30.6.06

miércoles, 30.06.1806 – jugando al fútbol en el tejado

Llegados a la una de la mañana, a la villa de Luján, la partida británica al mando del capitán Thomas Arbuthnot está lejos de comportarse con la debida corrección británica. Detienen al alcalde de la villa, José Gamboa, amenazándolo de muerte si no decían donde estaban los caudales faltantes. Apropiados de la casa capitular, saquearon los archivos y rompieron los muebles del lugar. “Rompieron las llaves que guardaban el archivo, sacaron y rompieron los papeles que quisieron” señaló un testigo de la época.

En una nota de color, los soldados del Regimiento 71 jugaron al fútbol, rompiendo las tejas de la cárcel y calabozos, cuando subían a buscar, sin ningún cuidado, la pelota que se colgaba en el techo. “Quebraron todas las tejas de la cárcel y calabozos, pues con motivo de bajar la pelota con que se divertían andando sobre las tejas, como si caminaran sobre sólido terreno” ¿Será esta mención el primer antecedente histórico de haberse jugado al fútbol en la Argentina?

No todo destrozo puede ser atribuido a los ingleses. Uno de los cajones que contenía los caudales reales, fue saqueado, aprovechando el barullo y desquicio en la que estaba la villa de Luján en esa noche. Casualmente, un conocido vecino del poblado, se convirtió en un hombre de fortuna, a partir de esa noche lluviosa.

miércoles, 30.06.1806 – un bando particular

Simultáneamente con la devolución de los caudales reales, Beresford emitió un bando por el cual devolvía 180 barcos de cabotaje con su correspondiente carga a sus propietarios, incautados durante la invasión. A primera vista, estos dos hechos parecen desconectados. Pero, siguiendo la interpretación del historiador Carlos Roberts, estos hechos sugieren un acuerdo entre los británicos y los comerciantes de la colonia. A los primeros, no les resultaba de ninguna utilidad las naves de cabotaje (que sólo podían vender a los mismos dueños expropiados); a los porteños, poco les interesaba los tesoros provenientes del Interior, que terminarían en las arcas españolas. Presionando a Sobremonte sobre las represalias que podía tomar Beresford, consiguieron que el virrey devolviera los fondos y, acto seguido, el gobernador británico restituyera los navíos incautados.

Con esta medida, el flamante gobernador se granjeó el agradecimiento de los comerciantes porteños, afianzando su situación política. Las familias que habían salido de la ciudad, antes de la invasión, regresaban a la Buenos Aires, colonia británica.

29.6.06

martes, 29.06.1806 – la cuestión de los tesoros reales

Desde la villa de Luján, se recibió la respuesta de Sobremonte (el virrey en fuga) sobre el tema de los caudales reclamados por Beresford. Pese a que en su opinión no correspondía entregarlos (por haber sido retirados antes de la entrada del invasor) transige en devolverlos, en atención al buen trato recibido por la población, aunque con la promesa de someter este desacuerdo a consideración de las dos Cortes. Antes de partir rumbo a Córdoba, Sobremonte da órdenes al coronel Francisco Rodrigo, responsable de conducir el tesoro, que hiciera “entrega de los caudales del Rey y de la Compañía de Filipinas a disposición de los Señores Generales Ingleses que han tomado posesión de Buenos Aires”.

Beresford encarga al capitán Thomas Arbuthnot, junto a seis dragones y veinte infantes del regimiento 71, a que junto a varios cabildantes, se dirijan a Luján para disponer de los caudales y traerlos a Buenos Aires.

Parten en la noche lluviosa y llegan a Luján en la madrugada del día siguiente.

martes, 29.06.1806 – primer bando

Por Guillermo Carr Beresford, Mayor general, Comandante en Jefe de las Fuerzas de Su Majestad Británica, empleadas en la Costa Este de la América del Sur, y Gobernador de Buenos Aires y todas sus dependencias

Hallándose la ciudad de Buenos Aires y sus dependencias sujetas ahora a S.M.B., por la energía de las armas de S.M., el Mayor General, con el objeto de establecer una completa confianza en la liberalidad y rectitud del gobierno de S.M., y tranquilizar los ánimos de todos los habitantes que están al presente en la ciudad, o de aquellos que, de aprensión de las casualidades generales de guerra, hayan salido de ella, juzga que es indispensable proclamar, sin perder un momento de tiempo, que es la más graciable intención de S.M., que la gente de Buenos Aires y cualesquiera otras Provincias en el Río de la Plata, que pueden eventualmente caer bajo su protección, gocen del entero y libre ejercicio de su Religión Católica, y que se prestará todo respeto a sus Santos Ministros.

Que los Tribunales de Justicia continúen en el ejercicio de sus funciones en todos los casos de procedimientos civiles y criminales, refiriéndose al Mayor General en aquellos casos en que se hacía llamar al Virrey en anteriores ocasiones, garantiendo el Mayor General en lo que dependa de él, que todo se hará para traer los procesos en sus más pronta y justa sentencia.

Toda propiedad privada de cualquier naturaleza que sea, recibirá su más amplia protección, y todo lo que pueda pedirse para tropas, ya sea víveres u otros artículos, se pagarán inmediatamente a los precios que prefije el Cabildo.

Por lo mismo el Mayor General invoca al Ilustrísimo Señor Obispo, sus coadjutores y Ordenes Eclesiásticas, Fundaciones, Colegios, Jefes de Corporaciones, Mayor, Alcaldes de Ciudad y barrios, para que hagan entender a los habitantes en general, que serán siempre protegidos en la Religión y propiedad y que serán gobernados por sus propias Leyes Municipales, hasta que se sepa la voluntad de Su Majestad Británica.

El Mayor General juzga necesario hacer saber, en el interés general y el de los comerciantes del país, que es la más graciable intención de S.M. que se abra un comercio libre y permitido en la América del Sud, semejante al que disfrutan todas las otras colonias de S.M., particularmente la Isla de Trinidad, cuyos habitantes han conocido los beneficios peculiares de estar bajo el gobierno de un Soberano bastante poderoso para protegerlos de cualquier insultos, y bastante generoso para darle aquellas ventajas comerciales de que no podrían gozar bajo la administración de ningún otro país.

Con la promesa de tan rígida protección a la religión dominante del país y el ejercicio de sus Leyes Civiles, confía el Mayor General que todo buen ciudadano se unirá con él en sus esfuerzos para mantener la Ciudad quieta y pacífica, pues pueden ahora gozar un comercio libre, y todas la ventajas de la relaciones mercantiles con la Gran Bretaña, donde no hay opresión que, como entiende, ha sido lo único que ha deseado, las ricas Provincias del Río de la Plata, y los habitantes de la América del Sud en general, para hacerlo el país más próspero del Mundo.

El Mayor General tiene ahora más que acudir a los Magistrados, para que estos lo hagan saber a los diferentes labradores y hacendados del país, e inducirles a que traigan a las Plazas y Mercados, víveres y vegetales de toda especie, que se les pagarán inmediatamente, atendiendo sin demora a las quejas que se le den.

Habiendo entendido el Mayor General que algunos de los derechos ahora existentes, son muy gravosos a las empresas comerciales, han determinado aprovecharse de la más pronta oportunidad, para informarse de este particular de los comerciantes más instruidos del país, hasta que se sepa la voluntad de Su Majestad Británica.

Dios guarde al Rey de la Gran Bretaña.

Dado en esta Fortaleza, a 28 de junio de 1806.

Firmado:
Guillermo Carr Beresford - Mayor General y Gobernador.

Redactado la tarde de ayer e impreso durante la noche en la Imprenta de los Niños Expósitos, difundido en las primeras horas de esta mañana

28.6.06

lunes, 28.06.1806 – un paso de comedia

Al momento de la capitulación, Beresford no prestó mayor atención al documento que ofrecieron Quintana y sus oficiales para rendir la ciudad. Sólo enfatizó la necesidad de que todos los fondos públicos que estuvieran en Buenos Aires el día 25, debían entregarse a los ingleses, en clara referencia al tesoro real sacado por Sobremonte tempranamente de la ciudad.

Esa tarde del lunes 28 de junio, poco antes de redactar el primer bando del nuevo gobierno, Beresford preguntó a los cabildantes dónde estaban los caudales del tesoro real, porque no habían sido entregados. Los cabildantes argumentaron que esos caudales salieron de la ciudad, la noche del 25 de junio, por orden del Virrey, y que por lo tanto no quedaban comprendidos en las capitulaciones propuestas por Buenos Aires y aprobadas bajo palabra por el propio Beresford. “¿Capitulaciones? Es verdad que el gobernador me remitió un papel, pero también lo es que yo no lo tomé en cuenta. Si entré en la ciudad no fue por virtud de ese papel, sino por haber hallado oposición” argumentó Beresford. “Ha habido poca formalidad, en no firmar Vuestra Excelencia, antes de entrar a la ciudad, dicho documento” contestaron socarronamente los cabildantes, con esa natural viveza criolla que nos caracteriza.

Beresford levantó la voz y lanzó una velada amenaza a la ciudad: “Cuando yo intimé al gobernador la entrega de la plaza, ofrecí respetar la religión, las personas y las propiedades; y lo he cumplido, y también exigí el tesoro real”.

En ese preciso momento, llega al fuerte el brigadier de la Quintana, quien venía hacerle una visita de cortesía a Beresford. El inglés lo recibe sumamente enojado, recriminándole la falta de cumplimiento en la entrega de caudales. En lo que casi es un paso de comedia, Quintana contesta: “¿Pues qué quiere Vuestra Excelencia? ¿Qué nosotros tengamos que pelearnos entre hermanos por los caudales que reclama Vuestra Excelencia?”.

Beresford fuera de sí, reiteró que él quería los caudales reales. Tras un tenso silencio, Quintana arguyó que el único recurso que se le ocurría era escribirle al Virrey para reclamar los caudales. “Pues, bien, que sea el momento” lo apuró Beresford.

No había tiempo para dilaciones. Quintana escribe a Sobremonte poniéndolo al tanto del requerimiento de Beresford y agrega “esta ciudad se ve al mismo tiempo reconvenido por lo mismo y con el sentimiento de que, por defecto de esos caudales, pueda variar el general de los sentimientos de humanidad y protección que le ha asegurado”.

El mismo día llega la respuesta de Sobremonte, en manos de Arce, argumentando que no estaban comprendidos en los derechos que da la guerra, como tampoco los recursos de la Real Compañía de Filipinas que “aunque bajo la protección real, es una compañía particular de comerciantes”.

Beresford despachó a Arce con el mensaje claro de que no aceptaría otra alternativa que el envío de los tesoros reales sacados por Sobremonte.

lunes, 28.06.1806 – el día después

A la mañana siguiente, otro día de lluvia, los negocios permanecían cerrados y la ciudad estaba desierta. A las nueve de la mañana, se izó el pabellón inglés en el Fuerte, contestado con honores y salva de artillería por la flota británica que esperaba frente a la ciudad. Poco después, el comodoro Home Popham desembarcó en la ciudad para felicitar al Excelentísimo Señor Mayor General, Comandante en Jefe y Gobernador de Buenos Aires William Carr Beresford. El teniente coronel Dennis Pack había sido nombrado Comandante de la Guarnición; el capitán de marina Martin Thompson asumía, en tanto, la Capitanía del puerto.

Beresford convocó a todas las autoridades de la ciudad al fuerte y les informó que se había dispuesto que todas las corporaciones (Audiencia, Cabildo, Consulado, Iglesia) siguieran tal cómo estaban hasta su llegada, con las mismas personas a cargo y regidas por las mismas leyes españolas.

Ese anunció fue aprovechado por el prior de los Predicadores, fray Gregorio Torres, para pedir la palabra y adherir, efusivamente, a la nueva autoridad. Beresford, gratamente sorprendido, pidió que pasaran por escrito el discurso del sacerdote, lo que fue hecho y firmado por todos los clérigos convocados con excepción de fray Nicolás de la Iglesia de San Miguel. Torres y los restantes Pedro Sullivan (San Francisco), Francisco Tomás Chambo (San Francisco) y Manuel Antonio Aparceres (Recoleta) no tuvieron empacho en firmar la adhesión en la que “(dan) las gracias más afectuosas por la humanidad con que han tratado a este honrado y fiel vecindario las armas victoriosas de V.E., y aunque la pérdida del gobierno en que se ha formado un pueblo suele ser una de sus mayores desgracias, también ha sido muchas veces el principio de su gloria. Yo no me atrevo a pronosticar el destino de la nuestra, pero si aseguro que la suavidad del gobierno inglés y las sublimes cualidades de V.E. nos consolarán en la que hemos perdido ayer, pues aún cuando nosotros y V.E. profesamos distinta religión, como podría suceder, ambos debemos convenir en que hay un Dios que premia a los buenos y leales y castiga a los malos y pérfidos”. Como si fuera poca la obsecuencia, agregan: “La religión nos manda respetar a las potencias seculares y nos prohíbe maquinar contra ellas, sea la que fuere su fe, y si algún fanático o ignorante atentare contra verdades tan provechosas, merecería la pena de los traidores a la patria y a los Evangelios. Yo confío en aquel Dios que es el árbitro soberano de la suerte de sus imperios, que jamás caeremos, ni aún por pensamiento en semejante delito”. La declaración fue enviada por Beresford a Londres, como prueba de que la Iglesia local estaba contra España.

¿Cómo habrá sido la recepción de los ingleses de esta adhesión del clero local? Citemos a Gillespie: “Una gran parte de las clases eclesiásticas, poco menos de mil cien, estaba en la misma degradación intelectual, pero esa mucho más depravada en su moral. Maestros de doctrina cristiana sin comprenderla, imitadores devotos en todas las ceremonias de su iglesia, que eran incapaces de entender, e instructores licenciados de preceptos que eran los primeros en violar, no es de admirar que en tales manos la inteligencia se apagase, que las formas invalidasen la esencia real de la bondad, y que los crímenes triunfasen sobre las leyes de Dios bajo la preponderancia de tal dominación”.

27.6.06

domingo, 27.06.1806 – incidente en la Fonda

“Después de asegurar nuestras armas, instalar guardias y examinar varias partes de la ciudad, lo más de nosotros fuimos compelidos a ir en busca de algún refrigerio” así anota el capitán Alexander Gillespie, su primer actividad, en la tarde del 27 de junio de 1806, cuando Buenos Aires ya era una perla más del Imperio Británico. Beresford conferenciaba con Quintana para definir un texto definitivo a la capitulación; los regimientos españoles habían entregado sus armas (no sin tensión) y la tropa británica estaba licenciada.

En esa noche tormentosa, los oficiales ingleses se animaron a transitar por las calles oscuras de Buenos Aires, en busca de algún lugar para comer. Así dieron hasta la fonda de Los Tres Reyes, en la calle del Santo Cristo (actual 25 de Mayo), frente a la plaza, propiedad de Juan Boncillo. Los acompañaba Ulpiano Barreda (“criollo civil que había residido algunos años en Inglaterra” lo cita Gillespie) que hacía las veces de intérprete de los invasores.

La fonda dispuso de huevos y tocino, lo único que podía ofrecer a esas horas, donde también estaban algunos soldados españoles, desarmados horas antes. “A la misma mesa se sentaban muchos oficiales españoles con quien pocas horas antes habíamos combatido, convertidos ahora en prisioneros con la toma de la ciudad, y que se regalaban con la misma comida que nosotros” señala Gillespie. Pero el capitán le llamó la atención la joven moza que servía las mesas, que no disimulaba un profundo disgusto en su rostro. Gillespie, con Barreda de traductor, le pidió que expresara, sin temor a ninguna represalia, que le expresara el porqué de su disgusto. La joven moza agradeció la disposición del oficial inglés y, en voz alta, volviéndose a los españoles de la mesa próxima, expresó: “Desearía, caballeros, que nos hubiesen informado más pronto de sus cobardes intenciones de rendir Buenos Aires, pues apostaría mi vida que, de haberlo sabido, las mujeres nos habríamos levantado unánimemente y rechazado los ingleses a pedradas”. Gillespie señala que este discurso “agradó no poco a nuestro amigo criollo” .

domingo, 27.06.1806 - el cruce del riachuelo

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De un lado, los 1600 ingleses, esperando las luces del alba para forzar el cruce del Riachuelo; del otro, los 500 defensores de la ciudad, mal armados, guarecidos tras los cercos de tunas. Beresford encomendó la tarea de reconocimiento al capitán Kennet de ingenieros. "Luego que amaneció, mandé recorrer las riberas del río, y hallé que por nuestra banda teníamos poco o ningún resguardado, mientras los enemigos estaban apostados detrás de árboles, cercos, y entre las embarcaciones de la orilla opuesta. Como nuestra situación y circunstancias no podían admitir la menor demora, determiné forzar el paso" .

Beresford acercó las 11 piezas de batería cerca de la orilla, escoltados por la compañía de Cazadores del 71, con la infantería detrás, a cubierto de las casas que no se habían destruido en la quema apresurada del puente. "El enemigo comenzó un nutrido fuego desde sus refugios en zanjas, cercos y casa a unas cien yardas del Riachuelo" recuerda Alexander Gillespie. "El enemigo rompió un fuego muy mal dirigido de cañones gruesos, y de mosquetería; aquéllos cesaron luego que se rompió nuestro fuego, y ésta prosiguió por más de media hora, pero aunque tan inmediato a nosotros apenas nos hicieron daño, tal mal dirigido era" crítica Beresford.

El intercambio del fuego fue nutrido de ambos lados. Los ingleses tenían una ventaja, un nuevo tipo de granada, la Shrapnel (en honor a su creador, el coronel Henry Shrapnel) de gran eficacia y poder destructivo. Era un proyectil de forma esférica con un interior hueco relleno de balines de plomo, con una carga de pólvora que estallaba en el aire, aumentando el área de dispersión de los fragmentos liberados. Dado el alto efecto que produjo en el bombardeo en el Puente de Gálvez, Shrapnel fue felicitado oficialmente por el capitán Ogilvy, jefe de artillería, en carta al General Mc Leod, Director de Artillería en Inglaterra.

Sin embargo, pese a la opinión de Beresford, los ingleses no salieron ilesos del fuego: un marinero murió, contaron con 11 soldados heridos y el capitán Le Blanc vio como una bala de cañón le volaba una pierna. Además, el que sería un protagonista importante en los días por venir, Dennis Pack perdió su caballo, por el fuego enemigo.

Un grupo de marineros ingleses cruzó a nado el río, en medio del fuego cruzado, volviendo con botes y lanchas; los primeros fueron usados para el paso de la infantería y los segundos para, amarrados, armar un puente para el paso de la artillería y los caballos. Cuando los primeros botes ingleses llegaron a la otra orilla, las fuerzas defensoras de la ciudad se desbandaron, dejando la ciudad a merced de las fuerzas invasoras.

La defensa de la ciudad presentó notorios errores tácticos, al no hacerse trincheras ni barricadas para resistir el avance inglés. Más aún, los defensores contaban con pocas municiones. El coronel Giannini tuvo que emprender la retirada cuando su reiterado pedido de municiones fue desoído, tras agotarse los diez tiros por hombre que disponía. Los mismos hombres que luchaban debieron desplazar a la Fortaleza dos piezas de artillería, por carecer de armamento.

Se desoyó otras ideas, como la de atacar por la retaguardia al ejército inglés, cuando pasaran el río, pedido hecho por 500 marinos mercantes que solicitaron fusiles para la acción. Tampoco se dio permiso al capitán mercante Francisco Guas para colocar piezas de artillería en la subida a la ciudad, en las tres calles que venían de Barraca (las actuales Defensa, Montes de Oca y Salta).

El héroe de la jornada fue el sexagenario teniente coronel Juan Antonio Olondriz, con casi medio siglo de servicios, que al frente de 50 granaderos del Regimiento Fijo resistió la embestida inglesa, sin ceder un palmo de terreno, hasta que se le dio la orden de retirarse.

¿Qué era del comandante en jefe en ese momento? Sobremonte marchó con unos 600 hombres, la tropa de caballería que había pernoctado en Barracas, más otros voluntarios de Olivos, San Isidro y las Conchas, con rumbo oeste. Muchos supusieron que intentaría atacar a los ingleses por la retaguardia, cruzando el Riachuelo por el Paso de Burgos, mientras las fuerzas defensoras cerraban el avance inglés por el Paso de Gálvez. Pero cuando desde la Convalescencia vio a las fuerzas defensoras retroceder ante el avance inglés, viró hacia el oeste y al llegar a la calle de las Torres (Rivadavia), abandonó la ciudad por los corrales de Miserere, junto a sus jefes militares, "cabalgando como lo persiguieran de cerca" como anotara Vicente Fidel López.

Sobremonte almorzó en la quinta de Liniers (luego sería la de White) y posteriormente marchó hacia Córdoba, para reunir voluntarios para intentar la reconquista de la ciudad. Previamente, se reunió con su familia en la chacra de Monte Castro, donde pernoctó.

Las tierras de Monte Castro (en el actual barrio homónimo) estaban ubicadas en uno de los puntos más altos de la ciudad, una chacra cubierta de sauces, ombúes y durazneros, perteneciente a Pedro Fernández de Castro quien las vendió en 1781, aunque dejaría su nombre ligado a la región hasta el día de hoy. En esos terrenos, en 1806, tenía una quinta el virrey, alrededor del área que hoy limitan las calles Moliere entre San Blas y Camarones. El posterior lote de la zona, daría origen, ya en 1860 a tres barrios: Liniers, Villa Luro y Versalles.

Antes de la huída, Sobremonte tuvo tiempo para nombrar a su tío político, el brigadier José Ignacio de la Quintana, como jefe militar de la ciudad, con órdenes de defenderla y, si la suerte fuera adversa, negociar con el enemigo una capitulación honrosa.

Quintana ordena a las pocas fuerzas no dispersas, regresar al Fuerte. Los hombres "todos disgustados tomaron por la calle del Bajo (Defensa) dirigiéndose a la Real Fortaleza, confusos y llenos de vergüenza, sin osar levantar la vista y muchos llorando de pena, dejando de esta forma el paso franco a un enemigo débil"1 como recuerda José Fernández de Castro, testigo de esos días.

Cuando Quintana comunicó a los jefes militares la decisión del virrey de replegarse al Fuerte, sus hombres protestaron violentamente, escenas que se repitieron en la Plaza Mayor. "¿Cómo se entiende aquello de retirarse, cuando no se sabe de qué color es el uniforme del enemigo?" preguntaron. Quintana contestaba con "¡Nadie levante la voz: pena de la vida al que no obedezca al señor Virrey!" pero siguieron las protestas y algunos, incluso, rompieron sus armas, antes de entregarlas.

A propósito, es interesante rescatar una anécdota citada por Paul Groussac, para notar el respeto que el virrey tenía en la población. Un voluntario llevó, conduciendo sus bueyes entre pantanos, dos cañones desde el Retiro al Puente de Gálvez; cuando llegó, el virrey ordenó regresarlos porque "no hacían falta". "Ya me dio rabia también" confiesa el paisano y le arroja a Sobremonte, en presencia de su Estado Mayor, un "Pues, señor, si ya no se necesitan cuando está el enemigo al frente, será porque estamos perdidos o porque S.E. nos habrá vendido a todos". Sobremonte cayó al suelo y, tras levantarlo tres de sus oficiales, grita: "¡Tírenle, mátenlo!"; el criollo replica: "Que lo hagan: prefiero morir en este sitio a que me maten los enemigos sin hacer resistencia". Un oficial, poniéndole la espada sobre el sombrero, sin darle el golpe, le dice: "Cállese, paisanito, que esto ya no tiene remedio". Finalmente es detenido por orden del virrey.

"A las once de la mañana" escribe Beresford "tenía algunos cañones y la mayor parte de nuestras tropas del otro lado del río". En los hechos, la ciudad de Buenos Aires ya había caído en poder de los ingleses.

domingo, 27.06.1806 – mediodía inglés

Poco después del mediodía del 27 de junio, llegó a la Plaza, portando bandera de parlamento, el alférez Gordon, enviado por Beresford por “razones de humanidad (…) una intimación al Gobernador para que me hiciera entregar de la Ciudad y el Fuerte, para evitar los excesos y las calamidades que probablemente ocurrirían si mis tropas entrasen de un modo hostil”. El edecán de Beresford tenía órdenes de garantizar la protección de las personas, las leyes, la propiedad privada y la religión. Los espías de Beresford ya le habían informado que las tropas se habían retirado y que la ciudad estaba indefensa.

Tras algunas deliberaciones, Quintana aceptó la rendición pero solicitó tres horas para redactar una propuesta de condiciones mínimas para aceptar la capitulación. Gordon volvió con Beresford pero éste había decidido entrar en la ciudad, en ese mismo día, antes de que la población se diera cuenta de la inferioridad numérica de los invasores y planearan un contraataque que dificultara la invasión. No obstante, envió a Gordon con la noticia de que haría un alto en su marcha, por la calle Larga (lo que hoy es Defensa y Carlos Calvo, aproximadamente), para recibir la propuesta de capitulación.

Apurados por el invasor, las autoridades redactaron la capitulación; Quintana envió dos emisarios, a todo galope, para obtener una opinión del virrey en fuga quien contestó: “Dígale al Comandante de la plaza que si tiene tropas y armamento que la defienda, y sino que la entregue” .

Finalmente, Juan del Pino (hijo del célebre virrey Del Pino y ayudante de Quintana), Gordon, White (traductor de los ingleses y espía conocido) y Ulpiano Barreda (vecino que hablaba a la perfección el inglés) fueron al encuentro de Beresford que ya marchaba por la calle de Santo Domingo (Defensa) y entregaron la propuesta de capitulación, que constaba de diez artículos, en los que se respeta las propiedades, las vidas y la religión de los porteños.

Beresford apenas la leyó, dobló el documento y lo guardó en el bolsillo de su chaqueta. Aceptó las condiciones pero dejó en claro que toda propiedad pública que se encontrar en Buenos Aires, el día 25 (fecha de su desembarco) debería ser entregado de buena fe a los ingleses. Con este acuerdo verbal, Buenos Aires se rindió al invasor.

Después de las tres de la tarde, calado por una copiosa lluvia (que duró otros tres días), Beresford entró con sus tropas al Fuerte, desfilando con el sonido de las bigpipes de la banda de los highlanders que tocaban los acordes del “quick march”.

“Yo he visto llorar en la plaza a muchos hombres por la infamia con que se entregaba” escribió Mariano Moreno “y yo mismo he llorado más que otro alguno, cuando a las tres de la tarde del 27 de junio de 1806, vi entrar 1560 soldados ingleses, que apoderados de mi patria se alojaron en el fuerte y demás cuarteles de esas ciudad”. Beresford dispuso que parte de las tropas se alojarán en el Fuerte y el Regimiento 71 en el cuartel de la Ranchería (frente a la Iglesia de San Ignacio), tras el desalojo de los Voluntarios de Infantería que ocupaban ese lugar.

“Entramos en la capital por tarde en una espaciada formación de columna, para presentar una vista más imponente de nuestra pequeña banda, en medio de un aguacero y por una subida muy resbalosa” recuerda Gillespie. Pese al intento de aparentar más hombres que los que verdaderamente tenían, los porteños se dieron cuenta que habían sido entregados por sus autoridades, a un ejército mucho menor que el imaginado.

“Mayor fue mi vergüenza cuando vi entrar las tropas enemigas, y su despreciable número para una población como la de Buenos Aires” escribió Manuel Belgrano “Esa idea no se apartó de mi imaginación, y poco faltó para que me hubiese hecho perder la cabeza. Me era muy doloroso ver a mi patria bajo otra denominación y, sobre todo, en tal estado de degradación que hubiese sido subyugado por una empresa aventurera”.

26.6.06

sábado, 26.06.1806 - la quema del puente de gálvez

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Beresford descansó dos horas con sus tropas, en el pueblito de la Reducción ("para reponerse, y mantener vivo el pánico producido"), mientras esperaba que recuperaran los cañones empantanados en el bañado de Quilmes. "Me puse en marcha con la esperanza de evitar la destrucción del puente sobre el Río Chuelo" escribe Beresford "pero al llegar al puente lo hallé enteramente consumido por las llamas". "Un puente de madera a que pegaron fuego, y después reunieron sus fuerzas en la margen opuesta" coincide Gillespie.

Tras el desbande en Quilmes, Arce y sus hombres se retiraron hasta Barracas. Pusieron guardia en el Puente de Gálvez, con orden de prender a todo que, viniendo del campo, quisiera cruzarlo. Enterado del desastre en Quilmes, Sobremonte emprendió la marcha hacia Barracas.

Las fuerzas de la ciudad vivaquearon en la llamada calle Larga de Barracas, la actual Montes de Oca. Arce se dio tiempo para gritar a los cuatro vientos que los ingleses "eran 4000 hombres bien disciplinados y aguerridos y que no pasaría de la oración sin que los tuviésemos en el Puente" .

No era el único que exageraba. El comandante Home Popham, desde la fragata Narcissus, elogió la táctica de Beresford "que pronto hicieron comprender al enemigo que su única salvación estaba en una retirada precipitada, porque tuvimos la satisfacción de ver desde las naves cerca de 4000 españoles de la Caballería huir en todas direcciones, dejando sus piezas de artillería en el campo, mientras que nuestras tropas subían por las barrancas con esas intrepidez y valor que ha destacado en todas las oportunidades al carácter del soldado inglés" . Cabe señalar que los 4 mil españoles de Arce no llegaban a 500 hombres, mal entrenados y peor armados.

"Hago saber a todos los fieles vasallos del Rey Nuestro Señor de esta campaña y frontera que nuestros enemigos los ingleses están desembarcados en los Quilmes donde han acudido llenos de valor, y patriotismo las gentes más inmediatas manifestando deseos de vencerlos y destruirlos" expresó Sobremonte en una proclama al pueblo, en la que pedía el auxilio de la población para detener al invasor. "Todos concurran con la mayor celeridad con cuantos caballos y armas tengan y puedan recoger los oficiales sin distinción de personas se pongan en marcha para el puente de Galbez" ordena "para que las armas del Rey triunfen, y los fidelísimos habitantes tengan la gloria de haber vencido al enemigo de su santa Religión, de sus bienes, y familias, como este superior Gobierno lo espera puesta la confianza en el dios de los ejércitos, y en el amor de estos vasallos al mejor de los soberanos".

Sobremonte reunió cerca de 3 mil hombres con los que marchó a Barracas, con la supuesta intención de enfrentar a los ingleses. Se ubicó en la Convalescencia para observar el movimiento inglés (amén de tener cerca la seguridad del oeste, para huir cuando fuera necesario). Constituyó su cuartel general en la quinta del sevillano Antonio Dorna, en Barracas, donde pasó la noche del 26, ordenando incomprensibles movimientos de la tropa que ya estaba fatigada por el encuentro con los ingleses en Quilmes.

Ubicó a un millar de los "urbanos" en el edificio de Marcó, al pie de la barranca de la actual calle Bolívar, con el Parque Lezama a sus espaldas. Otro grupo, los oficiales y soldados del "Fijo", reforzado con voluntarios, ocuparon la ribera interna del Puente Gálvez, con la orden de quemarlo en cuanto se acercara el enemigo, cosa que se hizo alrededor de las 4 y media de la tarde. Pero con tanta desorganización que, en la otra orilla, quedaron en pie casas, tras las cual se guarecieron los ingleses y hasta lanchas y botes que les sirvieron para cruzar el río.

Llovía y empezaba a oscurecer. Los ingleses llegaron tarde a impedir la destrucción del puente de Gálvez. Fueron recibidos por el fuego de artillería de los defensores, de la otra orilla del Riachuelo. Miguel de Azcuénaga y el coronel de ingenieros Eustaquio Giannini conducían la infantería; la artillería estaba al mando del sexagenario Antonio Olondriz. Los ingleses no intentaron el cruce del río, dado lo avanzada de la noche. Durante toda la noche, soportaron los disparos de los dos cañones que los defensores acercaron a la orilla del río.

Lo que los vecinos de Buenos Aires no sabían era que la suerte de la ciudad estaba echada. El coronel José Pérez Brito había reunido, a las 7 de la tarde, a algunos jefes militares, cabildantes e integrantes de la Real Audiencia, para comunicarles que Sobremonte había anunciado su intención de retirarse al interior, "para el caso que los enemigos forzasen el paso del Riachuelo"; no sólo eso, le había confiado el mando militar de la plaza, ordenándole "la defensa del Fuerte sin reparar en los perjuicios que pudiese ocasionar en la ciudad y sus edificios". Para esa hora, Sobremonte había despachado los fondos reales a Luján y su propia familia estaba en la quinta de Liniers (cercana a Plaza Once) para emprender el viaje al interior cuando lo quisiera el virrey.

"La tarde era hermosa y contemplábamos desde nuestra posición las altas torres de Buenos Aires a distancia de una legua" escribe Gillespie "grandioso objetivo de nuestras esperanzas y fin de nuestros trabajos".

sábado, 26.06.1806 - la "acción" de quilmes

"La luz del día nos mostró el pueblito de la Reducción como a dos millas a nuestra izquierda, una masa a pie y a caballo, con cuatro cañones en cada flanco delante de nosotros, y una densa columna de caballería rondando sobre nuestra derecha. Se formaron en el límite extremo de un profundo pero verdeante bañado y sobre un llano escogido, que se levantaba abruptamente muchas yardas sobre nuestro nivel, semejante a la escarpada margen de un río. Nada podía ser más lindo como posición defensiva" recuerda el capitán Alexander Gillespie .

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La situación no es la más halagüeña para el ejército invasor. Las tropas están metidas en un extenso bañado, con el Río de la Plata cerrándole la retaguardia y las tropas de defensoras al mando de Arce, frente a una elevación del terreno.

"Eran las once de la mañana del 26, y aún no había podido moverme de mi primera posición, pudiendo el enemigo desde la suya haber contado uno por uno los hombres que yo tenía" escribe Beresford. "No nos quedaba otra alternativa que forzar nuestro camino a través de todos los obstáculos" resume Gillespie. "Avanzar directamente de frente, y extender mi línea tanto como podía" confirma Beresford.

"Nuestras tropas se formaron en dos columnas y, después de avanzar 800 yardas, desplegaron en batalla. El regimiento 71 cubría la derecha; el batallón de marina formaba, un poco más atrás del 71, la izquierda; y el cuerpo de Santa Elena, 200 pasos atrás, la reserva" resume Gillespie, la disposición de los invasores.

Los ingleses trepan la barranca, en un ataque a la bayoneta, aunque las dificultades del terreno rezagan a los cañones, que quedan empantanados. Arce responde con una primera ráfaga de artillería. "Un avance instantáneo nos llevó al bañado, y el enemigo, viendo enredado uno de nuestros cañones y nuestros hombres irreparablemente presos en él, abrió sus fuegos en dirección oblicua a la derecha" indica Gillespie. "El enemigo abrió fuego sobre nosotros, apuntando bien al principio" señala Beresford "no obstante el fuego no nos causó mayores perjuicios".

Esta ráfaga es la que produce algunas de las primeras bajas inglesas, como la del doctor Haliday, cirujano ayudante del batallón de Santa Helena ("bárbaramente asesinado" Gillespie dixit), en la costa del arroyo Conchitas, cerca de lo que sería la estancia "25 ombúes", la casa natal de Guillermo Hudson, hoy un museo.

Esos cañonazos son los que Sobremonte escucha desde la Fortaleza, atisbando a Quilmes con su catalejo, oportunidad en la que expresa: "No hay cuidado, ¡los ingleses saldrán bien escarmentados! Estoy complacido y mi corazón reboza de contento al ver la decisión y el entusiasmo con que todo el vecindario ha corrido a tomar las armas en defensa del Rey de la Patria".

El regimiento 71 superó los obstáculos y llegó al tope de la barranca, "cuando el enemigo no quiso esperar que nos acercáramos más, retirándose de la cima de la barranca" cita Beresford. "Los granaderos del 71 hicieron una descarga cerrada que puso al ejército enemigo en fuga completa" agrega Gillespie. Las fuerzas de Arce escaparon en una desbandada descontrolada. "¡Yo mandé tocar retirada, no desordenada fuga!... ¡Qué dirán las mujeres de Buenos Aires!" exclama Arce. "El enemigo huyó precipitadamente, dejándonos cuatro piezas de campaña y un carro de artillería, no volviéndolos a ver en el resto del día" cita Beresford.

Sobremonte había enviado a los capitanes Terrada y Balletera, con dos escuadrones de caballería, una compañía de montados y tres cañones, para hostigar a las fuerzas inglesas. Pero llegaron tarde: las fuerzas de Arce ya estaban en desbandada.

Por casualidad, el desbande las tropas de Arce fueron seguidas de cerca por un actor principal de los próximos días, Santiago de Liniers de regreso a Buenos Aires, en respuesta a un llamado de Sobremonte. En precaución, se quedó en la quinta de un amigo y mandó peones a la ciudad, para tener noticias de primera mano de la invasión.

25.6.06

viernes, 25.06.1806 – del diario de un invasor

”En la tarde del 25 de junio, la sección militar del armamento estaba frente a Quilmes, una punta baja de tierra situada a doce millas de Buenos Aires, y en el curso de esa tarde se efectuó el desembarco de toda la fuerza efectiva con su munición para el servicio. Las fogatas encendidas en todas las alturas, y un inmenso conjunto de jinetes viniendo de todos los rumbos del gran centro de la Reducción, pueblito más de dos millas a nuestro frente, denotaban una alarma general y que este terreno alto era el elegido por el enemigo para la lucha que se aproximaba”.
ALEXANDER GILLESPIE

viernes, 25.06.1806 – anochecer de un día agitado

ÚLTIMO MOMENTO: 21.00 horas
Inquietud en Buenos Aires. Dos negros sirvientes en la chacra de Santa Coloma (hoy Bernal), trajeron, cuando ya anochecía en la ciudad, la noticia del desembarco inglés en Quilmes. Esta versión la confirmaron la fuerzas de Arce que llegó a Quilmes esta misma noche y encontró a las fuerzas inglesas vivaqueando en las playas quilmeñas.

Fuentes bien informadas aseguran que el señor virrey ordenó a Félix Pedro de Casamayor, ministro de real hacienda, sacar los caudales del rey de la ciudad. Además dispuso una segunda barrera de defensa, al ordenar al ingeniero Gianini que protegiera la línea del Riachuelo, disponiendo un número limitado de efectivos, en una fila sobre la barranca entre el actual parque Lezama y la Convalescencia (Constitución).

Los ingleses pasarían la noche en la playa, bajo una copiosa lluvia, esperando las luces del alba para continuar con la invasión.

viernes, 25.06.1806 – Arce a Quilmes

ÚLTIMO MOMENTO: 15.00 horas
El virrey Sobremonte ordenó al brigadier Pedro de Arce que marchara a Quilmes con una partida del regimiento de Blandengues traídos de la Ensenada y un grupo de voluntarios. Las fuerzas no superarían los 500 hombres, la mayor parte armado con sables, porque las balas eran de un calibre diferente a las escasas pistolas de las que disponían.

viernes, 25.06.1806 – urbanos de comercio

ÚLTIMO MOMENTO: 14.10 horas

El virrey le encomendó al batallón de Urbanos de Comercio (milicia de comerciantes y vecinos acomodados encargados de patrullar las calles de la ciudad) marchar a Barracas para enfrentar a la fuerza invasora. Hasta ahora la mal disciplinada formación se dedicó a reagruparse y tomar posiciones, sin enfrentar al enemigo. También se dispuso vaciar las cárceles y armar a los presos, aunque debe reconocerse que hay muchos que desertan de su misión.

viernes, 25.06.1806 – arenga de Sobremonte

ÚLTIMO MOMENTO: 13.10 horas
La población porteña se agolpó frente a la Fortaleza, convocada por los cañonazos de alerta, dando frente a la Fortaleza, con vivas al Rey y a España. El virrey arengó a los vecinos, calmando la inquietud de los presentes. Asimismo, Sobremonte dio órdenes para armar las milicias urbanas que se presentaron en la Fortaleza, aunque debe confesarse que se realizó con la mayor de las confusiones. Las tropas no están adiestradas para la lucha, escasean las armas, las balas (algunas de un calibre distinto a las armas que se proporcionaban) y las monturas. Algunos recuerdan las palabras del señor virrey (entonces subinspector general de tropas del virrey del Pino) cuando en septiembre del año pasado, tras decidir el envío de la mayor parte de las tropas de línea a Montevideo, desestimó el envío de tres regimientos para defender a Buenos Aires de cualquier ataque enemigo por considerarlo innecesario ya que “cuando sólo a un tiro de cañón reunía él en Buenos Aires a treinta mil hombres de milicias disciplinadas”.

viernes, 25.06.1806 – desembarco inglés

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ÚLTIMO MOMENTO: 13.00 horas
Se confirmó que desde este mediodía, una flota hostil inglesa desembarca en las playas de Quilmes. El Encounter (el más pequeño de los barcos de guerra de la flota inglesa) respalda el desembarco de los 1600 invasores que no cuentan con ningún oposición en su tarea. Una avanzada española (que sigue a la distancia el desembarco inglés) pudo ver a algunos jinetes que avanzaban por la playa, para entrar en contacto con los ingleses. Fuente bien informadas aseguran que son hombres al servicio de Guillermo White, vecino de esta ciudad y colaborador de los invasores.

viernes, 25.06.1806 – se marchan los navíos enemigos

ÚLTIMO MOMENTO: 11.20 horas
Hace unos minutos, aprovechando el viento norte, las naves emprendieron rumbo hacía Quilmes. Los movimientos de los buques fueron seguidos atentamente por nuestro señor virrey Sobremonte con su su catalejo, desde la Fortaleza.

viernes, 25.06.1806 – buques al alba

ÚLTIMO MOMENTO: 07.00 horas
Las primeras luces del día sorprendieron a los porteños con una inquietante novedad: la presencia de una flota enemiga frente a la ciudad. Pedro Antonio Cerviño declaró para esta página que “al amanecer (…) y estando el río muy bajo, se avistó una fragata de 32 cañones, seis corbetas de transporte y dos bergantines, los cuales se situaron en línea frente a la ciudad y como a 3 leguas de distancia, ante cuya actitud el señor Virrey hizo tocar generala, izando en la Fortaleza la bandera española, arriándola enseguida para colocar en su lugar otra de señales” .

24.6.06

jueves, 24.06.1806 – Buenos Aires a la vista

“… por las nieblas, lo complicado de la navegación y los continuos vientos contrarios, no se verificó hasta el 24 por la noche nuestro arribo” escribió el general William Carr Beresford. La expedición que había partido el 16 de junio de 1806 tardó nueve días en cruzar el Río de la Plata, entre otras cosas, por los pésimos consejos de navegación de Mr. Russel, el borracho que habían capturado a bordo de una goleta portuguesa, el 9 de junio.

El león británico estaba a las puertas de la ciudad indefensa.

jueves, 24.06.1806 – hay una luz en el Fuerte

ÚLTIMO MOMENTO: 23.30 horas
El virrey Sobremonte acaba de retirarse al Fuerte. Nuestras fuentes aseguran que, con el objeto de no inquietar a la población, ordenó convocar a los voluntarios recién para mañana, evitando disparar los tres cañonazos de rigor con el objeto de no inquietar a los vecinos con la presencia de una flota inglesa en la cercanía. Asimismo dispuso que un grupo de voluntarios marchara a Quilmes para vigilar, desde lejos, los movimientos del enemigo.

jueves, 24.06.1806 – en exclusiva: el despacho que recibió Sobremonte

ÚLTIMO MOMENTO: 22.00 horas
“Han aparecido a la vista de esta Ensenada cinco naves grandes, enemigas, que hicieron amago de desembarco, por lo que tanto en las naves como en tierra se han tomado las medidas para evitarlo; creo que se trata de corsarios, no de buques de guerra”. Fuentes bien informadas nos aseguran que éste ha sido el oficio recibido esta noche por el señor virrey, en el Teatro Argentino, remitido por Santiago de Liniers (alías “gabacho de la Ensenada”) comisionado en la Ensenada de Barragán.

jueves, 24.06.1806 – el virrey abandonó la función en el Teatro Argentino

ÚLTIMO MOMENTO: 20.30 horas
Sorpresivamente, el virrey Sobremonte se retiró del Teatro Argentino, a poco de comenzado el segundo acto, momentos después de que un edecán le acercara unos papeles a la máxima autoridad del Virreinato del Río de la Plata. Testigos cercanos al palco del señor virrey informan que, luego de tomar el lente de mano que le cedía su esposa Juana y tras leer los papeles, se levantó, estrujando los papeles con un insulto entre dientes a “ese gabacho de la Ensenada”. De inmediato, el señor virrey abandonó el teatro, seguido por su familia, ante el murmullo del público que no perdió pisada de lo que sucedía en el palco.

jueves, 24.06.1806 – sociales

ÚLTIMO MOMENTO: 19.00 horas
El Señor Virrey ya se encuentra en el Teatro Argentino frente a la Iglesia de la Merced. Función de gala con el estreno, para América, del gran éxito de Leandro Fernández de Moratín, “El sí de las niñas”, estrenado exactamente cinco meses antes, en el Teatro de la Cruz de Madrid.

Vale recordar por si existe algún distraído en Buenos Aires que no sepa que es una velada muy especial para el señor virrey, el marqués de Sobremonte: festeja el cumpleaños de su futuro yerno, don Juan Manuel José de Marín y Quintana, novio de su hija María del Carmen.

Tras el banquete en el Fuerte, alrededor de las seis y media de la tarde, la familia del virrey se dirigió al teatro, donde ya estaba reunida la crema y nata de la sociedad porteña. Iluminación con lámparas de aceite para alumbrar a las aristocracias españolas (Alzaga, Santa Coloma, Sarratea, Villanueva, Rezábal) y criollas (Lezica, Ocampo, Basualdo, Peña, Balbastro, Anchorena).

Se espera que este momento de esparcimiento sirva, además, para esfumar los inquietantes rumores que circulan desde hace más de un mes, sobre la presencia de una escuadra inglesa paseándose por el estuario del Río de la Plata.

Hagamos silencio. La función ya está por empezar.

23.6.06

miércoles, 23.06.1806 – preparativos a ambos lados del Plata

En este día, Sobremonte ordenó al capitán de navío Santiago de Liniers a que se llegara al puerto de la Ensenada de Barragán para colaborar con el coronel Manuel Gutiérrez que esperaba en la costa con un destacamento de cien voluntarios cordobeses.

La actual localidad de Ensenada contaba con uno de los puntos fortificados de la colonia, el Fuerte Barragán (hoy sitio histórico municipal). “El fondeadero de la Ensenada de Barragán se ha elegido como refugio para los barcos mercantes” comenta Gillespie. Detrás de la playa de arena dura en las proximidades del Río Santiago, se levantaba el pueblito de Ensenada, “ un pueblecito triste” como lo define otro observador inglés casi 15 años después de las Invasiones. Entre éste y la barranca, donde hoy está la ciudad de La Plata, se extendía un bañado de casi 6 kilómetros de ancho que dificultó el movimiento invasor en la segunda incursión británica.

Del otro lado del Plata, en tanto, tampoco se quedaron con los brazos cruzados. El gobernador de Montevideo, Ruiz Huidobro encomendó a José de la Peña para que, a bordo de un falucho, reconociera la flota inglesa y luego, se cruzara hasta Ensenada, para llevar las noticias al virrey Sobremonte.

miércoles, 23.06.1806 – gacetilla

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1806 – Bicentenario - 2006
Domingo 25 de junio de 2006
10 horas


Fuerte de Barragán - Ensenada

Recreación histórica
Cargas de Caballería | Bandas militares y de gaitas
Duelo de Artillería Colonial | Descargas de Fusilería de Avancarga

Invita:
Asociación de Recreación Histórica “Fuerte Barragán”
del Arzobispado de La Plata

Municipalidad de Ensenada

con el auspicio del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires

22.6.06

martes, 22.06.1806 – Riachuelo

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Pese a su posición, Buenos Aires no era un buen puerto, por su poca profundidad y su falta de abrigo. Los desembarcos de los pasajeros, de los barcos de gran calado, se hacían en Los Pozos, a unos 7 kilómetros de la ciudad, trasladándolos en lanchas y carretas que se metían en el río. La exportación de mercaderías se hacía sobre el Riachuelo, el “río pequeño” como lo citó Ulrico Schmidl que hacia las veces de puerto de cabotaje. “Más la Divina Providencia proveyó de un Riachuelo, que tiene la ciudad por la parte de abajo como una milla” escribió Ruiz Díaz de Guzmán. Sobre las márgenes del Riachuelo se ubicaban los depósitos dónde se guardaban los cueros y otros productos que se exportaban y aquellos que se recibían de los barcos llegados. Esas barracas, dieron nombre al actual barrio de Barracas. Al norte, el puerto de Las Conchas, sobre el río Luján era el puerto preferido para el contrabando, trayendo en carretas las mercaderías a la ciudad. El río Tigre no existía sino como una zanja, pasando el agua del bañado Las Conchas al río Luján, por el arroyo Las Conchas (al lado del actual Tigre Hotel), que se usaba como puerto abrigado para cabotaje de los ríos y de la Colonia .

El Riachuelo que debieron enfrentar los ingleses en su invasión, tenía unos 30 metros de ancho y alrededor de dos metros y medio de profundidad. “Sobre el Riachuelo, que está en el camino, hay un puente de madera” cuenta el capitán Alexander Gillespie. Era el llamado Puente de Gálvez, dónde actualmente se encuentra el Puente Pueyrredón. El puente recibía ese nombre por Juan Gutiérrez Gálvez, vecino del lugar, que había ganado la concesión para construir el puente y cobrar el correspondiente peaje. El puente debía ser hecho con piedra, ladrillo y cal, pero, ante la falta de materiales, Gálvez había utilizado maderas duras de la región: urunday, lapacho y viraró. En la época de las Invasiones, Gálvez había sido advertido por las autoridades por el deficiente estado en que se encontraba el puente.

Aguas arribas, existían algunos vados o pasos de fondo duro, donde podía pasarse la hacienda: Esquina, Burgos, Chico, de la Noria y Zamora. El de Burgos era usado para llevar la hacienda a los corrales de Miserere y se encontraba dónde hoy está el puente Alsina. Los dos últimos estaban frente al antiguo mercado de hacienda de Liniers.

19.6.06

sábado, 19.06.1806 – lugares de entretenimiento

Los cafés y fondas eran los centros principales de reunión de los hombres porteños en los tiempos coloniales. En la esquina de San Martín y Perón, estaba el de Catalanes; el de Mallcos, en Bolívar y Alsina; en la esquina de Alsina e Hipólito Yrigoyen, estaba la fonda de las Tres Naciones. Pero la mejor fonda de Buenos Aires, frecuentada por los ingleses durante la invasión, estaba cercana al Fuerte, la fonda de Los Tres Reyes, sobre la esquina de 25 de Mayo.

“Los cafés más lujosos y mejor atendidos, eran el Café de Marcos y el de la Victoria; seguía el de Catalanes, Martín, Santo Domingo y varios otros de segundo orden. El de Catalanes (…) llegó a ser uno de los más importantes por su proximidad al Teatro Argentino” recuerda José Wilde.

El Teatro Argentino, frente a la Iglesia de la Merced, en Reconquista y Perón, era el único teatro de la Buenos Aires colonial. Dos años antes de las invasiones, se había empezado la construcción del Nuevo Coliseo, en el Hueco de las Ánimas (lugar de fantasmas y aparecidos, desde que en 1536, Pedro de Mendoza ejecutó a un tal Osorio “hasta que el alma le salga de las carnes” donde hoy se encuentra la casa central del Banco Nación, frente a Plaza de Mayo. “Mientras se aprontaba aquel edificio, que debía ser construido a todo costo, se dispuso provisoriamente el Teatro Argentino en aquel mismo año 1804” continúa Wilde “La obra del Coliseo se interrumpió estando ya colocados los tirantes y demás maderas del techo. En este estado, se incendió el martes de Carnaval de 1832, habiéndose manifestado el fuego en el depósito de maderas de una carpintería inglesa que estaba allí establecida”.

José Wilde describe largamente el Argentino “... por muchos años nuestro único teatro, que no fue, por cierto, un modelo arquitectónico. El frente, completamente destituido de todo ornato, ostentaba por entrada un portón de pino, más aparente, sin duda, para una cochera, que para un teatro”

17.6.06

jueves, 17.06.1806 – se autocuartelan las tropas porteñas

Ante las noticias provenientes de Maldonado, sobre la presencia de la flota británica en el Plata, el virrey Sobremonte ordenó, el jueves 17 de junio, autoacuartelar a los Batallones de Voluntarios de Infantería y enviar piquetes a caballo a Olivos y Quilmes, posibles lugares del desembarco inglés. Poco más de 600 hombres (unos 500 de Caballería y 170 de las compañías de Pardos y Morenos) realizaron las maniobras, en forma improvisada por las deficiencias de las órdenes y las carencias de armas.

16.6.06

miércoles, 16.06.1806 – zarpa la flota inglesa

A partir de la decisión del consejo de guerra, definida Buenos Aires como el primer punto de ataque de la expedición británica, Popham dispuso que los barcos Raisonable y Diomede hicieran crucero frente a Maldonado y el Diadem frente a Montevideo y que toda la tropa y marinería se embarcara en los barcos menores, “operativo que, demorado por el tiempo, recién se dio por concluido el 16 de junio” en las propias palabras de Beresford. Ese día, Popham dio la orden de zarpar rumbo a Buenos Aires, adónde llegarían nueve días después.

15.6.06

martes, 15.06.1806 – mataderos

“El modo de vender carne fue por muchos años, entre nosotros, repugnante por mil circunstancias y muy especialmente por falta de aseo” recuerda José Wilde “A ciertas horas de la mañana y de la tarde, se estacionaban en diversos puntos, principalmente en las boca-calles, unas carretillas con toldas y costados de cuero vacuno o caballar, en que venía la carne colgada en ganchos. Llegados allí desprendían los caballos, quedando la carreta inclinada hacia adelante, descansando sobre el pértigo; frente a éste, extendía el carnicero sobre el suelo (con barro o con polvo), un cuero en el que destrozaba la carne con hacha, pues que entonces nadie soñaba en dividir los huesos con serrucho. El cuero presentaba centenares de soluciones de continuidad, por las que pasaba a la carne, o el barro o el polvo. Es claro que el carnicero no lo mudaba sino cuando ya estaba hecho trizas e inservible.

Cuando llegaba la noche, raro era el que ostentaba un farol: casi siempre encendían una vela de sebo (vela de baño), hacían una incisión en un cuarto de carne y allí colocaban la vela, que con la brisa o el viento fuerte, según fuese el caso, goteaba o chorreaba el sebo sobre la carne, que era un gusto.

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Como el despacho se hacía inmediato al cordón de la vereda, el viandante no dejaba de pasar con cierto recelo, al ver enarbolar la enorme hacha, ni se veía libre de algunos salpiques”
.

Buenos Aires contaba con tres mataderos: uno en la actual Plaza Constitución, otro en la actual Recoleta y el de Miserere, la actual Plaza Once (Rivadavia y Pueyerredón) escenario principal de las Invasiones Inglesas. Cerca de allí se encontraba la mencionada quinta de Guillermo Pío White (en las actuales calles Liniers, entre Hipólito Yrigoyen y Belgrano).

14.6.06

lunes, 14.06.1806 – Guillermo Pío White

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Aprovechando la información proporcionada en el artículo de Juan José Cresto (presidente de la Academia Argentina de Historia) en el suplemento “Enfoques” del diario “La Nación”, del último domingo 11 de junio (de 2006), trazaremos el perfil de un personaje más que pintoresco, que veremos una y otra vez durante estas invasiones, el espía inglés en Buenos Aires, Guillermo Pío White.

White, nacido en Boston en 1770, cuando todavía era una colonia británica, fue un comerciante negrero y contrabandista, actividad con la que viajó por el mundo. En las islas Mauricio trabó amistado con la familia Perichon, la que continuará en 1797 cuando arriben, casi simultáneamente a Buenos Aires, donde también cultivará la amistad de los Liniers. Guillermo White mantuvo sus contactos comerciales en las islas Mauricio, pues se recuerda que en 1802 trajo de allí, un barco, La Concepción, en sociedad con Martin Bickam (comerciante de la isla). El barco fue confiscado por las autoridades de Montevideo y el hecho derivó en un sonado pleito entre White y Bickam, donde el primero fue representado legalmente por Bernardino Rivadavia. No se quedó atrás su oponente: su abogado fue Mariano Moreno con la ayuda de Martín de Álzaga, otro caracterizado comerciante (y contrabandista) de Buenos Aires. Los tratos de White con Rivadavia continuaron: en sociedad con Santiago (hermano menor de Bernardino) vendió vinos y azúcar al Paraguay. Con Bernardino, la asociación siguió hasta 1809, cuando se disolvió la sociedad porque éste “se dio cuenta que era demasido vivo” como sugiere con pintoresco eufemismo Carlos Roberts.

Puede verse el entretejido de lazos comerciales de White con los principales protagonistas de esos años. Pero aún hay más: en las Indias Orientales había tenido negocios (“negocios pocos honrosos” según Florencio Varela) con un promisorio marino británico que le dejó una importante deuda. El acreedor de White no es otro que Sir Home Riggs Popham el promotor de la expedición a Buenos Aires. Es más, Guillermo White fue el que le envió la carta a Popham, entonces en Ciudad del Cabo, contándole de las remesas de oro y plata llegadas de Potosí, Chile y Lima, estacionadas en Buenos Aires, con rumbo a Madrid. En mente, seguramente, tenía la idea de que Popham saldara su deuda comercial.

Durante las invasiones, White tuvo activa participación como enlace de los invasores y en tareas de inteligencia. Su quinta (anteriormente propiedad de Santiago de Liniers), ubicada en lo que es hoy la calle Virrey Liniers, entre Hipólito Yrigoyen y Belgrano, en el barrio del Once, fue cuartel general de los ingleses en la segunda invasión.

Tras el fracaso inglés, White fue encarcelado por “infidente y auxiliante del ejército inglés que atacó a esta ciudad de Buenos Aires”, pero en junio de 1809 fue liberado por el entonces virrey Liniers (su amigo) quien adujo vicios procesales para anular su condena, “ni aún semiplenamente comprovado ningún hecho del ciudadano White que se oponga a la fe que un Natural debe a todo país”.

Guillemo White no abandonó la ciudad y se comprometió su futuro con el gobierno que surgió tras la Revolución de Mayo, proveyéndolo de armas. Comprometió su fortuna en el financiamiento de la escuadra del Almirante Brown (a quien recomendó para el cargo) que tomó Montevideo en 1814. Pero también mereció sospecha sus manejos en ese asunto: un año después debió enfrentar el embargo de sus bienes, por una causa legal iniciada por el gobierno. Se exilió en Montevideo hasta que regresó al país en 1835, recibiendo una pensión alimenticia de parte de Rosas. Murió en 1842, en Dolores, donde se radicó. El Presidente Mitre tuvo que subsidiar a sus descendientes, que estaban en la extrema pobreza.

Por esas paradojas del destino (y de Argentina), desde 1893 una calle en Buenos Aires, en el barrio de Villa Luro (Rivadavia al 9000) honra al espía británico durante las invasiones.

13.6.06

domingo, 13.06.1806 – consejo de guerra

“El 13 de junio, ya reunida toda la expedición, se convocó un consejo de guerra”” nos cuenta el capitán Alexander Gillespie. En el consejo de guerra, a bordo de la Narcissus, se trataría (en palabras de Beresford) “si podía ser mejor atacar primero a la ciudad de San Felipe de Montevideo o a Buenos Aires, capital de las provincias”.

En el consejo se enfrentaron dos posturas, la de Home Popham que proponía atacar Buenos Aires y la del general William Carr Beresford que estaba a favor de atacar a Montevideo, hacer fuerte la plaza en la Banda Oriental y desde allí, forzar el bloqueo a la capital del virreinato. “lo que por último me determinó a aceptar el plan de sir Home Popham(…)” declara Beresford “fue que la flota carecía de todo. La tropa había quedado absolutamente sin pan y muy poco existía en los buques de guerra y realmente habían sido consumidos en los transportes las provisiones de toda especie”.

“En el consejo de guerra que decidió cuál sería el teatro de nuestra campaña” buchonea Gillespie “el general Beresford fue dominado en su opinión de ir contra Montevideo, por su colega naval y una gran mayoría”. Popham expuso intereses políticos (un fácil triunfo vencería las dudas del gobierno británico que, vale recordar, no había autorizado expresamente la operación) pero, principalmente, monetarios: el testimonio de Russel sobre la indefensión porteña y la existencia de los tesoros reales en la ciudad. Tal vez la mejor definición, lo que no pudo poner por escrito Beresford, lo hiciera el capitán Gillespie, al comentar la elección de Buenos Aires sobre Montevideo para iniciar el ataque: “…un gran sacrificio de objetivos nacionales se hizo con la elección de proceder contra el último. No es agradable echarlo en cara, pero la sinceridad exige una crítica sobre el valor relativo de las dos ciudades”.

Seguramente, Beresford hubiera suscripto totalmente el análisis militar que el capitán Gillespie hiciera en su libro de memorias: “Si aquella fortaleza hubiera sido atacada y tomada, en vez de la capital, no hay duda de que con nuestra pequeña fuerza, ayudada por la cooperación de nuestra escuadra, nos hubiéramos mantenido independientes de la provisiones locales y contra cualquier enemigo que se hubiera traído en contra nuestra. Nuestros barcos habían transportado, en breve tiempo, provisiones de Santa Catalina de los Brasiles, y como Montevideo ésta en la extremidad de una península angosta, que toca en el mar y es navegable para cañoneras en ambos lados ella, cualquier ejército atacante desde el continente debía estar expuesto al fuego cruzado de esas embarcaciones pequeña cuando se aproximase a la guarnición. Desde esta posición, se habría mantenido trato con los nativos que nos fuesen favorables, nos hubieran servido como depósito seguro para nuestra manufactura que, siendo muy necesitadas, hubieran sido ansiosamente adquiridas a todo riesgo por aventureros contrabandista del interior; y Buenos Aires, abandonada a sí misma y con su comercio así bloqueado, habría deplorado su pérdida, y bajo un impulso conjunto de necesidad e interés propio, habría accedido a un compromiso moderado, en aquellos sacrificios que no quiso rendir después a siete mil bayonetas” para finalizar con una clara confesión de parte “La alternativa capotada por nosotros irritó a sus nativos, y el resultado calamitoso adecuadamente recuerda el disparate sin mayor explicación”

12.6.06

sábado, 12.06.1806 – hospitales

Sigamos describiendo los distintos puntos de la Buenos Aires colonial. Hagamos un breve repaso de los centros de salud de la época. Uno de los hospitales de la ciudad funcionaba en la manzana ocupada por las calles Defensa, México, Chile y Balcarce, administrado por los padres de la orden de los Hermanos Hospitalarios de San Juan, los bethlemitas, conocidos por los porteños como los “padres barbones” porque usaban barba entera. Cerca de allí, los bethlemitas tenían otro edificio, anteriormente perteneciente a los jesuitas, que fue utilizado como hospital, en la manzana de la Iglesia de San Pedro González Telmo, en Balcarce y Humberto I°, conocido como la “Residencia de Belén”. En esos centros fueron atendidos los heridos, de ambos bandos, de las Invasiones Inglesas.

Otro centro de atención, también propiedad de los padres betlehemitas, estaba ubicado en lo que se conocía como la “Chacarita de los Bethlemitas”, en las actuales Brandsen y Barracas. Allí eran derivados los convalecientes de la Residencia (que hacía las veces de Hospital General de Hombres), por lo que ese lugar tomó el nombre de la Convalescencia. También era el lugar de asilo de los dementes pacíficos quienes cumplían tareas domésticas. En ese sitio se levanta, actualmente, al Hospital Braulio Moyano.

11.6.06

viernes, 11.06.1806 – reaparece el Ocean

Este viernes 11, reapareció el Ocean que se “creía” perdido en una tormenta. Como vimos oportunamente, fue una estratagema de Home Popham para conseguir refuerzos en Santa Elena. Con esta “reaparición”, las fuerzas inglesas lograban reunir poco más de 1600 hombres para tomar la ciudad de Buenos Aires.

10.6.06

jueves, 10.06.1806 – sobremonte

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El sevillano Rafael de Sobremonte Nuñez Castillo Angulo Bullón Ramírez de Arellano había asumido el cargo de virrey del Río de la Plata con muchas pretensiones. Su carrera militar lo había llevado por Cartagena de Indias y Puerto Rico y había recalado en el Río de la Plata como secretario del Virrey Vértiz quien lo recomendó como gobernador de Córdoba. Su brillante paso por la ciudad mediterránea (plena de obras públicas y de reordenamiento de la administración) lo candidatearon al cargo de subinspector general de tropas, antesala al puesto de virrey, que efectivamente alcanzó en 1804. La carrera política de Sobremonte auguraba un gran futuro. Tres años después de su asunción, sería destituido del cargo por el mismo pueblo que debía gobernar y enviado a España, donde fue absuelto. Terminaría su carrera en un cargo gris, como consejero de Indias, falleciendo dos décadas después de las invasiones, a los 81 años de edad.

9.6.06

miércoles, 09.06.1806 - un tal Russel

Día movido en el Plata. Ese día, don José de Acosta y Lara, cumpliendo servicio en Maldonado, en la Banda Oriental, fue el primer hombre del virreinato en divisar la escuadra inglesa en el estuario del Río de la Plata.

También, en las cercanías de Montevideo, la Narcissus detendría a una goleta portuguesa con rumbo a España. Los británicos abordaron la nave, con intención de requisarla. Gillespie recuerda el momento: "... tenía a su bordo al hijo del gobernador de Trujilo, encargado de despachos para la vieja España. Había además a bordo un escocés llamado Russel, quien se ocultó y fingió no comprender nuestro idioma; pero después de un prolijo examen, confesó ser súbdito naturalizado de Buenos Aires, después de una residencia de 15 años, que desempeñaba el puesto de práctico real en el Plata, que la verdadera nacionalidad del buque era española y su destino Río de Janeiro, de donde aquel agente diplomático iba a seguir de incógnito para Europa".

Russel proporcionó de primera mano que hizo picar al ambicioso Popham. "La noticia, dada por Mr. Russel, fue que una gran suma de dinero había llegado a Buenos Aires desde el interior del país para ser embarcada con rumbo a España en la primera oportunidad, que la ciudad estaba protegida solamente por un poco tropa de línea, cinco compañías de indisciplinados blandengues, canalla popular, y que la festividad del Corpus Christi, que se aproximaba y atraía la atención de todos, terminando en una escena de borrachera general y tumulto, sería la crisis más favorable para un ataque contra la ciudad".

Más allá de las pintorescas escenas de borracheras generalizadas descriptas por Russel, era cierto que la ciudad estaba indefensa y que los tesoros reales estaban allí. Los británicos embarcaron a Russel en el Narcissus incorporándolo (a su pesar) a la expedición. "La adquisición de este hombre tan a timepo parecía de buen augurio" recuerda Gillespie "pero su entendimiento no era efectivo siempre que tuviese acceso a una botella. Se le permitía, no obstante, una tolerancia fuera de la ordinaria y mediante una vigilancia de sus movimientos durante el día así como de su almohada por la noche, fue apartado del exceso después de conocerse su inclinación".

Russel no tendrá protagonismo en los próximos días. Por eso vale consignar el recuerdo de Gillespie a este escocés borrachín y buchón: "Temo mucho que los srvicios de este hombre fueron pobremente recompensado por nosotros cuando en 1811 entendí que había ido a Inglaterra buscando justicia; pero, después de varias visitas ineficaces, a alguien que debió haberle apoyado, y después de gastar en abogado para defender su causa, tuvo de nuevo que abandonar su país sin ninguna remuneración. Su fidelidad para nosotros se comprobó después, pues fue encarcelado por los españoles cuando la reconqusita de la ciudad y enviado en cadenas al interior del país en donde no fue soltado hasta ajustarse la paz con aquella península".

8.6.06

martes, 08.06.1806 - arribo

Según las propias palabras del general William Carr Beresford "después del más inesperado y largo tránsito, arribamos al Cabo de Santa María el 8 de junio".

"El 8 de junio se avistaron entre la niebla el cabo Santa María y algunos de nuestros barcos apenas escaparon de un escollo rocalloso, que corre al este de la isla de Lobos cerca de la entrada del río" recuerda el capitán Alexander Gillespie.

Los ingleses ya estaban a las puertas de Buenos Aires. Pero aún tardarían otros seis días para encontrar a la Narcissus, "por las nieblas y los continuos vientos".

7.6.06

lunes, 07.06.1806 - el Cabildo

Opuesto al Fuerte, frente a la Plaza Mayor, se levantaba el Cabildo, que aún permanece en pie, parcialmente, hoy en día. El Cabildo era la institución básica vecinal de las ciudades coloniales. Cuerpo colegiado cuyos miembros eran elegidos anualmente por los vecinos, tenían funciones administrativas, legislativas, judiciales, policiales y militares. Pese a que ya Juan de Garay (fundador de la ciudad) había asignado el solar donde hoy se levanta, hasta 1608, los cabildantes se reunían, precariamente, en el Fuerte, para llevar a cabo sus funciones. La modesta construcción del principio, anexó una sala grande de deliberaciones a la que se agregó un pequeño calabozo.

Abandonado en 1632, por el peligro de derrumbe, recién en 1725 se inicia la construcción del nuevo edificio, proyecto a cargo del jesuita Andrés Blanqui. El edificio de dos pisos y torre, contó con una campana que llamaba a sesiones, bautizada "Nuestra Señora de la Concepción". Los pisos altos se dispusieron para las funciones municipales mientras que en la planta baja estaba la guardia, la policía y la cárcel. El primer reloj de la ciudad, se instaló en 1763.

El edificio del Cabildo sufrió constantes modificaciones (agregados de campanas, remodelación de la torre), pero el principal cambio se dio en 1889 (con la apertura de la Avenida de Mayo) y en 1931 (con la Diagonal Sur) se demolieron distintas alas de la construcción. El Cabildo estuvo a punto de desaparecer pero, la presión de la opinión pública, evitó su fin, al declararse Monumento Histórico Nacional en 1933.

José Wilde recuerda que "la Cárcel y su cuerpo de guardia, situados en la parte baja del edificio, se hacían notables por su falta de aseo. En aquellos tiempos, desde temprano en la noche el centinela apostado en la puerta de la Cárcel daba el ¿quién vive? al transeúnte, obligando a todos a bajar a la plaza; es decir, no consintiendo su paso bajo los portales".

6.6.06

domingo, 06.06.1806 – el Cupido llega a Buenos Aires

Arriba al puerto de Buenos Aires, procedente de Algeciras, el místico (no por espiritual, sino que así se llamaba cierta clase de navío costero de velas latinas utilizado en el Mediterráneo) El Cupido. Trae importantes noticias: “por la costa se avistaban velas enemigas”.

Este aviso, como el apresamiento de una patrulla de avistamiento inglesa en Santa Teresa (en la Banda Oriental), el 19 de mayo, no motivó al virrey Sobremonte para preparar las medidas defensivas. Seguía creyendo que Montevideo era la ciudad en la mira de los británicos.

5.6.06

sábado, 05.06.1806 - plaza de Toros

Al norte de la ciudad, pasando el Zanjón de Matorras (hoy la calle Tres Sargentos), rodeado de quintas y recostado sobre la barranca que daba al río, se levantaba la Plaza de Toros de Buenos Aires. Anteriormente había existido otra en el "hueco" de Monserrat (Belgrano y Bernardo de Irigoyen), demolida en 1799. La de Retiro se creó en 1801.

Ya en esa época, esa zona era conocida con actual nombre del Retiro, aunque los historiadores discuten su origen: si era el recuerdo de una ermita llamada San Sebastián, para practicar retiros espirituales, luego desaparecida, o si tomó el nombre de una antigua casa quinta de la zona, propiedad del gobernador Agustín de Robles, (ubicada en Arenales y Maipú), llamada "El Retiro". En realidad, la propiedad formal era del amigo del gobernador, Miguel de Riglos, testaferro del funcionario, quien le dejó la quinta cuando regresó a España. Un muro de la quinta persiste, en el edificio Anexo de la Cancillería, recordado por una placa. Posteriormente la casa fue alquilada y luego vendida, a distintas compañías traficantes de esclavos que utilizaban el lugar para que los negros comerciados se recuperarán del largo viaej por mar.

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La Plaza de Toros ("disforme prisma de ladrillo pintado a cal, cuyas ventanas ovales se divisaban a la derecha del Socorro" como lo definiera Paul Groussac) contaba con capacidad para unas 10 mil personas, corridas a las que solían asistir las autoridades y vecinos ilustres, en las veladas de gala. Se ubicaba en la actual Plaza San Martín, en la confluencia de las calles Florida, San Martín, Marcelo T. de Alvear y Santa Fe.

"Más cerca del río y al norte de los Toros estaba el arsenal, que era un sitio abierto, donde había bombas vacías y pirámides de balas, y de allí hay un pasaje al fuerte por la playa, pero sobre el terreno escabroso que conduce al este" pintaba en su descripción el capitán Gillespie. Años después, en ese sitio se fusilaban a los condenados a muerte por delitos de carácter no político. Una banda musical solía tocar allí, por las tardes.

Quien anduviera por esos lados, en 1806, si miraba hacia al norte, detrás de un bosquecillo, podría ver el monasterio de los hermanos recoletos, con su iglesia de Nuestra Señora del Pilar. El jardín del convento, luego de la Independencia, fue utilizado como cementerio, el actual Cementerio de la Recoleta.

La plaza de toros del Retiro se derribó en 1819, cuando se suspendieron las corridas de toros, construyéndose en su lugar un cuartel.

4.6.06

viernes, 04.06.1806 - más iglesias

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En Alsina y Perú, se encontraba la Iglesia de San Ignacio, también llamada del Colegio, porque estaba junto al Colegio San Carlos (el actual Colegio Nacional de Buenos Aires), único colegio secundario de esa época, en una ciudad que no contaba, entonces, con una universidad (las más cercanas estaban en Córdoba y Charcas). El mismo comentarista que, en un post anterior, declaraba su preferencia por la Iglesia de San Francisco, describe a San Ignacio como sombría, por fuera y por dentro, agregando la siguiente nota de color, al decir que no solía ir a ese templo, "por prejuicio o por el deseo de venganza que suscitó en mí uno de los sacristanes, quien me informó que los ingleses estaban de más en ese sitio, agarrándome el brazo para indicarme la puerta de salida. En cualquier otro lugar le habría dado su merecido" concluye el cronista. La torre del reloj fue construida en 1900; la otra torre, la que da al sur, es la construcción más antigua de Buenos Aires.

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Otro de los templos principales de las invasiones inglesas es el del Convento de Santo Domingo, junto a la Basílica de Nuestra Señora del Santísimo Rosario, en la esquina de Belgrano y Defensa, "espaciosa, con una cúpula amplia" . En la época de las Invasiones, sólo contaba con una torre, la que da al lado sur (la que hoy presenta los impactos de balas de la contienda); la otra torre fue construida 50 años después.

Entre los templos de la época que se mantienen actualmente, hay que contar al de Nuestra Señora de la Merced, en Reconquista y Perón, sin su reja actual; el de San Miguel, en Suipacha y Mitre; más alejado, el de la Piedad, sobre Mitre y Paraná; Cerca de la Merced, el Convento e Iglesia de Santa Catalina de Siena (el de las Catalinas), en Viamonte y San Martín; el de Monserrat, en Belgrano y Salta; el de San Juan, en Alsina y Defensa; el de la Concepción, en Tacuarí e Independencia; del Socorro, en Juncal y Suipacha.

Donde actualmente se erige el Obelisco, se levantaba la Iglesia de San Nicolás, recordada en la cara que norte del monumento, porque en ese templo fue izada, por primera vez en la ciudad, la bandera nacional.

2.6.06

miércoles, 02.06.1806 - iglesias

La ciudad que contenía "seis parroquias, dos monasterios, seis conventos, un colegio muy hermoso, restos de arquitectura jesuita, una casa de huérfanos y un edificio de hospital" resumió Gillespie en su libro. Los principales edificios de la ciudad, eran las iglesias. "Si las iglesias son signos de verdadera religión, Buenos Aires debe tener un alto rango por buena moral; de la mañana a la noche las campanas tocan para la devoción, y allí acude una muchedumbre de feligreses" describe Gillespie.

El principal templo era la Catedral (al norte, frente a la Plaza Mayor y el Cabildo) con sus dos campanarios; con reformas, se mantiene en el mismo sitio. Adjunto al templo, había un cementerio. "Las iglesias son todas limpias, pero la catedral excede a todas en tamaño" señala Gillespie "Su exterior es muy elegante, con una cúpula y un pórtico, pero los embellecimientos del interior son demasiados charros para santuario de Dios. Contiene un lindo cuadro histórico de los Actos de los Apóstoles que produce efecto sorprendente".

Pero la ciudad bullía de iglesias. Cerca de la Plaza, aún de pie hoy, en Defensa y Alsina, se levantaba la iglesia de San Francisco (con "un trabajo exquisito, hecho por un indio reformado, descriptivo de la última cena, que se ejecutó bajo la dirección de los padres jesuitas, que lo habían regalado a los jefes de aquella orden. El marco, hecho de plumas teñidas de oro, está tan bien y compactamente construido, que parece, aún de cerca, un tallado de color claro"); en 1820, un anónimo viajero manifestaría su predilección por esta iglesia: "Las torres están cubiertas de azulejos que, a la distancia, tienen apariencia de mármol. San Francisco es mi iglesia predilecta, porque a mí, como a los niños, me encanta lo que brilla". Como datos curiosos, en la parte superior del templo se encuentran las imágenes de Dante Alighieri (a quien se dedica el templo) y de Cristóbal Colón. En su interior hay una imagen de San Juan de Capistrano, nombre de una misión en California, donde emigran las golondrinas porteñas en invierno, lugar tomado por el corsario argentino Hipólito Bouchard, en las luchas de la Independencia. A un costado se levanta la Capilla de San Roque.

1.6.06

martes, 01.06.1806 - los Altos de Escalada

Señalamos, en un post anterior, que los edificios de dos pisos recibían el nombre de "Altos". Uno de los edificios destacado fue la casa de la familia Escalada, los "Altos de Escalada", en la esquina de lo que es hoy Hipólito Yrigoyen y Defensa. Transcribimos la descripción que José Wilde hiciera de este edificio que se transformó, con los años, en casas de inquilinato:

"..., la casa de altos de Escalada, que haciendo ángulo con la plaza de la Victoria, va a formar una tercera parte del frente correspondiente a la del 25 de Mayo.

Lo que tiene de remarcable ese edificio es que, aun después de una serie tan larga de años, haya escapado de los cambios y transformaciones de la época y que continúe prestando aún, el mismo servicio para el que fue construido, es decir -casa de inquilinato- siendo sus moradores principalmente artesanos y personas de cortos posibles.

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Tiene el edificio un extenso pasillo o balcón corrido que da a las calles Victoria y Defensa, sirviendo para desahogo de los innumerables inquilinos que ocupan piezas independientes.

Allá por el año veintitantos había en la casa varios fondines; entre éstos uno muy acreditado, llamado de la Catalana, propiedad de una rechoncha hija de Barcelona, en donde iban a comer los tenderos de esas inmediaciones, españoles los más. El mondongo a la Catalana, según es fama, se servía con mucho esmero y era muy celebrado por los epicúreos de aquella época; decíase por lo menos que los tenderos concurrían allí atraídos sin duda por el mondongo de la Catalana; sea de ello lo que fuere, la fonda era objeto de grandes y honrosas alabanzas".


Estos edificios dominaban el Fuerte y tendrían una importancia estratégica en la Reconquista.