufurd se había rendido o retirado. La posición se estaba volviendo insostenible. En esos momentos llega un mensaje de Auchmuty, invitándolo a replegarse hacia el Retiro, que estaba en su poder. Lumley garabateó en el dorso del mensaje, una nota de apoyo a Auchmuty, haciéndole saber que sostenía su posición y mantenía una buena formación.

El mensaje no llegó a destino; su portador murió o cayó prisionero.

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ataque a Santo Domingo

Liniers manda a colocar una pieza de artillería en los fondos de la casa de Tellechea (frente a Santo Domingo, la manzana de Belgrano – Defensa – Moreno – Balcarce) y refuerza el bombardeo con un obús de 6 pulgadas, primero en la esquina de Belgrano y Bolívar y luego en Venezuela y Bolívar. Conjuntamente con la artillería del Fuerte, se disparó sobre la torre de Santo Domingo, repleta de ingleses (las marcas de esas balas están aún presentes, en la torre del templo).

domingo 05.07.1807 – 12 a.m.

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se rinde Vandeleur

Con sus hombres exhaustos, muchos heridos, y rodeados por el cuerpo de Arribeños y Patricios de la Merced, al mediodía Vandeleur consideró que la situación era insostenible. A las doce, agitó un pañuelo blanco. Un oficial español salió de su escondite, un parapeto en la casa de enfrente. Se le explicó que los ingleses se rendirían si se les daba garantías respecto de los heridos. Llevándose su mano al corazón, el oficial español juró que sus hombres serían tratados con humanidad. Vandeleur entregó su espada y fue conducido, como prisionero al Fuerte.

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se rinde Duff

Los húsares de Martín Rodríguez atacaron por los fondos de las casas que daban a la Iglesia de San Miguel, en tan fuerte ataque, que Duff debió rendirse poco después del mediodía.

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abandono de las Catalinas

Alrededor del mediodía, rodeado por los atacantes de las azoteas vecinas, el Regimiento 5, en posesión del Convento de las Catalinas, abandonó su posición y se reunió con las fuerzas de Auchmuty, en el Retiro.

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ataque sobre Lumley

Las fuerzas porteñas, liberadas del asedio a Duff y Vandeleur, se dirigen a atacar la posición de Lumley, sobre 25 de Mayo y L. N. Alem.

Comprendiendo el peligro de su posición, Lumley envió una nota al Retiro, pidiendo refuerzo que debían venir (expresamente dicho por el general) por San Martín. En ese momento, rezagados del 88 y del 36, se reunieron con Lumley y le informaron de las rendiciones de Duff y Vandeleur. Al mismo tiempo, se presentó el coronel Elío pidiendo la rendición y confirmándole las rendiciones de las columnas inglesas. Lumley rechazó la oferta, cortés pero firmemente. Elío se retiró y volvió a la escena con dos cañones para atacar la casa.

En ese mismo momento, llegaba por San Martín, el mayor King, enviado urgentemente por Auchmuty desde el Retiro quien se lanzó sobre Elío. Lumley envió al mayor Burne, por la calle Corrientes, para apoyar el ataque de King. Los españoles huyeron ante el ataque combinado, abandonando los dos cañones. (“(Elío) en la victoria general encontró medio de hacerse derrotar personalmente” escribe Paul Groussac con ironía). Siendo más un estorbo que una ventaja, los cañones fueron inutilizados y abandonados. (El proceso de inutilización se denominaba “clavar” un cañón y consistía en introducirles un clavo en el oído, agujero en la recámara que comunica el fuego a la carga).

Dos apuntes laterales deben citarse de este escenario de batalla. En primer lugar, que los oficiales ingleses relataron que debieron destruir, a sablazos, las botellas y barricas de vino de las numerosas pulperías del Bajo (L. N. Alem) para evitar que sus hombres se emborracharan. La segunda, el ataque recibido por el mayor King, desde una casa de la calle Reconquista (entre Sarmiento y Corrientes) en la que flameó, durante toda la jornada, la bandera francesa. King supuso que estaba ocupada por oficiales de importancia. En realidad era la casa de Anita Perichón, la amante de Liniers y del propio Beresford.

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el ataque a Santo Domingo

A medida que el colapso de las columnas centrales y la rendición de Cadogan dejaba gente libre para redoblar el ataque sobre los otros puntos de lucha, la posición de los ingleses en Santo Domingo empeoraba. Al mediodía la situación era desesperada, cuando se acercó un oficial español con bandera de tregua. Craufurd supuso que las otras columnas habían cumplido su objetivo y que Liniers requería los términos de una capitulación. Triste fue la desilusión cuando el oficial le informó que el Regimiento 88 se había rendido y que la rendición que estaban pidiendo era la suya.

Craufurd rechazó el ofrecimiento. “Esta circunstancia, junto con el hecho de haber estado cuatro horas en este lugar, sin que nadie se acercara a informarme o ayudarme, me hicieron pensar que la situación en que me encontraban no era aconsejable” escribió Craufurd después. “Decidí por lo tanto aprovechar el primer momento favorable para liberarme de ella; imaginaba que la oportunidad se daría cuando el enemigo se aproximara en gran número por la calles; si nos mezclábamos con ellos, podríamos hacer menos efectivo el fuego provente de las casas circundantes, que a la sazón estaban completamente ocupadas”.

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La posibilidad parecía darse cuando un grupo de porteños se acercó por el oeste, para tomar un cañón de tres libras en Balcarce y Venezuela que, por su tamaño, había quedado fuera de la iglesia. Craufurd mandó a los granaderos al mando de Guardy asistido por el mayor Trotter para frustrar el intento de los defensores patriotas. Pero en menos de un minuto, murieron cuarenta hombres, entre ellos, el propio Trotter. Craufurd comprendió que no había manera de evacuar Santo Domingo. Estaba rodeado.

domingo 05.07.1807 – 11 a.m.

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se rinde Cadogan

Cadogan resiste con un grupo de 140 hombres en la casa de la Virreina, en la esquina de Perú y Belgrano, durante más de tres horas. Martín Rodríguez, testigo del ataque con sus húsares, señala que la sangre de los heridos corre por los desagües del techo que da a la calle. Con apenas 38 hombres, a las 11 de la mañana, el mayor Cadogan se rinde, entregando su espada al oficial español, elogiando el valor de su contendiente.

La rendición de Cadogan libera hombres y recursos porteños para atacar las otras posiciones británicas centrales.

domingo 05.07.1807 – 10 a.m.

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John Whitelocke, en sus cuarteles en Miserere, no tiene idea de cómo va el ataque. A las 10 de la mañana encomendó al capitán Foster acercarse lo más posible a la ciudad y constatar la situación de las distintas columnas. Desde un techo, Foster observó que las enseñas del Rey George flameaban en el Retiro y en el techo de un edificio alto que “tomé por una iglesia” , posiblemente Santo Domingo. Varias veces repitió, en Miserere, el intento para verificar si la bandera inglesa flameaba sobre el Fuerte, bajando siempre con la misma negativa para Whitelocke. Sólo las banderas en las Catalinas, la Residencia y el Retiro.

domingo 05.07.1807 – 9 a.m.

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cae el Retiro

Auchmuty junta fuerzas con Nugent y redoblan el ataque a la Plaza de Toros. Pese a la brillante defensa, los porteños deben rendirse a las 9 de la mañana. Junto al capitán Concha, se rindieron 400 marineros y Patricios; sólo Jacobo Adrián Varela, con 50 Gallegos, se abrió paso entre las líneas inglesas y pudo escapar de la rendición. Auchmuty le cedió a Nugent el honor de aceptar la rendición del Retiro, como premio a su actuación en el campo de batalla. Con el Retiro en sus manos, Auchmuty se dirigió al Convento de las Catalinas, que ya estaba en poder británico, tomado por el Regimiento 5.

domingo 05.07.1807 – 8 a.m.

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ataque al Retiro

Auchmuty llevó a sus hombres por el medio de la manzana (entonces una quinta) de M.T.Alvear entre Suipacha y Esmeralda, tomando la siguiente calle, Paraguay. Allí bajaron al río, refugiados por el Zanjón de Matorras, que corría por esa calle (hoy puede verse su forma, oculta bajo la calle Tres Sargentos). El mayor Miller (moriría en el ataque) quien había desembocado por Santa Fe, al mismo tiempo que Auchmuty, debió virar con su regimiento, debido al fuego del Retiro. Entrando por Suipacha, llegaron a Paraguay, donde se unieron al regimiento de Auchmuty. Este regimiento perdió todos sus capitanes por el ataque. Esta columna tomó una gran casa que había en la orilla del río (a esa altura, por 25 de Mayo) y allí reorganizó sus fuerzas.

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Retrasado unos minutos, Nugent emergió por Juncal y en la esquina de Suipacha, recibió los disparos de un cantón ubicado en diagonal a la Iglesia de Nuestra Señora del Socorro, el terreno de Zuloaga. Con celeridad, Nugent rompió la puerta de la casa a culatazos y sus hombres ultimaron a los defensores. Como un cañón ubicado en la esquina de Esmeralda, detenía su avance, Nugent irrumpió con sus hombres por la casa quinta de Riglos (enfrente al Socorro y al terreno de Zuloaga, próximo al río). Marchando por la barranca, el regimiento de Nugent tomó el arsenal, el cuartel y la batería de Abascal. Pudieron usar uno de los cañones del cuartel, para atacar a la Plaza de Toros.

Auchmuty iba a retroceder hasta el Convento de las Catalinas, en Viamonte y San Martín, para reorganizar sus tropas. En esa ocasión, imprudentemente, los defensores de la Plaza de Toros salieron a perseguir la retirada del enemigo. En ese momento, la columna de Nugent sorprendió a los atacantes, en un enfrentamiento tan feroz como decisivo. Tras abandonar gran parte de la artillería, los defensores volvieron a encerrarse en la Plaza de Toros, en decidida inferioridad.

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ataque a Santo Domingo

Un cañonazo abre el portón de la calle Balcarce por los fondos de Santo Domingo. Con notable celeridad, los británicos lograron entrar a la iglesia, tomando el templo. Dennis Pack fue uno de los primeros en entrar, así como el primero en buscar las banderas y hacerlas ondear, como desafío en el campanario. La flota británica anclada en el río saludó con estruendos, el flamear de la bandera del 71 ondeando en la torre de la iglesia. Craufurd dispuso a su tropa en la única torre que tenía, entonces, Santo Domingo (la próxima al río) y en los techos. Pero éstos eran resbaladizos y empinados, con poca protección para resistir el fuego de las casas circundantes. No obstante, las tropas de Craufurd provocaron muchas bajas en los Cántabros–Montañeses de Pedro Antonio García que respondían al fuego desde los cantones en Belgrano y Defensa. Craufurd dispuso una guardia frente al altar para evitar saqueos, pero igualmente algunos ornamentos religiosos fueron robados.

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la distracción central

Kington ha quedado herido, tendido en las calles, donde fue recogido por los mismos Patricios que habían combatido contra él. Liniers lo hizo transportar a la casa de Anita Perichón, su amante, donde fue “atendido como un hijo”, según las fuentes inglesas.

domingo 05.07.1807 – 7.30 a.m.

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Cadogan se refugia con un grupo de 140 hombres en la casa de la Virreina, en la esquina de Perú y Belgrano. En tanto, Craufurd, desciende por Venezuela hasta Balcarce, sin mayores inconvenientes, detrás de Santo Domingo. Con intención de atacar el Fuerte, había dado órdenes al Regimiento 45, en la Residencia, para que se uniera al ataque. A eso de las 7 y media de la mañana, Guard comandó un grupo, desde la Residencia, dejando a Nichols al mando del puesto. En Venezuela, Guard se encuentra con Craufurd y Pack que insiste con la idea de volver a la Residencia. Craufurd lo envía a Guard a apoyar a Cadogan que resistía en la casa de la Virreina. Pero los Patricios de Viamonte lo detienen en Perú, en dura batalla. Guard no llega a contactar a Cadogan; grupos de soldados dispersos le informan que Cadogan se ha rendido, por lo que vuelve con Craufurd para recibir nuevas órdenes.

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Craufurd vacila. Se ha quedado con la mitad de sus hombres pero todavía le parece demasiado pronto para ignorar las órdenes recibidas. Pack insiste en replegarse a la Residencia y Guard (con su natural arrojo que lo llevaría a la muerte, a la cabeza de la División Ligera, en la península española) en persistir en el ataque. Craufurd observa una torre de una iglesia y le pregunta a Pack si es Santo Domingo. “Sí” responde Pack. “¿Está seguro, coronel?”; “Lo juro bajo mi responsabilidad” afirma Pack. En ese momento, decide tomar la Iglesia de Santo Domingo. Para Pack es la hora de reencontrarse con las enseñas perdidas en la primera invasión.

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la toma de las Catalinas

El regimiento 5 había marchado por mitades, por las calles Tucumán y Viamonte, a las órdenes del teniente coronel Humphrey Davie y del mayor King, llegando al río casi sin oposición. Tomaron varias casas grandes entre las calles 25 de Mayo y San Martín, destacándose la toma del Convento de las Catalinas.

Los ingleses echaron abajo, a hachazos, la puerta del convento, en cuya capilla se encontraban las setenta monjas, aterrorizadas, pensando que habían llegado sus últimos minutos, ante el ataque de un enemigo atroz y sacrílego. Los soldados entraron y encontraron a las monjas reunidas en torno a la madre superiora que sostenía en alto la hostia consagrada. “Los recibimos entonces arrodilladas y en profundo silencio. La Sagrada Comunión nos había preparado para la muerte, que creíamos segura. Los soldados irrumpieron apuntándonos con los rifles y las bayonetas caladas, pero ninguna de nosotras se movió ni rompió el silencio. La muerte era lo que menos temíamos, ya que considerábamos que era voluntad de Dios que hiciéramos ese sacrifico por el triunfo de nuestra causa” comentaría la madre superiora, en carta al arzobispo de Perú.

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“Para nuestra inmensa sorpresa, esa legión de lobos acostumbrados a los hechos de horror accesorios al guerra mostró supremo respeto por nuestra vocación religiosa, y desapareció en el interior del convento sin ofendernos en modo alguno. La lobreguez del día y la tristeza de las circunstancias hicieron aún más intensa la oscuridad de la capilla, a tal punto que no podíamos distinguir si era de día o de noche. Permanecimos en ella hasta las seis de la tarde del día siguiente, en ayuno y sin más sostén para nuestra fortaleza que el recibido el día anterior de la Sagrada Hostia”.

domingo 05.07.1807 – 7 a.m.

Empieza el combate. Llegan los primeros partes, de las distintas columnas dispersas por las calles de Buenos Aires.

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ataque al Retiro

El regimiento 87, al mando de Auchmuty y Butler, entra por la actual M. T. de Alvear mientras que el mayor Miller conduce la otra mitad del regimiento 87 por Santa Fe. El plan inicial indicaba que estas columnas debían entrar por Córdoba y Paraguay pero, seguramente, como esas calles no estaban abiertas a la altura de Callao, se habían desviado al norte, hasta encontrar las primeras calles abiertas. Más hacia el lado del río, el teniente coronel Nugent avanza por Juncal (“una angosta callejuela entre cercos vivos” como la describió posteriormente) con el regimiento 38.

“Todavía no había amanecido lo suficiente para ver ningún objeto a la distancia y tampoco nos habían disparado un solo tiro cuando, repentinamente, recibimos una descarga de metralla de uno o dos cañones, uno de ellos frente a nosotros” describe Auchmuty en el juicio a Whitelocke. Los tiros provenían del Retiro y el ataque descripto por Auchmuty se dio cuando los ingleses cruzaron entre Suipacha y Esmeralda.

“Aunque el fuego era extremadamente destructivo, sobre todo para los granaderos, la columna siguió forzando su avance; y cuando un intenso fuego de mosquetes se abatió sobre nosotros desde un edificio que luego reconocí como la Plaza de Toros y en el había alrededor de un millar de hombres, la columna quedó durante algún tiempo expuesta a él, aún deseosa de avanzar. Nuestra retaguardia comenzó entonces a disparar, lo que hizo más peligrosa la situación de quienes estaban al frente. Al fin, la columna empezó a vacilar y retroceder. En ese momento, el coronel Butler, con suprema valentía, se forzó por detener a los hombres e inducirlos a seguirme en un intento de entrar en un jardín a la derecha de la calle, cosa que logramos, llegando a la calle siguiente que era paralela a la que habíamos dejado” describe Auchmuty. En la Plaza de Toros, comanda el ataque el coronel Gutiérrez de la Concha, con un millar del regimiento de los Gallegos, responsables del ataque a las columnas inglesas.

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las columnas centrales

La columna del teniente coronel Alejandro Duff, el que dejó las banderas en el campamento, “para que no las tomaran”, avanzó por Perón, con la mitad del regimiento 88. El fuego de los cantones que encontró en Suipacha (comandados por Balbiani), lo obliga a desviarse por Suipacha hasta la Iglesia de San Miguel, en donde intenta entrar. Pero el fuego del cantón que estaba frente al templo y las sólidas puertas del edificio, lo llevaron a continuar por Mitre, donde se apodera de unas casas, para resistir el embate de los porteños.

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No tuvo mejor suerte la otra columna del regimiento 88, comandada por el mayor Vandeleur, que avanza por Sarmiento, con relativa facilidad en un principio. Pero a partir de Suipacha, recibe un ataque de toda clase de proyectiles, lanzados desde los techos de las casas, desde granadas de manos hasta objetos combustibles. Al trote, la columna de Vandeleur se topó con una trinchera, en la calle 25 de Mayo, un parapeto de bolsas de cuero rellenas de cuero. Ante el fuego, trepan la barrera para encontrar que los esperaba un zanjón de metro ochenta de profundidad y tres y medio de ancho. Urgidos, continúan por Sarmiento hasta 25 de Mayo y allí se adueñan de dos casas esquinas en la Alameda (L. N. Alem), donde se resguardan.

El regimiento 36 se dividió en dos mitades: una columna, al mando del general Lumley y el teniente coronel Burne, avanza por Corrientes; la otra, al mando del capitán Cross, por Lavalle. Sin mayores inconvenientes, ambas columnas llegaron a 25 de Mayo y tomaron las casas de la orilla de la barranca, entre 25 de Mayo y L. N. Alem. Se izó la bandera del regimiento y allí resistieron el fuego del Fuerte y de las casas vecinas.

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la Residencia

La columna extrema sur, comandada por el teniente coronel Guard, avanza con cuatro compañías del Regimiento 45 por la calle San Juan. Dado que San Juan no estaba abierta a la altura de Callao, debió dar un rodeo por Cochabamba-Luis Sáenz Peña-Constitución-Santiago del Estero y recién ahí entrar por San Juan. Por tal motivo, se demoró cuatro minutos más que la otra columna, al mando del mayor Nichols quien se encaminó con la otra mitad del regimento 45, por Humberto Primo. Sin mayores bajas (Guard perdió sólo 3 hombres en el avance), se apoderaron del Hospicio de la Residencia (en Humberto Primo, entre Balcarce y Defensa), manteniendo esa posición sin mayores inconvenientes.

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la guerra personal de Dennis Pack

Las dos columnas de la Brigada Ligera protagonizan los momentos más dramáticos de la Defensa. El general Craufurd conduce su columna por Venezuela; Dennis Pack por Belgrano.

Tal vez por la irregularidad de las manzanas a la altura de la Quinta de White, estas columnas no siguieron por Moreno y Belgrano como lo indicaba el plan original. No fue el único desvío del plan decidido por Whitelocke el día anterior. La orden general de batalla indicaba que “los jefes de columna de ambos lados de la plaza cuidarán de no desviarse hacia la plaza” pues sabían que estaba muy bien fortificada. El teniente coronel Holland, cuñado y ayudante de Craufurd, al copiar la orden (muy mal redactado por Whitelocke) consideró que no regía para las columnas al sur de la plaza, por lo que no copió esa instrucción, lo que resultó vital, porque tanto Pack como Craufurd se desviaron hacia la plaza.

Pack avanzó por Belgrano, hasta llegar a Perú. “Atravesé la ciudad de Buenos Aires por el camino que me marcaban las órdenes. Fue lo primero que atrajo mi atención al insólito silencio de las calles, apenas interrumpido por algunos tiros sueltos, dirigidos de cierta distancia al paso de la columna. Algunos exploradores expertos habían notado ruido de voces en las casas por donde pasábamos, y la prudencia nos aconsejaba registrarlas una por una; pero, pensando que tal examen contrariaba órdenes recibidas, pasé de largo apurando la marcha” describe el propio Dennis Pack.

“Anduve sin otra oposición que la de algunas descargas que partieron de las avenidas que conducían a la Plaza Mayor, en el momento de cruzar sus bocacalles. Al llegar a vista del río de la Plata, mandé hacer alto a la cabeza de la columna para apretar las filas, y como oyese fuego a mi izquierda y no tuviese enemigo al frente en punto que ocupar a mi derecha, conferencié con el teniente coronel Cadogan, que convino conmigo en la oportunidad de ganar terreno hacia la izquierda y comenzar el ataque si estuviera por allí el enemigo. Las lámparas estaban espirando, y algunas parecían dispuestas para asistir a los sitiados, en caso de un ataque nocturno…”.

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Allí, en Perú y Belgrano, Pack decidió que Cadogan tome las cuatro compañías del regimiento 95 junto a la pieza que portan y avancen por Perú, hacia Alsina, para entrar por los fondos de San Ignacio. Él, con cinco compañías de Cazadores, iría por Bolívar, para tomar la iglesia por el frente. Pack, viejo conocido de los porteños, tan soberbio y altanero como valiente, sabe que es profundamente odiado por no haber respetado su palabra de honor y tomado las armas contra Buenos Aires. A su vez, Pack tiene una cuenta pendiente con la ciudad: las banderas de su amado regimiento 71 estaban guardadas en la Iglesia de Santo Domingo. La acción de Craufurd y Pack tomaba forma: tomar las iglesias de San Ignacio, Santo Domingo y luego ganar la de San Francisco, para imponerse desde el Fuerte. No importaba que el cuartel de los Patricios estuviera frente a San Ignacio y que Pack supiera que los porteños lo estaban esperando a él, especialmente. La leyenda dice que gritó un: “¡Pronto voy a despacharlos a todos!”.

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Con su característica osadía, el que sería cuñado de Beresford, emprendió la acción. “Dispuse que el coronel Cadogan tomara el mando de la retaguardia y avanzase como yo por una calle paralela. Me perseguía la obsesión de que emprendíamos una lucha superior a nuestras fuerzas; acaso el combate más desigual que se hubiese librado jamás” confiesa Pack.

Cadogan avanza por Perú y cuando llega a la esquina de Alsina, al poner su pieza en batería para forzar la entrada a la iglesia, recibe un nutrido fuego de ambos lados de la calle Perú y del frente, destrozando su columna. La calle Perú era una ratonera a la que había ido, voluntariamente, el ejército inglés. Detrás de San Ignacio, estaba el cuartel de Patricios, con un batallón mandado por Saavedra y Viamonte, enfrente varios cantones en el cuartel de la Ranchería y, por si fuera poco, una pieza de artillería en Perú e Yrigoyen.

Simultáneamente, Pack avanzaba por Bolívar, encontrándose con el ataque desde los techos y la artillería de otra pieza, ubicada en Bolívar e Yrigoyen. Los disparos de mosquete y granadas, lanzados desde los techos, desintegró la columna de Pack quien también recibió heridas. Pack perdió al oficial de la primera compañía con casi todos sus hombres y la segunda quedó reducida a la mitad: en media hora, sólo queda una centena de los más de 250 hombres con los que había girado por Belgrano1. “La destrucción fulminante y simultánea de las columnas de Pack y Cadogan, al marchar paralelamente sobre San Ignacio, es uno de los episodios más notables de la defensa” escribió Carlos Roberts.

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Pack retrocedió por Bolívar y cuando dobló por Belgrano se encuentra con Cadogan, con idéntica suerte que la suya, escapando por Perú. Cadogan, con lágrimas en los ojos, le jura que ha cumplido con su deber y aún más, pero que estaban perdiendo vidas en una causa sin esperanzas. Pack reconsidera su acción y propone reunirse con Craufurd, en la columna de Venezuela, para allí ir a la Residencia. Pero el mayor Cadogan objeta la propuesta: sostiene que aún pueden sostener su posición y que abandonarla sin órdenes sería una traición a las otras columnas (desconoce el desastre de las columnas centrales). Pack lo deja con el resto de la columna y, con un pequeño grupo, parte a buscar a Craufurd.

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distracción central

Oyendo los fuegos del combate de las otras columnas, parte la última columna que tenía el objetivo táctico de crear una distracción en el centro, aferrando las fuerzas de la línea Suipacha – Tacuarí, mientras atacaban las columnas al norte y al sur. Al mando de la columna iba el teniente coronel Kington, con los regimientos 6 y 9 de Dragones, enfilando por Hipólito Yrigoyen. Al llegar a Suipacha, recibió el fuego de los Patricios que estaban sosteniendo ese punto de ataque. En vez de refugiarse en las casas vecinas y soportar el asedio, Kington trató de apoderarse de los cantones enemigos, sin éxito, siendo herido mortalmente. El mayor Pigot tomó el mando y ordenó la retirada, uniéndose, poco después, con el capitán Bradford, integrante de la fuerza de Cadogan. Retrocedieron por Yrigoyen, hasta la plaza Lorea (entonces un hueco, en el cruce con Paraná, que recibió ese nombre en homenaje a don Isidoro Lorea y su esposa, porque allí fueron asesinados por los soldados ingleses) y se refugiaron en la Iglesia de Nuestra Señora de la Piedad y casa vecinas.

domingo 05.07.1807 – 6.30 a.m.

Truenan los cañones. Es la señal (para uno y otro bando) del inminente combate. Las tropas avanzan, como había sido ordenado, por las calles indicadas. Algunos, como el teniente coronel Duff del regimiento 88, no tiene mucha fe en el plan de su jefe: ha dejado las banderas del regimiento en el campamento. Las tropas inglesas se internan en la ciudad en silencio, aún en penumbras, apenas iluminadas por las luces de aceite de potro. Faltaban 17 cuadras para el río, la meta y objetivo del plan de Whitelocke.

domingo 05.07.1807 – 5 a.m.

Amanece encapotado y brumoso, presagiando lluvia. Aún a oscuras, el ejército inglés se pone en marcha. Dejaron sus capotes y mochilas en sus campamentos y, en silencio, avanzan hasta el camino de las Tunas (Callao – Entre Ríos) donde se formaron las distintas compañías, recibiendo las primeras luces del alba.

La angostura de las calles les impidió formar las columnas normalmente, por lo que debieron formar con columnas de 7 hileras de frente.

4.7.07

sábado 04.07.1807 – moviendo las fichas

Durante el día, continuaron las escaramuzas de la víspera, a lo largo del camino de las Tunas (el eje Callao – Entre Ríos), con saqueos mutuos de las casas de la zona, tanto de los ingleses como de los españoles.

Mientras, los ingleses decidían su plan de acción. A primera hora de la mañana del 4, Whitelocke se reunió con sus comandantes, para preparar el ataque definitivo. Era un día lluvioso, ventoso y frío, típico día invernal porteño. En la reunión participó White quien informó los dispositivos defensivos preparados en la ciudad, por lo que Whitelocke no podía ignorar lo que esperaban a los ingleses. White aseguró que las condiciones climáticas no cambiarían, por lo que Whitelocke decidió el ataque para ese mismo mediodía, para no esperar a que empeorara el estado de las calles y se fatigaran las tropas, en otro día más de espera. Whitelocke desistía de usar la artillería, táctica militar habitual, para ablandar las defensas con un bombardeo previo.

“La medida del bombardeo, que podía ocasionar una pérdida indiscriminada de vidas, arruinar la ciudad e irritar a la población, me parecía contraria tanto a la letra como al espíritu de mis instrucciones” declararía Whitelocke en su juicio. “Con este nuevo plan esperaba desalojar a los defensores empujándolos al fondo de la ciudad, y hacer allí numerosos prisioneros, que en nuestras manos podrían ser otras tantas garantías para el retorno del 71° Regimiento y las otras tropas capturadas juntos con el general de brigada Beresford; al mismo tiempo que los habitantes pacíficos y quienes estuvieran mejor dispuestos hacia nosotros podrían escapar al peligro del ataque quedándose tranquilamente en sus casas”.

De las declaraciones de Whitelocke surge que tenia la idea que sólo combatía con los españoles, que los criollos abrazarían la conquista inglesa y prescindirían de apoyar a las fuerzas defensoras. Esto pese a la información proporcionada por Beresford, White y el cruce de Gower con Liniers. Craufurd objetó, en la reunión, la orden de hacer prisioneros, por la imposibilidad de hacerlo con la táctica planteada. “No recuerdo haber escuchado una orden de ataque similar” confesó después.

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Auchmuty llegó a las 10 y media de la mañana y, enterado del plan de acción para el mediodía del 4 de julio, lo desechó terminantemente, por la imposibilidad de tener a sus hombres listos a esa hora. Aconsejó que el ataque se realizara a las primeras horas del día siguiente, moción que fue aceptada por Whitelocke.

Ante el retraso del ataque, Whitelocke aprovechó para enviar una nueva intimación a Liniers, para rendir la ciudad, pese al consejo de sus segundos que entendían que una actitud así, ante la original negativa de las fuerzas de la ciudad, podría interpretarse como un acto de debilidad del jefe inglés. Whitelocke envió a su edecán, el capitán Whittingham, con bandera de parlamento y un fuerte destacamento, para presentar la oferta. Liniers, enterado del nuevo ofrecimiento, mandó a Hilarión de la Quintana para recibir al enviado inglés. Pero llegó antes de que los pobladores, desconfiando de una maniobra distractiva, rechazara a tiros al capitán Whittingham quien debió replegarse, dejando tras sí a 14 muertos. Finalmente, De la Quintana, únicamente acompañado por su corneta, logró entrevistarse con Whittingham a quien luego acompañó ante Liniers.

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Liniers devolvió el despacho de Whitelocke con una misiva escrita por su puño y letra:
“Acabo de recibir el Despacho de Vuestra Excelencia fechado en el día de hoy, y tengo el honor de informaros que mientras yo esté a cargo de la administración y el presente estado de ánimo de la guarnición y los residentes siga existiendo, nunca admitiré propuesta alguna para la rendición de la plaza que me ha sido encargada, dado que confío en tener medios suficientes para resistir cualquier posición que Vuestra Excelencia pueda ejercer contra mí. Los derechos humanitarios a lo que Vuestra Excelencia se refiere, cualquiera sea el resultado del combate, ha sido vulnerados más por vos como agresor que por mí, que no hago sino cumplir con mi deber y la justa causa de la represalia”.
El desaire de Liniers ahondó las diferencias entre Whitelocke y sus oficiales, en espera con Gower. Whitelocke había reprochado a Gower que le echaba un balde de agua fría a todas sus propuestas y le preguntó si sus actos como oficial en el país no habían sido totalmente adecuados. “Contesté que la inferioridad de mi situación me impedía atreverme a dar una opinión sobre un teniente general que tenía una comisión como general en jefe” dijo Gower en el juicio a Whitelocke.

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El día 4 se iría con la nueva notificación a Mahon, para que marchara a Barracas y esperara allí órdenes (notificación que esta vez sí llegó a sus manos) y con la idea de lo que podrían encontrarse los ingleses, en el ataque del 5. Lumley había dispuesto una misión de reconocimiento, con tres compañías del regimiento 36 marchando por Corrientes y otras tres del 88 por Sarmiento, para obtener la mayor información posible previo al ataque. En Corrientes y Suipacha, el 36 se encontró con la fuerzas de Balbiani que, con gran celeridad, efectuaron un ataque frontal, mientras parte de sus hombres ganaban los techos y balcones, a ambos flancos y retaguardia, sometiéndolos a un intenso fuego. Los soldados del 88 acudieron en ayuda del 36 y se encontraron con igual recibimiento. Con gran aplomo, los ingleses se retiraron en perfecto orden, volviendo a sus líneas. La excursión les reportó la pérdida de una cuarta parte de sus hombres. Ya tenían una idea de cual iba a ser la táctica de los habitantes de Buenos Aires.

Pero Whitelocke no tomó ninguna enseñanza de ese primer enfrentamiento.

3.7.07

viernes 03.07.1807 – mañana en Buenos Aires

En la mañana del 3 de julio, los soldados volvieron a formar en la plaza. Se Continuaron las tareas de defensa. El Cabildo mando traer ganado desde el norte y se lo carneó en el bajo del Fuerte, distribuyéndola entre todo aquel vecino que fuera a buscarla a la Plaza. El ánimo se elevó, definitivamente, cuando tuvieron noticias de Liniers, quien había enviado emisarios a la ciudad para saber si los ingleses ya la habían tomado, como presagiaba, tras pasar la noche en una quinta en Chacarita. Aparentemente, Liniers estaba juntando fuerzas fuera de la ciudad, para intentar una segunda Reconquista, por lo que algunas versiones dicen que había enviado con 2 mil hombres a Hilarión de la Quintana a Monte Castro, para reorganizar las fuerzas. Pero, para su sorpresa, el Cabildo le informó que los ingleses no habían entrado a la ciudad y se le urgió que volviera. Liniers regresó con mil hombres, por el lado del Retiro. El pueblo lo recibió alborozado, reforzada la confianza, con el regreso de su jefe militar, al que le seguían teniendo plena confianza. Liniers terminó de inspeccionar las defensas, conforme con las medidas tomadas en esa noche amarga.

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La defensa se había organizado en un círculo interior, alrededor de la Plaza Mayor, con tropas en las azoteas de las casas altas que daban a la plaza; luego, un círculo exterior, con una línea de cantones, aproximadamente en un radio de tres manzanas alrededor de la plaza, para debilitar el paso del enemigo, más que el de imposibilitar su paso, defensa que corría entre Sarmiento, Suipacha, Tacuarí y Belgrano. Las iglesias no fueron ocupadas, si no que se armaron cantones frente a los templos, para atacar a los enemigos que intentaran ocupar esos edificios.

La distribución de las tropas era irregular. Los Catalanes (Miñones) fueron los que más en contacto estuvieron con las avanzadas inglesas; los Patricios estuvieron en todas partes; los Gallegos en el Retiro (donde fue mandado el capitán de la Concha, con mil hombres, a defender el arsenal, junto a los Patricios y los marineros); los Andaluces frente a San Miguel; los Cantabros y Montañeses, frente a Santo Domingo; los Arribeños y Correntinos en La Merced; los artilleros en el Fuerte y el Retiro. Pero todo el pueblo, hombres, mujeres y niños, ayudaban en la defensa. Esa fue la principal clave de los días por venir.

viernes 03.07.1807 – Whitelocke llega a Miserere

John Whitelocke recibió los informes del enfrentamiento en los corrales de Miserere y de que Gower lo esperaba allí. En la madrugada del 3, llegó Whitelocke al paso de Zamora, dos kilómetros arriba del de la Noria, el que estaban buscando. Había mucha agua para vadear el Riachuelo a esa altura. Bajaron al paso de la Noria, cruzando el Riachuelo el día 3 de julio, a la 1 de la tarde. Ese día se reunión con la vanguardia de su ejército, en la quinta de White, en los mataderos.

2.7.07

jueves 02.07.1807 – la noche más amarga

Los dispersos del combate en Miserere trajeron la noticia a la ciudad de que estaba totalmente indefensa. El ejército que había costado tanto trabajado armar, ya no existía. El desaliento invadió a los porteños, que esperaban de un momento a otro, la entrada de los invasores. Hay una leyenda popular de que, en esa noche, sobresalió la figura de Martín de Álzaga que se puso al frente del comité de guerra, formado por los cabildantes y los jefes como Balbiani, Cerviño o García, que volvían del combate. Para más de una fuente, era una versión generada por el propio Álzaga y sus simpatizantes, para oponerse al papel de Liniers, teniendo como fuerte sustento del carácter ficticio de su labor, que no es nombrado en las crónicas de los días siguientes, durante la Defensa.

En esa noche, se puso en práctica el plan de defensa que el ingeniero Doblas había propuesto el 20 de abril, desechado por Liniers que eligió una batalla en campo abierto. Doblas había propuesto fortificar el centro de la ciudad, para que los defensores, desde las casas y las trincheras, pudieran conseguir una ventaja ante el ataque. Proponía que se defendiera la zona limitada por el río, y las actuales Lavalle, Pellegrini, Bernardo de Irigoyen y México, disponiendo de barricadas en las bocalles, con tercios de cuero con tierra, emplazando cañones y ubicando a la gente sobrante en las azoteas.

Esa noche del 2 al 3 de julio, tras cenar, y comprobar que los ingleses no entrarían en la ciudad, los vecinos organizaron la defensa. Iluminaron las calles, para evitar cualquier ataque sorpresa, con velas, antorchas y faroles. Emplazaron las trincheras y barracas, trayendo los cañones que se habían emplazado en el Retiro y la Residencia, previendo un eventual ataque inglés por esa zona. Los Húsares de Rodríguez y los Granaderos de Terrada fueron las únicas tropas que volvieron formados a la ciudad; el resto se había dispersado a sus casas. Se sumaron esa noche a las defensas, comandadas por Balbiani.

jueves 02.07.1807 – el combate de Miserere

Santiago de Liniers dispuso sus hombres, a unas tres cuadras del Riachuelo, tras cruzar ese curso de agua. A la derecha, dispuso la División Balbiani, cerca de 2 mil hombres (entre los que estaban dos batallones de los Patricios, los granaderos de Terrada, dos escuadrones de Húsares); al centro, la División Elío (recién llegado de Montevideo, tras el desastre en Colonia), con los Gallegos, Pardos, Morenos y Andaluces, cerca de 1650 hombres; el ala izquierda era la División Velazco (el Fijo, Blandengues, Arribeños, Miñones), otros 1650 hombres. En la reserva quedó Gutiérrez de la Concha (con los Dragones, Patricios, Montañeses y Miñones), cerca de 1580 hombres. En total, cerca de 7 mil hombres.

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Enfrente, el ejército inglés tenía la vanguardia comandada por Gower (enviada como avanzada por Whitelocke), con dos brigadas, a las órdenes de Craufurd y Lumley, alrededor de 3 mil hombres. El grueso del ejército, a las órdenes directas de Whitelocke con Auchmuty como segundo, sobrepasaban los 4 mil hombres. La retaguardia, a cargo del coronel Mahon, otros 2 mil hombres. En suma, cerca de 9 mil hombres.

Martín Rodríguez había dejado de vigilar al ejército inglés, que se había fraccionado en tres grupos, creyendo que todos irían íntegramente a Barracas. Con sus hombres, se sumó a las fuerzas de Liniers que desconocía la partición del enemigo. En la mañana del 2 de julio, Gower y la vanguardia, llegaban al Riachuelo, donde vieron formado al ejército de Liniers. Craufurd, que encabezaba la vanguardia, informó a Gower que el número de sus hombres era insuficiente para enfrentar al grueso del ejército de Liniers, pero que la situación hubiera sido muy distinta si todo el ejército inglés hubiera estado en disposición. “Si todo nuestro ejército del otro lado del río hubiera atacado al enemigo allí, estoy convencido que habríamos capturado Buenos Aires” declaró Craufurd en el juicio marcial a Whitelocke, tras la derrota. Gower siguió las órdenes de su jefe y buscó un cruce alternativo; un oficial con más imaginación (y mejor trato con su superior), hubiera avisado a Whitelocke de la situación y, tal vez, propuesto una batalla campal, con todo el ejército, sobre el ejército patriota que estaba mal ubicado. Pero el momento pasó, porque el ejército inglés se encaminó hacia el Paso de Burgos, agua arriba, eludiendo el enfrentamiento. “Mientras proseguíamos nuestra marcha, todo parecía indicar que el enemigo estaba desconcertado por nuestros movimientos” escribió Gower.

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Desde su posición frente al Riachuelo, Liniers vio que iba a ser flanqueado por el ejército inglés, y mandó su caballería para intentar evitar el paso. Tal vez, de saber que estaba frente a una avanzada y no todo el ejército, como suponía, Liniers pudo haber enviado todos sus hombres sobre la vanguardia inglesa y eliminarla. La superaba en número y el grueso del ejército inglés estaba a 8 horas del campo de batalla. Pero Liniers creyó que el movimiento era una hábil maniobra de distracción del ejército inglés, que buscaba entrar por la ciudad por el oeste. La caballería enviada por Liniers no logró su objetivo: Gower envió la brigada de Craufurd que dispersó la caballería de Liniers con unas cargas de cañón. Para evitar la posible entrada a la ciudad, una vez cruzado el Riachuelo, Liniers tomó la división Velazco, dando órdenes que lo siguiera la división Elío y, cruzando por el puente de Gálvez, a marcha forzada se dirigió a los corrales de Miserere, en una marcha sobrehumana por los pésimos caminos.

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A la una de la tarde, Gower cruzaba el paso de Burgos, sin problemas, pudiendo ver, a unos 10 km, el grueso del ejército de Whitelocke cruzando la barranca, con dirección oeste. Gower marchó hacia los corrales de Miserere, donde esperaba alojarse en la casa de White, aprovisionada con anticipación, para convertirse en el cuartel inglés. Desde lejos pudo ver el regreso de Liniers, aunque no cayera en la cuenta que eran los mismos hombres que dejaron en el Riachuelo. Gower iba con la vanguardia de Craufurd; los hombres de Lumley estaban retrasados, por ser la fracción más agotada de la vanguardia.

Liniers llegó primero al matadero, donde formó sus tropas y 11 cañones en línea, oculto tras el cerco de tunas. Poco después de las 5 de la tarde, ya al oscurecer, llegó Gower con sus hombres. Los defensores dispararon. “Crawfurd, a pesar del cansancio mortal que empalidecía a sus soldados, ordenó calar la bayoneta y arremetió contra el enemigo” declara un testigo inglés. La arremetida de Craufurd, con sus dos batallones a la orden de Pack y Travis, tiene éxito y dispersa a las fuerzas patriotas. Las fuerzas de Liniers se separan en dos grupos: el ala derecha, unos 400 hombres de Velazco y Liniers, huyen hacia la Chacarita (vía la actual calle Corrientes); el ala izquierda, perseguida por Craufurd, enfila hacia la ciudad (vía Larrea, Alberti, Rivadavia).

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Liniers se salvó providencialmente de ser tomado prisionero en ese mismo momento. Había enfilado hacia el este, para escapar, cuando el joven teniente de los Húsares, Jorge Zemborain, tomando las bridas del caballo del general, le grita: “¡Por allí no, o el enemigo os atrapará! ¡Seguidme!”, guiándolo por el noroeste, hacia la Chacarita, donde Liniers esperara las noticias de Buenos Aires.

La división de Elío, que venía como refuerzo para Liniers, llegó tarde al combate de Miserere. A mitad de camino, al enterarse del desastre, se desbandaron, volviendo todos a sus casas. ( “Las tropas de Elío se desbandaron, volviendo solo a la plaza el jefe fanfarrón” define Groussac). Las tropas de Balbiani, que estaban guardando el puente de Gálvez, se replegaron hacia la ciudad.

Craufurd siguió a las tropas que se dispersaban, hasta la actual calle Callao, donde empezaba la edificación de la ciudad. “En ese momento me pareció aconsejable seguir al enemigo hasta la ciudad” escribió Craufurd posteriormente “y quise que el oficial que me traía la orden solicitara al general Gower que me permitiera hacerlo. Como respuesta recibí la orden perentoria de retroceder hasta los Corrales”. De haber seguido Gower, la sugerencia de Craufurd, hubiera tomado la ciudad esa misma noche, como lo temía Liniers que en Chacarita pasaba “su noche más amarga”. Pero Gower, siguiendo órdenes, vivaqueó con su ejército en la quinta de White, donde se aprovisionaron de carne, galleta y saquearon las casas vecinas, esperando la llegada de Whitelocke, dándole un tiempo crucial a los porteños.

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El grueso del ejército inglés, en tanto, había extraviado el rumbo, al malentender el vado por donde iba a cruzar la retaguardia: para Bourke, la vanguardia cruzaría por un paso aguas arriba del paso Chico; en realidad, la vanguardia de Gower cruzó por el paso de Burgos, aguas abajo. Cerca del mediodía del 2 de julio, tras tomar por las lomas de Zamora, para enfilar hacia el paso de la Noria, el grueso del ejército de Whitelocke vio que se estaba alejando de la vanguardia de Gower. Ya no podría unirse a la vanguardia, antes de la noche, por lo que decidió vivaquear ahí y mandar órdenes a Mahon que se quedará con la reserva en Quilmes. A las 5 de la tarde, Whitelocke escuchó los cañonazos del combate de Miserere. De haber estado ahí, con su vanguardia, hubiera decidido la batalla esa noche.